Cuenta una leyenda que la desordenada sección intermedia de la canción “Sombra y luz” responde a los efectos de un porrito que se iban pasando los componentes de Triana… John Lennon o Eric Clapton podían llevar diez años en las drogas duras, pero en España todo era más limpio e inocente. En aquellos tiempos, un simple “cigarrito de la alegría” todavía era capaz de inspirar algunos de los mejores momentos del rock nacional. Lo ratifica Gonzalo García-Pelayo, quien fuera productor de Triana: Todo el ambiente de Triana estaba basado en la marihuana, en el costo y en los estimulantes. Había ácido, pero más medido, y nunca en las grabaciones. Yo nunca los vi metidos en eso. En las composiciones sí.
No fue hasta los años ochenta que la progresiva tolerancia a las drogas acabó popularizando sustancias más duras, nocivas, intensas y, como tales, embrutecedoras de la sensibilidad. Porque la historia nos demuestra que no puede ser la misma música la que brota de un porrito o tripi tardosesenteros que la inspirada por las anfetas thrash, la heroína punk o el peligroso té Earl Grey al que los más audaces del progresivo británico consagraban su adicción. Está por escribir una historia alternativa de la música popular occidental (y quizás de su progresiva decadencia) en función de los narcóticos y estupefacientes de moda en cada época. Por supuesto, hay excepciones: Peter Gabriel, Ian Anderson, Frank Zappa, Carl Palmer, Kate Bush, Robert Fripp y una de las mejores compositoras en activo, Joanna Newsom, han evitado las drogas sin por ello compartir estilo. Pero quién duda que, en líneas generales, la evolución del rock es la evolución de los medios de colocarse.
Menos mal que la generación que se relajaba con unas guitarritas en las alamedas de los pueblos cantó su mundo, dejando testimonio de él para la posteridad, antes de que el ocio juvenil se recluyera en salas de baile, discotecas y clubs de sadomasoquismo. Nada más inocente que la diversión de un quateque español de los sesenta:
Azahar fue una agrupación que se subió al carro del rock andaluz desde las nórdicas cumbres de Madrid, como ‘Granada’ y algunos otros. Las opiniones están divididas en cuanto a su derecho a hacerlo, y no menos sobre los resultados. Podemos decir en su defensa que el componente sureño estaba presente en el bajista uruguayo Jorge “Flaco” Barral y que el mediterráneo venía de mano del vocalista egipcio Dick Zappala, con un timbre que recuerda a ratos a José Andreä (aunque ininteligible cuando le da por forzar la dicción andaluza). A fin de cuentas, el punto medio entre Madrid y El Cairo bien puede pasar por Tarifa.
Populares en los festivales del sur, donde Zappala y sus madrileños se codeaban con los reyes del pequeño Egipto, el debut discográfico de los Azahar, Elixir (1977, Movieplay-Gong), era una propuesta ecléctica: aires de fusión andalusí con abundante uso de teclados sinfónicos y un batería que brillaba por su ausencia. El grupo se las arregló para que el objeto físico oliera a azahar. Las letras introducían poco veladas referencias al mejor material del Estrecho, en canciones como “Viaje a Marruecos” (donde Zappala canta en árabe: hermano, pásame la pipa y las cerillas) y el single “¿Qué malo hay, señor juez?”:
Tenía yo dos amigos,
fumaban humo de reír
pa’ cuando estén mu’ caídos
les volvieran las ganas de vivir.
Un día me los ligaron
por fumar el regalito de Dios,
al que resistió lo mataron
y al otro el juez lo condenó.
¿Pero qué malo hay
en fumar, señor juez?
Quizá un poco exagerado lo del asesinato policial por materia de porros, pero encarna los temores de toda una generación. Y ya está bien de pensarnos que, en el pop español, los temas controvertidos no se tocaron hasta los tempestuosos tiempos de la Movida. Catorce años antes de que Mecano sorprendiera a todos con su lésbico “Mujer contra Mujer”, Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán publicaban su “María y Amaranta”. Casi veinte años antes de que Alaska chillara que “A quién le importa”, Los Pasos decían ser felices aunque “Nadie me entiende”. Del mismo modo, los primeros en cantarles a la musa verde podrían ser los padres de esos radicales ska que pusieron de moda el grito de ‘Legalización’.
El segundo álbum, Azahar (1979), era más clásico y presentaba al fin a un batería y a un andaluz: el sevillano Willy Rodríguez de Trujillo. Como mandan los tiempos, nuestra banda subía un escalón en la viciosa carrera hacia los ochenta, cantándole a “El Mago Acidote”:
https://www.youtube.com/watch?v=9pNsOlIZH-Q
No llores más y ríete un poco:
sólo un pasote te hará distinguir la verdad.
Encontrarás a cinco arcoíris
y vestirás sonrisas con flores:
sólo un pasote te hará sonreír de verdad.
¡Vamos a volar,
vamos a flipar,
vamos a soñar nuestra realidad!
Quiero ser amigo de un enano
para oír colores de cristal:
rojos, verdes, grises y violetas
Dicen que sus contundentes apologías de las drogas, sumado a su contumaz predicación con el ejemplo, le merecieron al egipcio Zappala la expulsión del país. Se refugiará en Italia y regresará de incógnito, para finalmente conseguir que la sentencia sea conmutada por un boicot en la ciudad de Madrid. Razón de más para que estos madrileños atípicos se vieran exiliados en dirección al sur, poco antes de disgregarse como marismas del Guadalquivir.
Sobre la ruptura final existen varias versiones. Unos dicen que se debe al fallecimiento repentino del fundador y guitarrista Antonio Valls, pero otros lo dan por muerto en 2004. Sí parece haber una tragedia, pero es algo más rebuscada: el batería Willy Trujillo se suicidó desde los bombos de su instrumento.
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