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Gangs of London: La épica de la violencia

En Cine y Series lunes, 15 de junio de 2020

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

Gangs of London, una de las series del momento, forma parte de la filmografía de Gareth Evans, junto a cinco largometrajes, un corto, y la participación en una película de terror de segmentos. Aún es demasiado pronto para poder evaluar apropiadamente sus aptitudes con este material, todavía escaso, por lo que resulta arriesgado aventurarse y pronosticar qué es capaz de hacer (y qué no) este director galés. Pero lo que ya está claro es que la mayoría de sus películas apuntan claramente hacia una desatada afición por la violencia extrema.

gangs of london

Gareth Evans, en el set de rodaje de The Raid.

De hecho, The Raid puede considerarse por derecho propio no sólo como una de las películas más violentas de la historia, sino, y esto es más importante, como la película que ha redefinido el significado del cine de acción en el siglo XXI. De la misma manera, pues, que Jungla de cristal (1988) construyó un modelo de actioner que luego fue imitado durante mucho tiempo, The Raid se ha convertido en la película a la que se quieren parecer las apuestas más ambiciosas del género en los últimos años.

Películas como Atómica o las tres protagonizadas por el asesino a sueldo John Wick exhiben en sus fotogramas esa misma violencia extrema, sangrienta, descontrolada, de la que hace gala Evans, no solo en The Raid sino en el resto de sus excelentes películas de acción.

Curiosamente, la única vez que Evans se ha apartado del actioner, exceptuando el segmento para la película de terror de historias breves V/H/S/2, ha sido para rodar su cinta más endeble, Apostle. Se trata de un fallido drama que coquetea con el terror de sectas e incluso con el torture porn, pero sin acabar de encontrar un lugar cómodo entre tantas referencias de género y, por lo tanto, sin apenas conseguir ir más allá de los resortes típicos de estos géneros.

Gangs of London

Mientras esperamos sus nuevas propuestas cinematográficas, Evans se ha embarcado en una serie de televisión, Gangs of London, que ha ideado y creado junto a Matt Flannery, director de fotografía de todas sus películas. La serie está estructurada en nueve episodios de los que Evans se reserva la dirección de dos y cede las riendas a Corin Hardy en cuatro y a Xavier Gens en tres. Aunque el primero es el autor de dos largometrajes enmarcados en el género de terror, no es nada casual la elección de Gens: él es el responsable de Frontière(s), que en 2007 ayudó a definir aquel nuevo terror francés caracterizado por unas altas dosis de hemoglobina.

La película de Gens es menos popular que otras apuestas de aquel movimiento como A l’intérieur o Martyrs, cintas que, de hecho, han conocido (horrendos) remakes. Sin embargo, y al contrario que aquellas, su salvajismo está muy lejos de la gratuidad y el puro nihilismo, y obedece a un mensaje social contundente, que convierte la película en una sólida parábola de terror acerca de los riesgos de vivir rodeado de violencia. Parece más que justificada su presencia en un producto como Gangs of London que, como veremos, no se corta un pelo a la hora de explicitar todas y cada una de sus muertes.

Y es que es este precisamente uno de los principales rasgos de autoría de Gareth Evans, esta frontalidad sin matices respecto al momento exacto de la muerte de sus personajes. Con él no hay fuera planos, no hay alejamientos pudorosos de cámara para respetar la intimidad de semejante momento. Sus personajes mueren con todo lujo de detalles, frecuentemente en primeros planos y de maneras ultraviolentas. Es justo esa crudeza con la que expone los efectos de la violencia en los cuerpos humanos la que marca realmente un discurso extremo y no apto para cualquier paladar. No, Evans ni conoce ni ha conocido nunca el significado de la palabra “sugerente”.

