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La era del rock Hacendado

En Música 8 agosto, 2019

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

No descubriremos la pólvora a estas alturas, pero es obvio que la destreza técnica de muchos de nuestros músicos de ahora es inversamente proporcional a su capacidad de inventiva, a su habilidad para dar con un discurso singular. Quizá todo esto suene a la vieja cantinela del pollavieja de turno. Si lo creen así, no es necesario ni que sigan leyendo: vivimos tan enrocados en nuestros propios dogmas de fe que basta con echar un vistazo al titular de turno para escoger bando. Es tan sencillo como eso.

Pero tras unos cuantos —muchos— conciertos vistos en la programación de julio de su ciudad y en unos cuantos festivales de verano, uno no puede abstraerse a la recurrente idea de que muchos de los músicos españoles de última generación que hoy en día gozan de cierta notoriedad lo hacen licuando el discurso de sus referentes hasta convertirlos en una caricatura.

Ya no se trata solo de que el manoseado indie estatal de la última década se haya convertido en algo tan clónico, profiláctico, pretencioso (esos textos henchidos de una pomposa trascendencia) y esencialmente bobo como para que hasta servidor acepte el palabro como animal de compañía para hacerse entender en conversaciones con compañeros del gremio: una inevitable claudicación, mientras los que de verdad siempre han sido indies se comen los mocos vagando de sala en sala. No, no es solo eso.

Da escalofríos escuchar la selección musical que algunos músicos escogen para amenizar la espera hasta que sus conciertos comienzan, mientras el público consume y logra que el promotor haga caja en las barras durante la espera: rock and roll clásico, stoniano; rescates de soul con solera; las sagradas enseñanzas de Neil Young y todos los apóstoles de lo que luego se llamó sonido americana… es tan enorme el trecho que separa a esos indiscutibles referentes de sus supuestos legatarios hispanos que al final uno podría hacer un interminable listado de versiones Hacendado (ya saben, la marca blanca de la gran cadena de supermercados) que toman sus particulares tótems como un cascarón al que desproveer de toda esencia.

Indie - Rock

Sabe mal decirlo, porque en la mayoría de los casos hablamos de músicos honestos consigo mismos y con su oficio, rodeados de excepcionales instrumentistas. Gente que se gana la vida con toda la dignidad del mundo. El nivel de profesionalidad que nuestra escena pop y rock ha alcanzado en los últimos tiempos dista mucho, en general, de la precariedad técnica de muchos de quienes encarnaron la cacareada Movida en fiestas patronales de pueblo en pueblo durante los años ochenta y de quienes nos advirtieron del advenimiento del indie (el real) durante aquellos noventa en los que un inglés wachuwei acostumbraba a tapar todo tipo de carencias. Los shows son ahora técnicamente impecables. No como entonces.

Pero esa risible banalización de los cuatro estereotipos del rock canallita para adaptarlo al denominador común de un público que no sobrepasa —mentalmente— la adolescencia, la trivialización de los cuatro tópicos del latineo pillados con alfileres, el mestizaje sometido a la cansina repetición de los mismos cuatro tics de siempre, la estandarización de las enseñanzas de Tom Waits o de la Creedence Clearwater Revival hasta convertir sus dictados en música para el hilo musical de la consulta del dentista… son todos síntomas de que lo que hemos ganado en una irreprochable pulcritud lo hemos perdido en particularidad sonora.

Eso que llamábamos actitud ya no cotiza. Vivimos rodeados de músicos con pinta de educadísimos arquitectos o publicistas: son tan majetes, tan políticamente correctos, tan incapaces de decir una palabra más alta que la otra, que personajes como Loquillo, Jorge Martínez (Ilegales), J (Los Planetas) o Nacho Canut parecen salidos de otra galaxia. Y eso también es un reflejo de la música que proponen. El signo de la asepsia más absoluta. Cuidado con incordiar a nadie, que eso es de raperos y traperos. Y por eso mismo, ya ni sorprende.

Hace más de veinte años, Beck decía que ver la MTV le hacía tener ganas de fumar crack. Y como aquí todo llega con cierto retraso, pero indefectiblemente llega, esa es la sensación que a uno le asalta a la hora de tener que calificar ciertas prestaciones escénicas sin tener que parecer un puñetero aguafiestas. En cualquier caso, no se apuren, que el verano se esfumará, y volveremos a centrarnos en las decenas, cientos de trabajos y decenas de directos que nos devuelven la fe en un arte que no está, ni por asomo, en crisis. Aunque a veces lo parezca.

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