Se suceden estos días los vítores hacia Lovers Rock, la cúspide de Small Axe, la pentalogía que el oscarizado Steve McQueen ha articulado alrededor de la comunidad antillana londinense con el apoyo financiero de Amazon y BBC. Su fórmula de narrativa mínima alrededor de cuerpos flotantes y entrelazados, unificados por el éxtasis que comulgan bajo una nube de reggae, libido y marihuana se ha convertido en estos días de restricciones, distancia social y vuelta a la zozobra de las cifras, en un respiradero por el que asomarse para ser transportados a esos sentimientos lejanos, los asociados a las reuniones festivas sin límite de horario ni decibelios.
Esta entrega hedonista, vital, de incontrolable pulso musical, forma parte del fresco que el director británico firma alrededor de la comunidad afrocaribeña londinense de finales de los años 60 y principios de los 80. El nexo común de Small Axe es el racismo de la sociedad inglesa hacia el pueblo caribeño y jamaicano. Algo que logra articular a través de cinco relatos que toman el punto de vista de distintos personajes de piel negra y sobre cómo viven su negritud en un contexto adverso.
Como cualquier antología, las distintas películas/capítulos —aún no queda del todo claro cuál es la mejor distinción para referirse al formato de este proyecto. Movistar + la incluye en su catálogo de películas— resultan desiguales entre sí. Si “Lovers Rock” es la joya de la corona, otras aproximaciones se quedan a cierta distancia de la atmósfera y el remolino de emociones que genera. No obstante, todas ellas comparten una estética que rescata el cine social inglés, también en su fondo, con denuncias más o menos explícitas, algunas marcando el foco de la historia, y otras, como la mentada “Lovers Rock”, como un insinuante fuera de campo: esa amenaza de la policía irrumpiendo y desarticulando el sound system o jóvenes borrachos ingleses que pueden perturbar el andar por las calles poco iluminadas. Pese a sus altibajos de interés, todas ellas comparten un marco estético admirable, y suficientes cualidades (empezando por su hilo sonoro) como para completar todo el visionado. Estamos de hecho, ante la primera gran baza cinematográfica de la temporada, y llega multiplicada por cinco. Pasamos a desglosarlas.
“Mangrove”
La primera entrega de la antología se salda con el esfuerzo de mayor duración y el más convencional de los cinco, por ende, el más afín para que termine seduciendo a la academia de Hollywood. El film narra los disturbios que derivaron en el juicio de Mangrove. La tentativa de McQueen se disuelve aquí en un drama judicial trillado, de denuncia gruesa y con amplias similitudes con el reciente El juicio de los siete de Chicago, pero con una carcasa estética más reforzada y, al fin y al cabo, más gozosa de ver que el ejercicio de Aaron Sorkin.
“Lovers Rock”
Hemos abierto hablando sobre la obra que sobresale sobre el resto, pero aún quedan líneas por exprimir alrededor de esta oda a la música, el deseo y el amor. Steve McQueen recupera ese cine sensorial y físico de sus inicios, y de su etapa previa como artista, para dibujar una atmósfera hipnótica y narcótica alrededor de ese ritual de cuerpos danzando en júbilo y éxtasis, donde las paredes sudan, el sound system atruena mientras el dj encadena hits, y la temperatura corporal sube varios grados. Una nube de sensaciones dulces (y alguna amarga) donde el sentimiento de grupo lo estimula el sonido jamaicano y esa negritud compartida que priva a los asistentes de la libertad de divertirse fuera de las paredes de esa house party londinense, en la época en que las discotecas y bares de la metrópoli impedían la entrada a los negros.
El racismo en fuera de campo, y la pertenencia grupal y las sensaciones a flor de piel, marcan su fabulosa puesta en escena. Todo ello regado con una banda sonora (ver abajo) que la alza entre lo más memorable del cine musical, el juvenil y cualquier retrato sobre juergas que se haya propuesto.
“Rojo, blanco y azul”
La entrega de Small Axe protagonizada por John Boyega (la cara más popular de todo el reparto) se centra en la voluntad de un joven negro de clase media que, tras la paliza a su padre por parte de dos agentes de policía, decide dejar su trabajo como científico forense para ingresar en el cuerpo policial con la pretensión, naïf, de erradicar su linaje racista. El filme se encuadra en el drama policial, de cierto revestimiento setentero, alrededor de este David contra Goliat, este último entendido como el sistema, donde cohabita un racismo de difícil erradicación, pero también en la tierna y emotiva historia entre este joven idealista y su cínico (o realista) progenitor.
“Alex Wheatle”
El capítulo más olvidable de la pentalogía Small Axe recurre a los distintos episodios de la vida del escritor juvenil británico que da nombre al film: la infancia entre internados, su llegada epifánica a Brixton, y la estancia a prisión, tras intervenir en los disturbios de 1981. Lo mejor vuelve a ser ese pulso musical que envuelve durante varios fragmentos las imágenes. La música negra como antídoto vital a las desigualdades y los golpes de la vida.
“Education”
Finaliza el fresco esta entrañable —aunque con sus sarpullidos de crudeza—, exploración del racismo anegando el sistema educativo. A través de los inocentes ojos de Kinglsey, un chaval con problemas de lectura que aspira a astronauta, pero cuyo futuro se enturbia cuando el sistema lo despoja de una educación normal y la posibilidad de sentirse uno más, enviándolo a un centro de educación especial.
Mención especial a la deliciosa banda sonora de Small Axe
Es imprescindible reseñar la banda sonora de Small Axe, especialmente la música no original —la original corre por cuenta de Mica Levi—, que rescata perlas empolvadas de la música jamaicana, especialmente del dub y el reggae. Toda una batería de hits entre las distintas entregas que, de nuevo, alcanza su cenit en un “Lovers Rock” donde se encadenan las canciones al ritmo impaciente de nuestros días.
Una de las más degustadas es la hermosa balada de Janet Kay, “Silly Games”. Este tema de 1976, con una excelsa producción de Dennis Bovell , y con ritmo arrastrado e hipnótico, escaló los charts ingleses de la época hasta la posición nº2.
Otra de las joyas que sobresale entre los fotogramas de Small Axe es “Darling Ooh”, pedrusco de rocksteady de Errol Dunkley.
Otro de los momentazos de la velada corre a cargo de Carl Douglas y su infranqueable “Kung Fu Figthing”. Todos a sus puestos de combate.
https://youtu.be/jhUkGIsKvn0
Justo en ese momento en que los cuerpos agotados bailan por inercia, incapaces de acatar los primeros rayos del sol, salta este tema que incide en ese dub narcótico que parece poseer los instintos y ánimos de la música de baile. “Kunta Kinte Dub”, de The Revolutionaries, pone el colofón a una fiesta inolvidable.
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