Gangs of London

Habrá que tener esto en cuenta cuando llegue el momento de evaluar sus aptitudes, porque lo que está claro es que su aproximación a la violencia es muy personal. Tan personal que no cuesta rastrear su autoría detrás de los dos episodios de Gangs of London que ha dirigido. En el primero hay dos peleas con su sello característico. Por un lado, una multitudinaria en un bar donde asistimos a un espectáculo bastante explícito que incluye, por poner dos ejemplos, una pierna partida contra la esquina de una barra de bar o la mitad rota de una botella de cristal usada como ariete contra un rostro. La otra, hacia el final del capítulo, es un combate cuerpo a cuerpo con la extrema fisicidad con la que nos sorprendió en The Raid, y que acaba con un momento gore difícil de olvidar.

Pero es especialmente en el quinto capítulo, ambientado íntegramente en una granja en el campo que es asediada por un equipo de asesinos de élite, donde se detecta al Evans hiper violento de The Raid. No es solamente el mejor de los nueve episodios, es sin duda una de las mejores coreografías de violencia jamás filmadas, un festival calculado milimétricamente, de ritmo impecable y caligrafía visual precisa.

Sus extenuantes 54 minutos de duración se reducen básicamente a una sinfonía de disparos, peleas y explosiones que suponen un cierto cambio de registro en la aproximación a la violencia de Evans, que aquí está apoyada más en el disparo que en la pelea. No es que no hubiera tiros en sus anteriores películas, en The Raid hay una buena dosis de ellos y algunos filmados con una crudeza que hiela la sangre. Pero hasta ahora, su cine se había basado principalmente en el combate cuerpo a cuerpo y el uso (y disfrute) de todo tipo de armas blancas, con una clara preferencia por el machete.

En este episodio de Gangs of London esto cambia, y el arma de fuego pasa a ser el eje del relato. No hay apenas peleas, tampoco cuchillos ni similares. Los personajes sucumben (los que sucumben) bajo un paroxismo de fuego cruzado hiperbólico en el que más que balas parece que se disparen cañonazos, a juzgar por sus efectos tanto en cuerpos humanos como en el decorado.

Gangs of London

Esta evolución en el tratamiento de la violencia es uno de los síntomas que señalan hacia un posible crecimiento en la carrera de Evans. Otro síntoma más importante aún sería la necesidad de superar la concepción de la violencia como motor argumental exclusivo, algo que ¡ojo!, no me parece mal: gracias a esa visión existe una obra maestra como The Raid. Pero es una apuesta que, si bien claramente funciona en un formato de 90 minutos, cuando hablamos de casi nueve horas de metraje se revela insuficiente para sostener toda una trama si lo que se pretende es escapar de la mera reiteración.

En este sentido, Gangs of London es un decidido paso hacia una narrativa de arquitectura más clásica, en la que está perfectamente integrada la extrema violencia característica de sus anteriores películas. Sin estridencias, sin forzar nada, la serie despliega por un lado un abanico argumental complejo, una intriga familiar en el seno de una lucha por el poder entre bandas de mafiosos y, por el otro lado, un apetito por la violencia que no hace otra cosa que ilustrar y dotar de más fuerza aún a la parte más dramática de la serie.

Gangs of London

Gareth Evans en Sitges.

En este fresco conviven muchos personajes, muchas líneas argumentales que colisionan en una especie de moderno western caótico, que ocurre de incógnito en pleno Londres. Y aquí es justo donde Gangs of London acierta de manera triunfal, en la descripción de un mundo camuflado que parasita en el mismo corazón de una de las ciudades más importantes del mundo.

El ecosistema que describe no es precisamente discreto, basado en el asesinato y la corrupción consigue, sin embargo, permanecer oculto a la opinión pública; un universo que, al fin y al cabo, es el que le permite a Gareth Evans ampliar su discurso cinematográfico, dotarle de mayor profundidad y complejidad, pero sin renunciar a esa pornografía de la muerte que tanto le gusta. El resultado es algo que su cine todavía no había conseguido: dotar de épica a la violencia.

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