¿Qué hay de todo aquello que imaginas a lo largo del día y no ocurre? Lo que no tiene lugar se olvida, lo que pasa, nos asombra.
Puede que caminando de vuelta a casa te hayas cruzado con un excompañero de trabajo o de clase al que hacía casi una década que no veías y en el que justo estabas pensando; puede que estuvieses tarareando una canción y al encender la radio haya sonado la misma melodía; puede que ese número que has soñado esta noche hoy se haya cruzado en tu vida varias veces hasta conseguir sobresaltarte. Puede que pienses que la casualidad no existe, que las cosas no pasan porque sí. Pero de hecho, sí lo hacen, y ni siquiera es algo tan espectacular como tú creías.
Imagina la siguiente escena: un hombre asegura en un plató televisivo ante una audiencia de varios millones de individuos que en cuanto termine de recitar su invocación o conjuro, algunos de sus espectadores -los elegidos- presenciarán cómo la luz en sus apartamentos parpadea levemente. Esto será así gracias a sus poderes mentales y a la conexión vibracional que se generará entre ellos por los campos energéticos del cerebro. Por ejemplo. Al poco tiempo el programa recibe varias notificaciones -sean llamadas llenas de emoción, sean correos electrónicos con un tono grave y afectado-, en los que un pequeño porcentaje de su audiencia asegura que ese hombre es un mesías y que su poder es indudable, porque en sus casas la luz, efectivamente, ha parpadeado como dijo el psíquico. Que una luz titile no es nada sobrenatural. Pero, ¿cuándo lo ha hecho? ¿Ha sido en el mismo instante en que terminaban las palabras mágicas, cinco segundos después, diez, treinta, un minuto?
La frontera de lo increíble comienza a desdibujarse. Lo improbable no tiene nada que ver con lo imposible. Uri Geller convenció a legiones de españoles de su capacidad para arreglar relojes a distancia mediante sencillas maniobras nada paranormales.
El gran divulgador Richard Dawkins nos ofrece en su obra Destejiendo el arco iris otro ejemplo que ilustra perfectamente lo pueril de nuestra percepción de algunas relaciones causa-efecto, como la creencia de que después de una racha de mala suerte, la buena suerte se hace más probable. “Ahora solo puedo ir hacia arriba”, diríamos. Dice Dawkins: “Si la mala suerte persiste, suponemos que la racha de mala suerte todavía no ha terminado, y esperamos con más ansia su final. Si la mala suerte cesa, se considera que la profecía se ha cumplido. En nuestro subconsciente definimos una racha de mala suerte en términos de su final. Por lo tanto, es evidente que debe estar seguida de buena suerte”.
Brillante y básico. Muy brillante. De la misma manera, la lluvia puede venir precedida de un ritual para que llueva, o de cualquier cosa. Si coincide con el ritual, funciona innegablemente. Si no, algo se ha hecho mal o la divinidad está enfadada.
¿En qué consiste una casualidad realmente sobrecogedora? ¿Dónde establecemos el límite de lo que es sorprendente y lo que no? Nuestra vida es una secuencia interminable de posibles para que se den casualidades. Piensa en un perro que ladra. ¿Ha ladrado un perro cerca de ti? Piensa en una mujer con el pelo castaño. ¿Te acabas de cruzar a una? En caso de que una o ambas cosas hubiesen ocurrido, fantástico, no hay nada tras el evento. Incluso si te pasa algo que solo ocurre a una persona entre mil, diez mil o un millón, seguirá siendo simplemente que a una persona le tenía que pasar. Piensa ahora en todo aquello que podría ser carne de casualidad y que no lo es a lo largo del día. ¿Qué hay de toda esa gente que recuerdas y no te cruzas de pronto? El cerebro olvida las no casualidades en el momento preciso en que no ocurren.
¿Pensabas hoy en la casualidad antes de leer este artículo?
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