Foodie Love, dirigida por la cineasta española Isabel Coixet, ha sido una de las últimas series de HBO del 2019, una mini serie de ocho capítulos, que tiene mucho que ver con su libro La vida secreta de Isabel Coixet (2011). Este era una especie de diario visual que recogía los gustos, los fetiches y algunas de las pequeñas obsesiones conocidas de la directora catalana: el cine, la música, la comida, los viajes, la fotografía y su pasión por Japón y París.
En Foodie Love, Isabel Coixet sigue tratando algunos de los temas principales de sus películas, como el amor, el desamor, el compromiso, la duda y la soledad, pero si bien el tono de aquellas es más bien dramático, en la serie los aborda de manera ingeniosa, aguda y fresca, sin caer en la condescendencia, utilizando la comida como base de una historia de amor. Ella es la catalizadora de las emociones de dos personajes que se encuentran, se alejan y se reencuentran a través de un peculiar recorrido por cafés, bares y restaurantes.
Pero, ¿por qué es tan especial y diferente? Por la manera tan sutil y elegante que tiene Coixet de mostrarnos los pequeños e invisibles vínculos que existen entre la gastronomía, el amor y la arquitectura de los espacios en los que se desarrolla la relación.
A través de las diferentes citas, conoceremos los puntos de encuentro de nuestros protagonistas, que comprobarán cómo el binomio arquitectura-gastronomía puede auspiciar una relación sentimental.
En la primera cita, los protagonistas se encuentran en la cafetería Espai Joliu situada en la zona de El Poble Nou (Barcelona): un luminoso café-tienda con decoración industrial y vintage, en la que puedes comprar tanto diferentes variedades de cafés y dulces caseros de elaboración propia como plantas.
La elección de esta cafetería es todo un acierto, puesto que ellos no se conocían antes de contactar a través de una aplicación móvil. Por ese motivo, lo más lógico es quedar a plena luz del día en un espacio con encanto pero discreto y a la vez neutro, que no llame demasiado la atención. Si nos fijamos en el local observamos que su decoración no aporta nada nuevo ni diferente al mundo del interiorismo que no hayamos visto antes, porque en cualquier ciudad existen locales con ese aire industrial.
En la segunda cita la cosa cambia, porque la sintonía entre nuestros protagonistas propicia un nuevo encuentro. Esta vez el local lo elige él. Empieza el juego de seducción, ya que quedan por la noche en una coctelería de autor con aires clandestinos, Paradiso, situada en el barrio barcelonés del Born. Allí le espera una sorpresa, su original entrada a través de un frigorífico industrial perteneciente a otro local.
Al abrir la puerta, la paleta de colores cambia y somos abducidos por un ambiente de tonalidades rojas y anaranjadas, seducidos por los sugerentes nombres de los cócteles y por la música. El alcohol y la comida contribuyen a crear una atmósfera íntima y sensual que despierta las primeras atracciones.
La tercera cita tiene lugar en El Mercat del Carmel, en el barrio del Carmelo, un ambiente más distendido, en el que primero toman unas cañas, para después degustar un delicioso ramen. Este restaurante japonés se ha inspirado en el Yokaloka del Mercado de Antón Martín, en Madrid.
Pese a que un mercado es un lugar bullicioso, muy transitado, la pareja logra crear un micro espacio íntimo y personal, un mini Japón único, en el que solo importan ellos dos y esos dos metros cuadrados ocupados por una mesa, dos sillas y unos sencillos faroles de papel japoneses. El espacio se reduce y la tensión sexual aumenta.
Posteriormente, él tiene que asistir a una convención en Roma, mientras ella se queda en Barcelona. Por la noche cena con sus compañeros de la convención en la Osteria da Zi Umberto, famosa por su pasta casera. Aburrido, angustiado porque ella no responde los WhatsApps abandona la cena y nos hace callejear con él por la ciudad, gracias a una larguísima llamada telefónica, mientras ella le va guiando y seduciendo, revelando su debilidad por los helados.
Llegamos a La Filosofía del Gelato, una heladería ficticia basada en La Gelateria Ice-Crome, que está muy cerca del Palazzo Braschi. Allí, él quedará rendido a sus encantos al degustar un sugerente helado de nieve. Una vez más, la directora catalana, sensitiva y detallista, nos sorprende con su poesía, porque ¿a qué sabe la nieve?
