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57ºFestival de Sitges: Soderbergh, Moore y Art The Clown

En Cine y Series domingo, 6 de octubre de 2024

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

El 57 Sitges – Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya está en marcha desde el pasado 3 de octubre. En este primer fin de semana ya se ha desvelado buena parte del arsenal que Ángel Sala y su equipo han seleccionado para esta edición que, no lo parece, pero acerca cada vez más al festival a convertirse en un evento sexagenario.

Entre la munición que ya se ha disparado al espectador destacan tres títulos: Por un lado Presence, de Steven Soderbergh, por ser la película escogida para inaugurar y, claro, por la relevancia del nombre de su director; y, por otra parte, The Substance y Terrifier 3, por el inmenso (desatado, en verdad) hype con el que llegan al festival.

En Presence, Soderbergh aborda una especie de versión alternativa del Poltergeist (1982) de Tobe Hooper, intención manifiesta ya desde los mismos créditos iniciales que usan exactamente la misma fuente de letra que la de la inolvidable producción de Steven Spielberg. Así pues, tenemos un fantasma atrapado en una casa, tenemos una familia que habita la casa, y hasta tenemos en un momento dado la incursión en el relato de una médium. Pero en esta ocasión todo se nos explica desde la perspectiva del fantasma, en primera persona, y la cámara de Soderbergh adopta de principio a fin ese punto de vista subjetivo, deslizándose por la casa y siendo testigo de las tribulaciones de los miembros de la familia protagonista.

Podría decirse que Presence es el espejo de Poltergeist, aunque cabría matizar mucho esto porque Soderbergh prescinde de toda la parafernalia fantástica de Hooper y se dedica, durante buena parte del metraje, a completar el dibujo de una familia que lucha por permanecer unida pese a los problemas y traumas que lastran a cada uno de sus miembros. Es casi una película costumbrista en la que el fantástico va hundiendo poco a poco sus raíces, para terminar con un twist final inesperado, puede que un punto grotesco, pero que sin duda revela el genio narrativo del escritor detrás del guion de Presence, el gran David Koepp, autor entre otros (en solitario o en colaboración) de los guiones de Parque Jurásico, El último escalón o La habitación del pánico.

Presence termina ensamblando este puzle de géneros en un producto ciertamente interesante y, sin duda, novedoso en su aproximación al género fantástico. Poco más se le puede pedir a un director con una ya dilatada carrera que, salvo por alguna propuesta cercana, se atreve por primera vez a adentrarse de lleno en el género fantástico.

The Substance es el segundo largometraje de la parisina Coralie Fargeat. Ha necesitado nada menos que siete años para ponerlo en pie, los transcurridos desde Revenge (2017), presentada igualmente aquí en Sitges. No son pocas las conexiones entre las dos películas, pese a tener argumentos completamente diferentes. Revenge se inscribía en el género del rape & revenge para explicarnos la venganza de una joven violada brutalmente y dada por muerta por sus violadores. En estas películas, la mujer suele ser un personaje fuerte, capaz de sobrevivir a un trauma como el de la violación y capaz aún de acometer una venganza que, por supuesto, suele ser bastante contundente. Fargeat no inventaba nada, pero el extremismo sangriento y explícito de que hacía gala Revenge invitaba, en cierta medida, a repensar un poco el papel de la mujer en este género: más que reaccionar a la violación, la protagonista de Revenge ejecutaba una especie de limpieza divina dado que su “resurrección” tiene un alto componente místico, se trataba casi de hacerle un favor a la Humanidad quitando de en medio a seres tan prescindibles como sus violadores.

La protagonista de The Substance, a priori, podría decirse que también reacciona, en este caso a un mundo que ha claudicado ante los cánones normativos de belleza más restrictivos y absurdos. Sin embargo, otra lectura es posible: la de una mujer a la que la vida primero ha colocado en lo más alto (una actriz con Oscar), luego ha hundido en lo más bajo (en un programa de aerobic, como un trasunto de Jane Fonda), y que lucha desesperadamente por su supervivencia como mujer en un mundo ridículamente machista. Al final, el personaje de Demi Moore no reacciona, sino que se limita a perseguir sus objetivos de manera tenaz.

