Donde se hace cuestión de la pornografía. Imágenes de moscas y otras que dan calor. Momentos sexy de la literatura y algún malentendido difícil de deshacer.
#1 El momento más erótico de la literatura universal
En la escena más erótica de la literatura universal nada se ve. Nada se nos dice acerca de qué pasa. No hay descripción del quehacer de los amantes. Solo un coche tirado por caballos recorriendo las calles de una ciudad francesa.
El narrador ha subido a la pareja al carruaje. Ella acaba de mojarse los dedos en agua bendita. Se han corrido las cortinas. Han pedido al cochero que vaya donde quiera (donde vaya no importa, no importa donde vaya). Se describe el camino que sigue el carruaje y los gritos de él: ¡No pare! ¡Siga!
Los amantes han corrido las cortinas pero de ellos nada se dice, nada se ve. Conocemos las calles donde pasa el carruaje, la orden de seguir no importa donde. Flaubert pone el flexo en el asfalto y sobre el paisaje que no vieron Emma Bovary y el pasante de notario Léon Dupuis. En la escena más excitante nada se nos muestra.
#2 Curiosa naturaleza de la pornografía
A mí, que de bebé me gustaba pasar las horas muertas, fumando desnudo delante de un espejo, me agradaba también, sobremanera, detener en el aire la pipa que fumaba pensativo, preguntarme y de paso preguntar a la criatura que no dejaba de observarme, por la curiosa naturaleza de la pornografía.
Sí, de bebés nos fascinaba la pornografía. Pero no los films pornográficos que hubieramos considerado previsibles en su desenlace, demasiado desapegados de la trama y rácanos de emoción, sino única, concreta, particularmente, su intuición, en abstracto, para delinear con más exactitud, profundidad y rigor que otros géneros narrativos los finos lindes que separan la realidad de la ficción.
#3 Sexo como ficción
A esa observación que tengo, como digo, por una temprana obviedad, le he dedicado en vano mucho pensamiento y tiempo sobre todo. La naturaleza de la ficción erótica es la propia de la construcción artística: Aury, Becadelli, Lawrence, Klossowski, Maupassant, Sacher-Masoch, Ovidio, Louÿs, Bataille, Vatsiaiana, Grandes, Genet, todos ellos proporcionaron materiales de su imaginación.
#4 Reivindicación Miller
Sexus, Nexus, Plexus es una trilogía del neoyorkino Henry Miller, autor de la excepcional Trópico de Cáncer. Escritor aún legible apenas mencionado en el espurio revival sobre erotismo en literatura que hemos padecido estas semanas. Puede ser porque la literatura erótica de diseño, como la cocaína, el FMI, las fotos de Helmut Newton, o la pornografía son estupendos aliados del capitalismo desrregulado y a Miller, que era muy auténtico, no le gustaba nada eso.
#5 ¡Lolita no es un libro erótico!
Henry Miller es pues, nuestra primera recomendación, si hubiera que señalar ahora un malentendido casi diría que lo que más me ha molestado estas semanas es ver a Vladimir Nabokov en la lista de los libros eróticos del siglo ¡Lolita no es un libro erótico! Excitar es la última de las intenciones estéticas del fabuloso y divertido autor de Pale Fire.
#6 Una obra maestra
Choderlos de Laclos logró con Las relaciones peligrosas –esa “pieza de genialidad” al decir de Julian Barnes– una obra cumbre del erotismo y de la literatura europea. Siempre he lamentado la elección de Malkovich para Valmont en la estupenda película de Stephen Frears: sólo por ello (y quizás por la mala traducción en España de su título) los personajes femeninos parecen distintos al retrato –más inteligente– que de ellos nos hacemos en las epístolas de Laclos.
#7 La escena más sucia
La escena más sucia de la historia del cine bien podría ser la doble y ambigua violación de Perros de paja, el film de Sam Peckimpah. En ella el rifle que en un momento apunta a Susan George cumple funciones de flexo, simbólicas y de cámara. Decía Woody Allen que el sexo sólo es sucio si se practica correctamente aunque aquí Peckimpah se pasó.
#8 Nexo del sexo con la historia
Hollywood Babilonia de Kenneth Anger es un libro pornográfico en todas las acepciones actuales del término. En el sentido más riguroso conservan su fuerza ilustrada, Fanny Hill de John Cleland o las obras del Divino Marqués.
En el sentido amplio en el que tomamos el objeto de la entrada, resulta erótica la escena sexual integrada en una trama. Los relatos de Kundera del Libro de los amores imaginarios alternan el desnudo con reflexiones alegremente maliciosas sobre la naturaleza humana, tal como hoy hacen algunos relatos de Martin Amis y, antes que él, Swift o Rabelais.
#9 El mejor corte
Arthur Schnitzler tenía un flexo para buscar en la oscuridad de las almas. El autor del Relato soñado en el que basó Kubrick Eyes Wide Shut, dio el mejor corte de la literatura de nexo erótico en El retorno de Casanova: cuando unos jóvenes alardean de sus conquistas ante un viejo a las puertas de Venecia, este les recuerda con naturalidad y melancolía que una tarde, en ese mismo patio, dos jóvenes novicias se hicieron muy amigas sólo para complacerle. Pero, ¿quién es usted? Mi nombre es Giacomo…
#10 Sabiduría Vizinczey
Al protagonista de En los brazos de la mujer madura le besan el culo todas las invitadas de sus padres con tal de que se vaya a dormir, hecho que influyó en su posterior autoestima. En El millonario inocente, otra novela de Stephen Vizincey, el marido celoso no puede dejar de ver en la intimidad el vídeo pornográfico que su detective privado consiguió al pillar in fraganti a su mujer con el buscador de tesoros Marc Niven.
#11 La prostitución poco tiene que ver con el erotismo
Hay una costumbre francesa y del cine español de qualité de colarnos historias de pintores y poetas adornados con jovencitas: verdetes que ven romántico un puerto en La Habana o una calle sucia de París donde descuella una mujer hermosa. Creo que es porque no han tenido que hacer la calle en su p. (valga la redundancia) vida.
#12 Madame Bovary corrompe a todos al otro lado de la tumba
No sigo, paro. Eran apenas unos apuntes. El paseo en carruaje de Madame Bovary es el momento erótico más completo de la literatura universal pues en él caben todas las imaginaciones. Emma Bovary buscó en la ficción, como Flaubert, una vida más hermosa que la vida. La economía real y la mediocridad de los amantes que encontró en su quijotesca pesquisa le deben todavía una disculpa.
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