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Cultura

La Cataluña contracultural de los 70. Entrevista con Pepe Ribas

En Entrevistas, Cultura miércoles, 28 de julio de 2021

Marc Muñoz

Marc Muñoz

PERFIL

Barcelona era una fiesta underground. Lo recogió el documental de Morrosko Vila-San-Juan y lo vuelve a poner sobre la mesa El underground y la contracultura en la Cataluña de los 70, exposición que acoge el Palau Robert desde el pasado 2 de junio hasta el 28 noviembre del presente curso.

¿Cómo fue posible ese revolcón de libertad y desenfreno creativo en medio de la dictadura de Franco? Lo explica con suma claridad su comisario, Pepe Ribas, en la recepción al visitante de este viaje regresivo a un tiempo de ebullición creativa, comunión fraternal y experimentación, a favor de un cambio que sepultara los tonos grises de la época: Las incoherencias del régimen franquista en su decadencia, la persecución centrada en los partidos políticos marxistas e independentistas, y la distancia geográfica que nos alejaba del centro neurálgico del poder, posibilitaron unas grietas por las que se coló una parte de la juventud inquieta y conectada con las corrientes contraculturales que llegaban de fuera.

Pepe Ribas (Barcelona, 1951) fue testigo privilegiado de esos tiempos que algo sí cambiaron, en su cargo al frente de Ajoblanco. Institución del papel que fundó y desde la que cultivó, con la participación de ilustres plumas, ilustradores y diseñadores, el terreno para esos movimientos culturales y sociales al margen de las instituciones y del yugo franquista, incluso, blindados a la fagocitosis del sistema capitalista. Un tiempo único, sin duda.

Conversamos con el comisario de esta completa exposición que reúne 700 piezas sobre ese periodo clave en la historia de Catalunya y Barcelona de la segunda mitad del S. XX.

Underground

La explosión creativa que se vivió en las postrimerías del franquismo es lo que recoge la muestra en el Palau Robert. El régimen franquista, su inmovilidad y represión, despertaron el espíritu creativo, revolucionario y libertario de toda una generación. En ese sentido, ¿se trató de un momento irrepetible para el surgimiento de esos aires artísticos que imbricaban un deseo expreso por cambiar el mundo?

En parte es irrepetible. Piensa que salíamos de un momento de represión muy fuerte. No solo estaba en lo político, sino en todo, en la familia también; donde jugaba un papel importante un catolicismo reaccionario y cerrado. Pero entonces, en esta ciudad (Barcelona), especialmente en esta urbe, se vivió una excepción que fue que el franquismo perdió cómplices. Claro que había franquistas, pero la policía se centraba en perseguir a los marxistas, a los comunistas, o sea, a aquellos que suponían un peligro para sustentar el poder. Y ese enfrentamiento dejó unos resquicios para que una generación de jóvenes rompiera esquemas, frente a los hermanos mayores que eran los de la Nova cançó, la Gauche divine o CC.OO. Y así fue cómo se creo un nuevo espacio basado en libros, en intercambios; por ejemplo, con los hippies extranjeros que pasaban por la Plaça Reial camino a Ibiza y traían su nueva música a cuestas.

¿Cómo fue posible ese revolcón de libertad y desenfreno creativo en medio de la dictadura de Franco?

Luego en Barcelona también se sintonizaba Radio Luxembourg, una radio que emitía para el Reino Unido y que te informaba de música, happenings, teatro y experimentación. Incluso la revista Fotogramas a veces informaba sobre la contracultura fuera de las fronteras españolas. Y sobre todo, hubo una lectura fundamental que fue California Trip, de María José Ragué, que de alguna forma abrió las mentes de mi generación explicando su experiencia en la contracultura norteamericana durante su estancia en Berkley.

En la muestra queda patente que muchas disciplinas artísticas se alimentaron y confluyeron en un tiempo y lugar determinado. Todas las artes se sumaron a esa comunión de una juventud anhelando cambiar el gris panorama de su entorno. ¿En qué han quedado ese ímpetu y anhelo revolucionario? ¿La fiesta terminó en los 80?

