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Bon voyage, Albert Uderzo

En Cultura 27 marzo, 2020

Ángel Pontones

Ángel Pontones

PERFIL

En 1977, René Goscinny y Albert Uderzo planificaban su álbum 24 de las aventuras de Astérix el Galo. A dos libros por año desde 1967, guionista e ilustrador se habían convertido en el dúo creativo más importante de la historia del cómic europeo.Tras una década peleando contra el mundo, con tal de reivindicarse, de desafiar a las grandes editoriales buscando el control de su producción, y de crear personajes proto-asterixticos a los que solo les faltaba un puntito de cocción para triunfar (Umpa-pá el Piel Roja, valga el ejemplo), habían levantado de la nada Pilote.

Uderzo

Esta publicación propia, ya en su primer número, en 1961, presentaba a los irreductibles galos de Armorica, destinados a cuestionar el poder omnímodo de Roma y sacar de quicio a su César. Sin ser en absoluto conscientes de la trascendencia de su creación (Goscinny insistía a quien quisiera escucharle, que la idea se les había ocurrido en diez minutos), habían diseñado un vehículo ambientado en un pasado remoto, desde el cual se ironizaba con la actualidad de su tiempo.

Uderzo

Sus historias se vendían por millones, su personaje insignia dio nombre al primer satélite artificial francés, y el resto de la aldea gala otorgó sobrenombres al último consejo de ministros de la era de Gaulle. Podían permitirse hasta ser estafados con los royalties de la primera adaptación cinematográfica de su héroe. Eran en sí una cadena de montaje perfectamente coordinada: René forjaba el alma y anticipaba sus desvelos. Albert se encargaba de darle vida y presentarla al mundo. Sus creaciones se expandían por el globo como cualquier virus de nuestro 2020.

Uderzo

Goscinny llevaba un ritmo de vida intenso: Como editor de Pilote, que había crecido hasta hacerse ingobernable; con varias aventuras cinematográficas en danza, y otras creaciones a la sombra de Asterix pero igualmente brillantes, como las andanzas del visir Iznogud. En mitad de un chequeo de lo más banal, Goscinny se fue. Así, de repente. Dejó a medias un cuaderno de esbozos y un vacío más grande que toda la Galia.

Uderzo

La desaparición del compinche creativo de toda la vida dejó a Uderzo muy tocado. Durante meses especuló con la posibilidad de tirar la toalla con su serie insignia, pero aquello era un monstruo tan enorme que esta decisión probablemente escapaba a su control. Buscó sin éxito un alma gemela que sustituyera a Goscinny. En algún momento su amor propio, o simplemente las ganas de homenajear a su amigo, le llevaron a simultanear lápices con bolígrafos.

De aquí emergió un álbum 25 llamado La Gran Zanja (1980), recibido con más parabienes de los que merecía, pues nadie quería imaginarse un futuro sin jabalíes y romanos puestos en órbita. El número 26, La Odisea de Astérix, mejoró las expectativas, situándose entre lo mejorcito de la serie. Pero poca gente se llevó a engaño: los nuevos trazos de Uderzo estilizaban y mostraban mejor que nunca a los irreductibles galos, pero no terminaban de encontrar el mejor modo de hilvanar la historia. Las tramas secundarias pasaban de ser ayuda, a carga innecesaria.

Uderzo

Un grandioso autodidacta a los lápices había logrado reconvertirse en un solvente guionista, y simultaneando ambas funciones, se aseguró mantener con vida el mito más allá de su medio siglo. Pero siempre luchando contra el fantasma de una mente especialmente brillante. Los días de Astérix y los Normandos, La vuelta a la Galia, Astérix legionario u Obelix y compañía no volverían a repetirse.

Las historias se sucedieron, con momentos más o menos afortunados, siguiendo una línea de calidad descendente inversamente proporcional a las ventas, que todavía se disparan hacia el cielo. Pero ni en los peores trabajos llegaron a traicionar la memoria de esta serie destinada al Panteón de elegidas.

Uderzo

El Uderzo de los 90 buscó nuevos motivos a partir de temas ya vistos. El de la primera década del XXI, cercano a los 80, estaba demasiado cansado para lo que no fuera autohomenaje. En 2013 bendijo una sucesión respetuosa que asegurara que el legado no se perdiera. Jean Yves Ferry al guion y Didier Conrad a los dibujos, han sabido mantener el testigo sin parecer intrusos. Astérix y Obélix han logrado escapar vivos de sus creadores.

Estos días Albert Uderzo se ha marchado por la misma puerta que su colega, un corazón doliente y excesivamente baqueteado. Lo hace cuando sus galos se aproximan a la sesentena. Y puede decirse que en buena forma. El cóctel perfecto de ingredientes sigue enganchando a nuevas generaciones con la misma receta con las que mantiene a las antiguas: sencillez, ironía bien espolvoreada y la promesa de un banquetazo de amigotes tras la penúltima viñeta.

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