Esa tenacidad, claro, es la clave que desencadena todo lo que The Substance nos explica. Que es una despiadada sátira, un esperpento con cara de Dennis Quaid (maravilloso y oscarizable) en el que la perfección física es como un virus que infecta a todo el mundo. Un virus que, claro, poco a poco se va manifestando en el cuerpo hasta esa explosión final a lo Carrie que no deja de ser un escupitajo en la cara a esa moral misógina y retrógrada que reduce a la mujer a unas medidas concretas.

Lástima que el desarrollo de semejante fábula moral sea una escalera por la que el aficionado al género ya ha subido en varias ocasiones. Sobre todo en La mosca (1986), de David Cronenberg (de la que rescata, aunque con mucha menos visceralidad, la exploración del body horror tan característica de aquella época del canadiense) y en La muerte os sienta tan bien (1992), de Robert Zemeckis (de la que intenta copiar el tono de esperpento). The Substance, pues, propone ideas muy válidas (la misoginia rampante en los medios audiovisuales, la moderna esclavitud femenina que imponen dichos medios), ideas que sin embargo terminan por ser redundantes, redundancia que se puede sintetizar en la infinidad de veces que Fargeat nos muestra en primer plano el culo del personaje que interpreta Margaret Qualley: con una vez o dos que nos hubiera enseñado tan bien esculpido trasero en oposición al alicaído del personaje de Moore ya bastaba para transmitir la idea de la decadencia física como detonante de una determinada depresión o abatimiento mental.

Además de todo esto, Fargeat equivoca el momento en el que cerrar el relato, que sin duda concluye cuando se completa la transformación física de la protagonista y ya se ha convertido, efectivamente, en el monstruo que la sociedad le ha empujado a creer que es. En vez de terminar ahí, The Substance se alarga (140 minutos dura la película, nada menos) con un epílogo vergonzoso, ridículo, innecesario, y lo peor de todo, incoherente con lo que nos ha mostrado hasta entonces: la protagonista huye durante todo el metraje de la exposición física en público, avergonzada de las imperfecciones de la edad (ahí está la abortada cita con el admirador), pero cuando se ha completado su transformación en un verdadero monstruo decide aparecer en directo en el especial de fin de año de la cadena de televisión para la que trabaja. No muy sensato ese final, la verdad.

Terrifier 3 es la consecuencia directa, para lo bueno y para lo malo, de lo que supuso Terrifier 2 en 2022 para esta franquicia. Aquella era una película de poco menos de dos horas y media de duración que expandía los límites de la primera película para llevar la historia a un terreno épico de enfrentamiento antagónico entre la protagonista y el payaso asesino. En esa épica se generaba toda una mitología que lograba trascender su condición de slasher, y que a la postre terminaba generando una propuesta original además de contundente en su descripción explícita de los asesinatos de Art The Clown.

Sitges

El inesperado éxito de Terrifier 2 convirtió a Art en un mito moderno del cine de terror, en el nuevo Freddy Krueger: hasta existen ya funkos de Art The Clown. Por lo tanto, el reto de Damien Leone, director y creador de la saga, era darle continuidad a esta mitología de manera coherente.

Y ahí es justamente donde Terrifier 3 no cumple, porque nos encontramos ante una película mucho más parecida a la primera parte que a la segunda. Incapaz de profundizar en ese enfrentamiento épico que estructuraba la segunda película, Terrifier 3 decide apostar por llevar lo más lejos posible el gore, que ya era bastante extremo en las otras dos cintas (sobre todo en la segunda). Una huida hacia delante que proporciona, es cierto, momentos de una crudeza decididamente radical, como aquel en el que la pareja femenina de Art se masturba con un trozo de cristal excitada mientras él asesina a una de sus víctimas, o el otro en el que Art parte literalmente en dos a un chaval con una sierra mecánica comenzando por sus genitales.

Pero la película no deja de ser eso, una huida. Disfrutable por los amantes del género, sin duda, aunque un poco decepcionante después de una entrega tan sólida como la segunda. Y tampoco aprovecha Leone el recurso de la ambientación navideña más que en la primera secuencia, sin duda la mejor de toda la película: Art The Clown disfrazado de Santa Claus entrando de noche en una casa con todas sus lucecitas y decoración navideñas y masacrando a toda la familia, niños incluidos.

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