Podríamos hablar de la relación entre Henry Miller y Brassaï como un bromance de infinito valor artístico y respeto mutuo, entre muchísimas otras peculiaridades y anécdotas conjuntas o, al menos, de eso trata el libro publicado por el fotógrafo Brassaï en 1975, al que tituló Henry Miller: los años en París.
Este texto, de indiscutible calidad literaria y con un deje de nostalgia más que palpable, aborda la amistad que ambos hombres iniciaron y mantuvieron a lo largo de los años 30 en la, por entonces, capital cultural mundial, que tuvo un gran papel en la construcción y consolidación de dicha relación. La ciudad los recibió con los brazos abiertos y consiguió encumbrar a ambos hacia el éxito artístico, sirviéndoles como máxima inspiración y musa, tanto para el ojo del objetivo como para las palabras aún por mecanografiar.
Gyula Haláz (Rumania, 1899-1984), de nombre artístico Brassaï, nació en Brassó, Transilvania. En 1924, ya se había trasladado a París con la intención de no volver a su patria y dedicarse a la pintura, tras estudiar arte en Budapest y Berlín. Su pseudónimo, Brassaï, hace referencia a su procedencia, traduciéndose como “de Brassó”. En sus comienzos, colaboró con periódicos donde en un principio aportaba fotografías de otros autores hasta que comenzó a vender las suyas propias.
Apodado por el propio Miller como El ojo de París —alias que da título a un ensayo sobre el fotógrafo, escrito por Miller en 1937—, Brassaï dedicó su tiempo a recorrer la ciudad de día y de noche, buscando en cada rincón, esquina, acera y callejón la esencia misma de lo que se presentaba ante sus ojos. Aunque no solo dedicó su obra a los espacios abiertos. También indago en los privados y fronterizos, como en las casas, cafeterías, restaurantes o prostíbulos de la capital francesa, entre otros muchos lugares.
A finales de 1932 publicó el libro que lo catapultaría a la fama, Paris de nuit, una serie de fotografías de la ciudad a la luz de la luna, cubierta de niebla, humedad y lluvia. Las imágenes derrochan la nostalgia y la melancolía hallada en los rincones más oscuros o en aquellos torpemente iluminados por un cableado eléctrico que todavía empezaba a extenderse por la capital.
Henry Miller (Brooklyn, EE.UU, 1891-1980), por el contrario, viajó a París por primera vez en 1928, regresando a su patria aburrido y harto de visitar tantos lugares históricos, monumentos y vestigios del pasado, relata Brassaï. Sin embargo, no tardó en regresar, ya que en el año 1930, su por entonces esposa americana, June Mansfield, le compró un pasaje de avión para volar a Europa por segunda vez. En esta ocasión, un Miller de 39 años aterrizó en el viejo continente con la intención de llegar hasta la ciudad de Madrid, aunque su pobre economía no le permitió más que quedarse en París, con los bolsillos vacíos y una segunda oportunidad para conocer la ciudad desde otro punto de vista.
El escritor era un hombre pobre en Estados Unidos y el continente francés no cambiaría ese hecho, aunque ciertamente le serviría como inspiración para convertir su miseria en literatura. En Henry Miller: Los años en París, Brassaï describe a su amigo como un yanqui pobre, sin un centavo en el bolsillo, sin nombre, sin reputación, sin domicilio fijo… sus únicos problemas eran qué comer y dónde dormir, confesaba el fotógrafo.
Pero Henry Miller tenía una visión más positiva de su situación, ya que la pobreza en Estados Unidos y en Europa no tenía comparación. En América, ser pobre equivale a una tara moral, un deshonor que la sociedad no perdona, escribe Brassaï. En Europa por el contrario, Miller encontró a personas en su misma situación económica que eran admiradas por su inteligencia o la creación artística que ofrecían al mundo.
En EEUU me sentía en completo aislamiento. De repente, en Le Dôme —café parisino frecuentado por escritores y artistas en los años 30— encontré un montón de gente de mi especie con la que por fin podía mantener una conversación sensata, escribió Miller a su amigo por correspondencia, quedando reflejado asimismo en el texto que escribiría años más tarde Brassaï, colmado de referencias, citas, anécdotas, fotografías y correspondencia mutua y y ajena.
Es en este preciso momento del espacio-tiempo donde Henry Miller viviría lo que él mismo denominó como “su segunda juventud”, a pesar de que París ya no se encontraba en la plenitud de sus años 20. El crack del 29 había afectado a la economía a nivel global y Europa se encontraba a las puertas de la Segunda Guerra Mundial.
Como decía, Miller se mantenía positivo. He tenido que verme completamente arruinado, desesperado, viviendo como un mendigo en las calles para comenzar a ver y a amar el verdadero París. Lo descubrí al mismo tiempo que me descubrí, llegó a afirmar en Conversaciones de París, de Georges Belmont. Es entonces, equipado de este cóctel de miseria y decadencia, cuando en 1934 Miller comenzó a escribir Trópico de Cáncer, una novela autobiográfica en donde precisamente relataba esos primeros años en la capital francesa, narrando sus aventuras amorosas, nocturnas, diurnas, artísticas y sociales en un ambiente completamente irresistible para aquellos que consideramos haber nacido en la década errónea.
Es, en definitiva, la inmensa y atractiva ciudad de París la que une a estos dos creadores y no solo los empuja a una inevitable amistad basada en el intelecto y en la faceta artística de cada uno, sino que los inspira de manera arrolladora, siendo esta el tema principal de ambos artistas.
Ambos actúan desesperados por capturar aquellos instantes, con la cámara o con las palabras, de “Los barrios desheredados, los suburbios periféricos y, sobre todo, el París oculto en la noche, con sus ventanas iluminadas o cerradas, sobre la miseria, sus cafetuchos llenos de borrachines y mujeres, de cuyo interior, mezclada con la luz y las canciones, se escapa una oleada de palabras obscenas, que ejercían sobre él una atracción similar a la de una amante, escribe Brassaï sobre su amigo. Aunque igualmente se le podría aplicar la misma descripción a las metas artísticas del fotógrafo.
En definitiva, Brassaï nos ofrece a través de su texto un viaje hacia el interior de sus propios recuerdos, en los que también tienen protagonismo —a parte de Henry Miller— artistas como Picasso, Dalí, Anaïs Nin, Lawrence Durrell y otras tantas celebridades de la década. Esto nos ayuda a entender mejor la personalidad y manera de actuar de Miller y la amistad entre ambos hombres.
Y es por esta misma razón, así como por la calidad narrativa del texto, el atractivo de sus anécdotas y sobre todo por esa puerta que se nos abre a los lectores hacia la peculiar y —hasta la fecha de su publicación— privada amistad de ambos artistas, la que hace de este ensayo un texto excepcional para añorar, disfrutar, visualizar, revivir, conocer y comprender las obras de ambos autores, la unión que se forjó entre estos y la irresistible ciudad de París durante la década de los años 30.
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