La creatividad estaba unida a la lucha por el cambio social, de valores, de creencias, y de prácticas en la vida cotidiana. Había cambios estéticos pero fundamentalmente inducidos por los cambios éticos, cambios en el sistema de vida. Esto por un lado. Luego fue la era del nosotros, no había egocentrismos. Y luego también hay que tener en cuenta que el dinero no tenía el valor ni la importancia actual. Había mucho trueque. La mayoría no teníamos cuenta corriente, no había tarjetas. Y fíjate también en algo muy importante, con el 12% del sueldo de un cartero de correos podías alquilar un piso, con lo cual te quedaba el 80% para poder vivir. Podías trabajar tres meses al año, y dedicar el resto del año a crear y/o viajar.

Toda esa fiesta terminó en el 78. Cuando todos los nuevos partidos empezaron a alcanzar el poder. Hay varios motivos que explican ese declive. Por un lado la fragmentación de poder e intereses. También hay cierta radicalización que debilita el movimiento. Así como muchos miembros que tienen que vivir y empiezan a comercializarse. El tono del dinero empieza a cambiar. Algunos por eso deciden irse a vivir en comunas en el campo. En un momento dado irrumpe de nuevo el anarquismo violento, y llegan también infiltraciones tremendas de la policía en los núcleos. Y la guinda la pone la inseguridad: las Ramblas vivió episodios de batalla campal, y, sobre todo, la expansión de la heroína. Es cuando empieza a descomponerse la posibilidad de cambiar el mundo.

Expo Catalunya Underground

¿Cuáles dirías que fueron las conquistas sociales y culturales más relevantes de esa generación?

Creo que dejaron un gran poso. Ahí arrancó la lucha por todas las libertades: la sexualidad, el feminismo, la homosexualidad, la consciencia ecológica, la antipsiquiatría se van imponiendo, y aún queda mucho por hacer. Pero en cierto modo, lo que se planteó entonces, sigue vivo en la actualidad.

Barcelona ha perdido esa chispa contracultural y de capitalidad artística que permite el intercambio, la transferencia de activos e ideas. La ciudad se ha desfigurado en una especie de parque temático gaudiano, ha perdido su esencia para dar encaje al turismo. La barrida de bares, restaurantes, salas y espacios donde confluía el arte, la cultura y la diversión ha sido tremenda en los últimos años. ¿Cómo describirías el actual momento por el que pasa la ciudad?

En los años 70 había una tremenda pluralidad que hizo posible un laboratorio de libertades. Ahora bien, el ascenso de los partidos políticos produce una instrumentalización de la cultura a través de la subvenciones, y eso termina mermando las libertades porque hace que de algún modo tengas que adecuar tu ideario a lo que les interesa a los políticos. Así que la crisis de Barcelona empieza en realidad en el 78, cuando las puntas creativas se empiezan a trasladar a Madrid. Esa mirada transoceánica, con conexiones con Sudamérica, y cosmopolita, se ve alterada con la irrupción de los nacionalismos y de los partidos socialistas-comunistas. Dos mundos que acaparan la libertad, la regulan incluso. Y unido a esa crisis creativa, hay un factor muy relevante: termina la economía productiva para dar paso a la economía especulativa y de servicios. En el momento que Barcelona pierde peso notorio se inventa lo olímpico, y eso degenera en el turismo de masas. Pero la crisis tiene su raíz ya en 1978.

¿Crees que la ciudad podría revertir esa situación y recuperar cierta capitalidad artística?

El nacionalismo tendría que cambiar de mentalidad, tendría que ser expansivo.

El mundo editorial y especialmente el de las revistas ha sufrido una enorme crisis que ha despoblado los quioscos, y estos han sido a su vez barridos de las ciudades. ¿Hasta qué punto ha afectado a todo el tejido cultural toda esta pérdida de cabeceras?

Yo creo que mucho, porque creo que Internet no es sustituto del papel, del mismo modo que el teatro no murió con el cine. Nosotros nos planteamos resurgir con Ajoblanco en esta tercera etapa en 2017, pero nos dimos cuenta que no había referencias a quienes entrevistar. Del intelectual comprometido e independiente hemos pasado al tertuliano, y del tertuliano que sabe de todo y no sabe de nada, hemos pasado al especialista. Nosotros en los 70 queríamos imitar a Leonardo Da Vinci, ser hombres completos, saber un poco de todo, tener criterio; criterio independiente para poder ser crítico. No quedan escritores como Juan Marsé, o como Gabriel García Márquez o como Borges.

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