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El patio

Los incomprendidos del pop español

En Música, El patio 30 marzo, 2020

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

«¿A quién le importa?», de Alaska y Dinarama. Año: 1986. Para muchos, el himno de la Movida madrileña. La expresión más sincera de la incomprensión generacional que sufrían los jóvenes españoles de los ochenta.

¿Sólo ellos? En honor a la verdad, Alaska era la última en subirse al carro de un tema recurrente en el pop rock español: la soledad del joven rebelde  frente a una sociedad enferma, una sociedad que acababa de reponerse de cuatro décadas de fatiguita. Sí, los británicos también tenían su «My Generation» o su «Rebel Rebel», pero seamos sinceros: el corte de pelo que en Londres escandalizaba dos semanas y pico, aquí podía llevarse durante años sin dejar de ser (literalmente) el último grito.

La gente me señala,
me apuntan con el dedo,
susurra a mis espaldas
y a mí me importa un bledo.

Qué más me da
si soy distinta a ellos,
no soy de nadie,
no tengo dueño.

Lo más peculiar de la rebeldía made in Spain era el tono melancólico que podía llegar a adoptar. Mientras ellos se jactaban de su insubordinación, dispuestos a comerse a quien se les pusiera por delante, nosotros no podíamos dar más pena.

Yo soy rebelde
porque el mundo me ha hecho así,
porque nadie me ha tratado con amor,
porque nadie me ha querido nunca oír.

Yo soy rebelde
porque siempre sin razón
me negaron todo aquello que pedí
y me dieron solamente incomprensión.

(Jeanette, 1971)

El autoanálisis de los rebeldes españoles tendía al masoquismo, cuando no a una amarga recriminación. Mientras Europa sentía el frío viento de la libertad y se involucraba a fondo en sus subculturas juveniles, aquí aquello se llevaba como una cruz, hasta el punto de que saltábamos en lágrimas a la primera oportunidad, si no en arrebatos de furia. Dos caras de una misma moneda: mientras Los Salvajes aderezan con mil exageraciones «Mi bigote» y el Dúo Dinámico presume de «Mi guitarra eléctrica»,  Seres y Sueños exigen (o suplican) «No te metas en mi forma de vestir» y Olé Olé parecen demasiado seguros de que van por el buen camino.

No controles mi forma de vestir
porque es total y a todo el mundo gusto.
No controles mi forma de pensar
porque es total y todos les encanta.

(Olé Olé, 1983)

Las palabras mágicas, como siempre que alguien se molesta por algo: No, si a mí me da igual.

Todos ríen de mí
por ser como soy
y por ir como voy.
A mí me da igual.

Yo nunca seré un hombre así como tantos,
por ser feliz con mi canto,
por renunciar a vivir de forma vulgar
como los demás.
A mí me da igual.

(Agamenón, 1975)

Los mártires de la nueva religión no sólo nos trajeron innovaciones musicales y una estética rompedora, sino que también, como todo santo que se precie, nos prometían un mundo nuevo y mejor. Pero aquí todo el bosque era caspa, y por eso no sorprende que las canciones adopten la forma de una terapia por parte del que canta.

Hoy te he visto por televisión,
se quejaron de tu educación,
mis viejos me miraron
con cara de preocupación.

Sid, Sid, Sid,
voy a teñir mi pelo,
te recordaré
en mi cazadora de cuero.

(Farmacia de Guardia, 1982)

Las coloridas imágenes de aquel mundo libre y apasionante, aquella vida verdadera más allá del cinturón de castidad de los Pirineos, nos servían de consuelo en los momentos más amargos, cuando todo parecía perder el sentido. Aparte de eso, sólo nos quedaba mirarnos ante el espejo y darnos un par de palabras de aliento.

Por una calle camina un hombre,
cabello largo, un hombre joven.
A sus espaldas murmura el mundo.
Él sigue andando, va muy seguro.

Lucha por tu vida,
gente joven que me escuchas.
Lucha por tus sueños,
por ser libre, por tu música.

El tiempo pasa, el odio muere
y las costumbres son diferentes.
Los niños crecen, serán distintos
porque los padres no son los mismos.

Eso predecía Lone Star en 1972. En el último verso tal vez se equivocaba. Pues muchos de esos padres reprobadores y severos, esos ogros que tanto hacían sufrir a los sensibles rockeros de la Movida, se habían formado en guateques y fiestas yeyé, donde el tema de la incomprensión de los mayores aparecía por vez primera.

Esos viejos que miraban con preocupación al punky de su hijo a la hora del almuerzo seguramente corearon, en sus años mozos y cubata en mano, versos como los siguientes:

La gente en general
no se preocupa en comprendernos,
son los no conformes los que
pueden dar motivo entre nosotros
de lucha y odio.

¡Eso no me agrada en absoluto!

(Micky y Los Tonys, 1966)

Nadie me entiende,
no sé por qué será…
Pero soy feliz cantando así,
hablo abiertamente sin temor,
con mis pensamientos creo en el amor.

(Los Pasos, 1968)

Puede que, precisamente por haber estado allí, estos papás quisieran ahorrarles a sus retoños los mismos peligros y desengaños. Puede que un porrito no fuera lo mismo que una raya y supieran que la Movida nos deparó el mayor número de caídos en combate desde la Guerra Civil.

O puede que, simplemente, hubieran perdido la lucidez de tener quince años.

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