La primavera ha traído (y traerá) una invasión artística a Nueva York.
Llega el buen tiempo a Nueva York y es imposible estar en casa. Llevamos demasiados meses encerrados, refugiados de las heladas y las nieves y ahora empiezan los meses de invadir las calles. Ya lo advertí el año pasado (cómo es esto de autocitarse, ¿eh?): en Nueva York, el aumento de eventos en la ciudad es directamente proporcional a la subida de la temperatura.
El nuevo museo Whitney arrancó la temporada por todo lo alto. El día 1 de mayo abría las puertas de su novísima sede, diseñada por el italiano Renzo Piano, en el extremo sur del High Line. Un gran edificio de acero blanco, un hospital del arte visto desde fuera, que dentro está pensado como un centro comercial a la americana. No porque nadie pueda siquiera plantearse comprar alguno de esos cuadros, sino porque lo han pensado como un lugar en el que el visitante venga “a pasar el rato”. En sus inmensas y limpias salas, en sus sofás con vistas al río o en sus terrazas mirando a la ciudad sentados en sillas que también son obras de arte.
Es el museo para los que aman los museos, pero sobre todo para aquellos a los que, normalmente, no ponen un pie en ellos. Esos que, probablemente, pondrán mala cara si les quieres meter en el Metropolitan, top 1 de las visitas obligatorias en Nueva York, a no ser que sean fashionistas confesos o fans incondicionales de la cultura china. En ese caso, China: Through the Looking Glass (China: A través del espejo), la gran exposición del Costume Institute del museo, será un sueño. Los vestidos exhibidos no tienen el impacto que ofrecían el año pasado los del genio de la costura, Charles James, pero el montaje de este show integrado en el museo y diseñado por el elegante Wong Kar Wai merecen la visita. Te guste la moda o no.
Para aquellos siempre hambrientos de arte, en cambio, Nueva York tiene su exposición definitiva en UNIX Gallery: The Foodhist Temple o cómo Peter Anton ha enmarcado los platos favoritos de la dieta mundial.
Y si aún tienes apetito de moderneces, siempre te quedará Yoko Ono, y la retrospectiva que el MoMA le dedica, saldando una deuda pendiente con ella desde los años sesenta e intentando recuperarse del batacazo crítico recibido por la exposición dedicada a Björk. Una estrella releva a otra estrella y entre ambas dejan un espacio a la fotografía vanguardista de Grete Stern y Horacio Coppola. Aunque seguramente a los cinéfilos sin solución les llamará más otro show menor de este museo: Scorsese Collects, la colección de posters antiguos del director de Taxi Driver.
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