En la cuarta cita, la temperatura sexual sigue aumentando y la pareja se encuentra en una un restaurante de alta cocina, propiedad de los Hermanos Torres. Se trata de un local vanguardista y moderno, ubicado en una antigua nave de neumáticos, ahora reconvertida en restaurante gracias al proyecto del arquitecto Carlos Ferrater y su hijo y socio Borja, en el que nuestros protagonistas logran crear su propia burbuja arquitectónica, ajenos a todo lo que está pasando a su alrededor. En ella, dan rienda suelta a todas sus fantasías, mientras se deleitan disfrutando de platos cuya textura, sabor, formas y colores despiertan el erotismo.
Y es en este punto de la serie donde se ve claramente la estrecha relación que existe entre la arquitectura y la gastronomía.
El cocinero se convierte en arquitecto y en cada uno de los diferentes platos de los que consta el menú degustación, va construyendo o reconstruyendo infinidad de sabores, texturas y olores. Geometría y poesía se van uniendo, dando forma a espirales de purés y cremas, en naranja y beige, pequeñas mini construcciones de diferentes alimentos, sobre bases deliciosas que tienen como resultado una serie de planos culinarios visualmente bellísimos.
Esa construcción/deconstrucción nos ayuda a conocer un poco más de la historia de nuestra pareja, porque empiezan los primeros atisbos de un pasado doloroso y triste.
Hay que tener en cuenta que el término deconstrucción es común a ambas disciplinas, tanto en la arquitectura como en la gastronomía. Sus bases estaban en las teorías del filósofo francés Jacques Derrida, pero también tuvo otras influencias como el constructivismo ruso, el cubismo analítico y el expresionismo. Ambas coinciden en su creatividad e imaginación desbordante.
La deconstrucción en arquitectura se basa en desmontar, fragmentar las estructuras conceptuales, en el diseño no lineal, en el rechazo de formas rectilíneas y la distorsión y dislocación de las formas; se opondrá al Movimiento Moderno y a la concepción clásica de la arquitectura; mientras que en la cocina la técnica culinaria consiste en respetar las armonías y sabores de los ingredientes de un plato, pero transformando sus texturas, formas y temperaturas. La base de esta técnica es la creatividad, puesto que el objetivo principal es cambiar la forma en la que se presenta un plato sin dejar a un lado su fondo tradicional.
La deconstrucción en la arquitectura surgió a finales de la década de los ochenta y se desarrolló, sobre todo, en la década de los noventa, mientras que en la cocina se iniciaría en los años noventa de la mano de Ferran Adrià, considerado como el gran innovador de la misma, porque fue el primero en crear cocina deconstruida. Si recordáis, el objetivo de su famoso restaurante, El Bulli, era sorprender a sus comensales con los platos que iban a degustar, no tanto por su presentación, que también, sino por su sabor.
Pero, continuemos con nuestra historia. Tras la visita al restaurante de los hermanos Torres, los protagonistas viajan a Montolieu, un pueblo del sur de Francia y se alojan en el Château de Villeneuve, un alojamiento rural con encanto de arquitectura tradicional, pero vacío de emociones. No es un espacio creado por ellos mismos sino un decorado, un paisaje que los aleja, porque le es ajeno.
De vuelta en Barcelona, la última cita es en Soho House Barcelona, un local donde se puede disfrutar de una buena película, mientras tomamos un cóctel de autor. Aquí, nuevamente, la pareja recupera su espacio íntimo gracias a dos cómodos sillones y una mesa con una lamparita que ilumina débilmente la sala.
Después de la proyección de la película, cenan en La Pepita y La Cava, un bar de tapas y vermutería ubicado en el barrio de Gracia.
Al final de la serie, que es un recorrido con el que la cineasta hace su particular homenaje a todos esos restaurantes y ciudades que han marcado su vida gastronómica, desde Barcelona, a Roma, París, Nueva York, Tokio, Helsinki, nos damos cuenta de la gran importancia que tiene el espacio en el concepto arquitectónico, porque la arquitectura delimita el espacio donde conectamos con el otro. Esto lo hace teniendo en cuenta las necesidades humanas y los cambios que se suceden en una relación, a través de los años.
Al principio, el espacio es amplio y en él las dos personas interactúan pero sin invadir el espacio del otro. A medida que se va adquiriendo confianza, el espacio se va reduciendo y los espacios individuales se intersectan creando uno único en el que ambas personas se sienten cómodas y felices. Con los años este espacio se va ampliando y adaptando a las necesidades, ya que una vez creado el vínculo se establece un espacio común a la pareja, alrededor del cual se crean pequeños espacios suplementarios, en los que crecer y desarrollarse a nivel personal, pero que complementan al principal y son indispensables para el buen funcionamiento de la misma y de cualquier hogar.
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