Sean Baker se sigue confirmando con Anora como el mejor cronista de los márgenes del sueño americano, esos que son mucho más amplios y que están más cercanos a la pesadilla. Eso sí, lo vuelve a hacer olvidándose del tono moralizante y de la lágrima fácil, Baker tiene claro que en la tragedia también cabe la alegría y que en la tragedia puede haber comedia. Anora es su película más divertida hasta la fecha, pero no por ello es menos desgarradora. Esperemos que el reclamo que supone haber ganado la Palma de Oro del Festival de Cannes sirva para que más gente se adentre en su obra, espero que sí, pues creo que estamos ante su mejor película.
Anora vuelve a centrarse en esos olvidados de los que hablaba Luis Buñuel, siendo su protagonista una bailarina erótica que también trabaja como ‘escort’. Pero esta vez en la vida de esos personajes se va a cruzar alguien que no había aparecido hasta ahora en su cine, alguien perteneciente a ese 1% de la población mundial que posee más riqueza que el 95% de la población mundial en conjunto. Y es que esta película funciona como un contracuento, una especie de versión realista de La Cenicienta o, más en concreto, de su versión hollywoodiense, Pretty Woman.
Y es que aquí la protagonista, la Anora del título, aunque ella prefiera el diminutivo Ani, también encontrará a su Príncipe Azul que la saque de la miseria, la depravación moral y la pobreza. Claro que Sean Baker se olvidará de los clichés, la moralina y las perdices.
Anora se divide en tres partes bien diferenciadas, la primera es la presentación de personajes y cómo se conocen, Ani es buena en su trabajo, aunque no la sirve para salir a flote, se lleva bien con alguna de las otras chicas y mal con otras, como suele pasar en el cine de Baker no nos enseña nada de su pasado, ni de las circunstancias que la han llevado hasta donde está. Cuando conoce a Ivan ‘Vanya’ Zakharov lo hace porque es la única chica de su local que habla un poco y entiende el ruso, por su apellido entendemos que viene de una familia de inmigrantes. Rápidamente surge el flechazo, él está forrado, siendo hijo de un oligarca ruso.
Baker rueda toda la parte del flechazo casi como si fuera una comedia romántica para mayores de 18 años, Vanya bebe, se droga, folla, escucha música y juega a videojuegos con la intensidad de un adolescente, sabe que ninguno de sus actos tiene consecuencias, el dinero le da completa libertad. En un arrebato, en pleno viaje a Las Vegas, le propone matrimonio a Ani, ella no está muy convencida, ¿le está tomando el pelo? Hay promesas de amor y la posibilidad de que Vanya sea un ciudadano americano y no tenga que volver nunca a Rusia. Se casan.
A partir de ahí comienza la segunda parte de la película, la más frenética y la más divertida, la noticia llega a oídos de su familia que pone sobre aviso a los secuaces a los que paga para que limpien cualquier desperfecto, ya sea real o metafórico, que cause su hijo. Se trata del párroco Toros y su familiar Garnik, este último se llevará a Igor, por si hay problemas con los amigos de Ivan, encargados de anular a toda costa y cuanto antes el matrimonio. Se podría hacer una serie absolutamente delirante sobre estos tres personajes.
El tono de la película cambia, ahora estamos ante una especie de estilo frenético y vertiginoso, como combinando a los hermanos Safdie con el humor de Los Soprano. En cuanto Ivan ve aparecer a los hombres de su padre se larga, no quiere afrontar las consecuencias y quiere alargar la diversión hasta que sea posible, sabe que sus padres son los únicos ante los que tiene que rendir cuentas. El Príncipe Azul sale rana, y Ani y el trío de hombres parten en su búsqueda, los intentos de esta de intentar hablar con Ivan y decirle que su amor vale la pena, parecen un guiño de Baker a esa audiencia que pide que les dé un final feliz, pero, poco a poco, en esta parte tampoco se olvida de los códigos de la comedia romántica y ha metido a otro de los personajes de los cuentos de hadas que tanto le gustan a Disney, el candidato menos probable, ese que parece un poco menos guapo que el príncipe, solo un poco, y que al principio parece que se llevan fatal, en este caso Igor.
No hay que olvidar que Baker hace que Igor y Ani se conozcan cuando él está ahí para impedir que huya, no puede tocar a Ivan, siendo el hijo de quien es, pero sí que lo puede hacer con Ani, ella le golpea y le tira un candelabro, él termina atándole las manos, poniéndole una mordaza y agarrándola por la espalda, rompiendo los códigos. Pero en esta segunda parte Baker empieza a ponernos en el punto de vista de Ivan, y cómo es el único que va viendo algo más en Ani, nos pone de su lado.
El tercer acto es la resolución y viene con la aparición de la familia de Ivan, lo único que quieren es que quede todo arreglado rápido y no tener que compartir ni siquiera el aire con esos seres que pululan por su vida arreglando los caprichos de su hijo o siendo esos mismos caprichos. Si nos ponemos en el punto de vista de Bong Joon-ho, los Zakharov miran a Toros, Garnick, Igor o Anora como esos parásitos que viven de ellos, pero ya sabemos que Baker, como el coreano, posiblemente piensa lo contrario.
Un final que duele
El final es de los que duelen, Ani vuelve al hoyo que es su vida, con 10.000 dólares más en el banco pero varias abolladuras en el corazón, el alma y el orgullo. Cuando en la película había dicho que quería ir de luna de miel a Disneylandia, y estar en una de esas habitaciones temáticas de princesa Disney, en su caso La Cenicienta, no solo nos estaba dejando claro que esto era un contracuento, también Baker se hacía un autoguiño y es que, queda claro, que lo más cerca que va a estar Anora del mundo de cuento de hadas que vende Disneylandia es como las protagonistas de su The Florida Project, malviviendo en los moteles de sus alrededores entre droga, pobreza y sexo en venta.
Baker rueda la maravillosa escena final de Anora de una manera totalmente distinta, si en el principio de la película el sexo estaba coreografiado, con música de fondo y sin consecuencias, aquí lo único que hay es el sonido de los limpiaparabrisas, el frío de una nevada y un vacío existencial que duele.
El director nos deja claro que no hay final feliz a la vista, que las cartas están marcadas desde el principio, Ivan puede cometer todos los errores que quiera, que a él nunca le van a afectar, aunque por el camino se quedarán unos cuantos, esa gente que no puede arrojarse al vacío sabiendo que van a caer de pie, gente llamada Toros, Garnick, Igor o Anora, la gente que tiene que luchar por sobrevivir y a la que el trabajo duro y la dedicación no les da para vivir ese sueño americano cada vez más materialista e inalcanzable.
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