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“Rock Bottom”, la cumbre hipnagógica de Robert Wyatt

En Música jueves, 19 de septiembre de 2024

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

En el último Festival de Annecy sorprendió, al menos para los que no conocíamos el proyecto de antemano, la inclusión en competición de Rock Bottom. Este filme de animación producido en el estado español, dirigido por María Trénor, y con guion de la propia directora junto a Joaquín Ojeda, sigue los avatares de dos artistas inmersos en la cultura hippie de los 70. Como hilo conductor emerge la música de Robert Wyatt, cuya frenética vida es tomada libremente para este relato de animación, cuyo estreno tendrá luegar el próximo diciembre. Curiosa coincidencia en la cartelera que sirve para reflotar uno de los grandes talentos vivos de la música británica así como el magnum opus que cede el nombre a la película y que justo el pasado julio cumplió medio siglo de andadura.

La trayectoria de Robert Wyatt empieza a resplandecer como baterista en las filas de Soft Machine, uno de los combos que definieron el sonido Canterbury. Tras cuatro álbumes en la formación, Wyatt dejaría la banda para formar Matching Mole, con quienes editaría dos Lp’s, mientras que un tercero se vio truncado por una desgracia que lo dejaría postrado de por vida. Corrían los años salvajes del rock, era 1973, cuando Robert Wyatt, totalmente ebrio, quiso salir de una fiesta por el desagüe de una casa. Cayó desde tres pisos de altura, rompiéndose la columna vertebral y acabando postrado en una silla de ruedas. Sin embargo, en lugar de quedar derrotado anímicamente, buscó amparo en la música.  Su entidad como autor musical despegaría con la invalidez.  Se vio obligado a dejar la batería, ya incapaz de tocarla, y se centró en su carrera en solitario, poniendo el foco en la composición, la voz y los teclados. Solo un año después del trágico accidente, un 26 de julio de 1974, Rock Bottom llegaba a las cubetas de discos. Robert Wyatt alcanzaba así la cumbre de su carrera artística. Esa misma fecha quedaría grabada en su diario emocional por concretarse el enlace matrimonial con Alfreda Benge (Alfie), su gran amor y diseñadora de las portadas de todos sus discos.

Robert Wyatt

Sería así Rock Bottom la lanzadera de su nueva identidad musical. Un trabajo que empezó a gestarse durante un viaje a Venecia de 1972. Allí, con un teclado que le había regalado su novia, empezó a componer este viaje subacuático a las marismas del rock desde unos ángulos que pocas veces se habían explorado. Wyatt construyó un coral con la biomasa de su anterior etapa canterburyana, redirigiéndolo en ondas de jazz, música experimental, rock progresivo y hasta desvíos atonales. Una aproximación a un estado de vigilia; una bajada al subconsciente que se traduciría en un estado de embriaguez sónica, inaugurando algo que luego se bautizaría como música hipnagógica. La inaugural “Sea Song” sienta la cátedra de un pop misterioso y esquivo, que crece con las escuchas y te arrastra a estados hipnóticos mientras profesa su amor a su querida. “A Last Straw” cubre su anexión con el jazz y el Miles Davis oceánico. “Alife” parece surcar los tormentos de esas largas estancias en hospitales, pruebas, operaciones y acomodación a su ya irrenunciable silla de ruedas, como una invitación al Krzysztof Pendercki pesadillesco, la cabeza afligida de Wyatt expresada con metales correosos y chillosos, como un corral de aves en estado de pánico ante la presencia de un lobo merodeando. Se filtran alaridos y presencias vocales inquietantes.

Lo experimental deja paso a claros y a la voz tersa del de Bristol en “Little Red Robin Hood Hit the Road”, donde un joven prodigio llamado Mike Oldfield pone su guitarra a su servicio. No sería el único nombre sonante. La viola de Fred Frith (Henry Cow) irrumpe en el mismo tema. Y la concertina y la voz del poeta Ivor Cutler. Por su parte, Richard Sinclair (Caravan) defiende el bajo en varios de los seis cortes unificados (no hay separadores) que componen el álbum. Laurie Allan haciendo lo propio en la batería. Y otro batería, el de Pink Floyd, Nick Mason, conjuntando todos los flecos como productor.

Su rastro de misterio y adhesión no remite con los años. Su señalización experimental, la conjunción del rock bajo postulados experimentales y su capacidad para generar atmósferas sugerentes e inescrutables ayudaron a cimentarla como tótem del pop autoral, objeto de culto recurrente para gran cantidad de artistas que vinieron. Desde Radiohead hasta Animal Collective, pasando por Björk han asumido sus virtudes e incorporado esquirlas en sus respectivos sonidos.

Cincuenta años después esta obra de orfebrería brilla en toda su belleza y extrañeza. Una obra de infinitos recovecos y de un misterio impregnado por un artista asimilando su grillete físico definitivo, del que intentó liberarse con esta magna obra, y otras que le seguirían en las décadas posteriores hasta su retiro musical en 2014.

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