Como cada año, damos carpetazo al panorama musical en unas cuantas claves que bien nos pueden servir para jerarquizar algo de por sí tan inabarcable como la producción musical de 2019. Siempre conviene buscar algo de luz, por difícil que sea.
#1 Rotas todas las barreras
El ser humano es un animal de costumbres. Nos vemos descolocados cuando nos cambian los esquemas. A mitad de año, proliferó un meme que comparaba a los nominados en los premios MTV de 2019 con los de 1998. La comparación parecía ofender a muchos, pero no es tanto un problema de calidad —siempre habrá quien piense que Madonna, Radiohead, Foo Fighters o Pras valen más la pena que Billie Eilish, Solange o FKA Twigs, y en su derecho están— como de cambio de paradigma: ninguna de las nuevas estrellas puede ser acotada al rock, al hip hop o al pop, al menos no únicamente. Y eso nos hacer sentirnos desarraigados ante el presente, víctimas de cierta desubicación, cuando en realidad debería ser algo a celebrar: en tiempos de fake news y simplificación populista de la realidad, la música pop es cada vez más compleja, exactamente igual que la sociedad de la que brota.
Los extraordinarios discos de FKA Twigs, Weyes Blood, Solange, Holly Herndon, Jamila Woods, Kate Tempest, Little Simz, Sharon Van Etten, Cate Le Bon, Angel Olsen e incluso el de Sleater-Kinney responden a ese patrón híbrido. Y no digamos ya la gran revelación, Billie Eilish, cuyo éxito ha sido toda una sorpresa. Un año más, y van ya unos cuantos, la producción más osada recae en discos hechos por mujeres. Y aquella vieja división que marcaba la cota de riesgo de la música en función de su adscripción al mainstream o a la independencia está tan difuminada que apenas se advierte.
#2 Los nuevos mitos se autodevoran en tiempo récord
La actualidad musical es hoy en día como como un Saturno con prisas, que devora a sus hijos con una celeridad cruel. Si el año pasado recalcábamos que estrellas de la anterior década como Justin Timberlake y Craig David ocupaban los lugares más bajos del agregador crítico metacritic, este año ha ocurrido lo mismo con Kanye West y Lil Pump, escenificando la caída en desgracia de un músico —el primero— que fue referencia ineludible durante la primera mitad de la década que termina (como Rey Midas de un hip hop que se erigía en el auténtico pop negro con visos de dominación mundial) y de otro —el segundo— que fue uno de los valedores del emergente trap. Si hasta el trap tiene ya sus ángeles caídos (súmenle muertes prematuras como la de Juice Wrld o Kevin Fret este mismo año), es que todo esto marcha demasiado rápido.
#3 La muerte os sienta, tristemente, tan bien…
La música pop sigue siendo una extraordinaria herramienta para franquear umbrales que pocas veces se pueden sortear con la misma honda instantaneidad (no es un oxímoron, aunque lo parezca) con otras artes. Conectar emocionalmente con quienes lo hacen ya es algo que depende del gusto y de la sensibilidad del consumidor, así que parece mentira cómo Nick Cave —aún exprimiendo un estado de ánimo que ya inspiró una de las cumbres del fúnebre 2016, marcado también por los epitafios de Bowie o Cohen y la muerte de Prince— ha logrado superar otra de las fases del duelo con un disco tan bello, tan absolutamente fuera de concurso, como Ghosteen (2019).
#4 La pesadilla del Brexit y el post punk que no cesa
El escozor ante el descomunal lío del Brexit y la creciente desigualdad social han sido terreno abonado para que el pop, el rock y el hip hop británicos, antes tan necesitados de nuevos hypes, generen nuevas figuras. Hasta el punto de que el triunfo demoledor de Boris Johnson provoca una sensación tan agridulce que invita a echarse las manos a la cabeza, pero también a frotarse las manos ante los himnos desclasados que aún están por venir a su rebufo.
El rapero Slowthai es el último en sumarse a la saga, mientras en la vecina Irlanda han sido Fontaines DC quienes han recogido brillantemente el testigo post punk que el año pasado sostuvieron Idles o Shame, con los neoyorquinos Wives dando la réplica desde los EEUU, a lo que Bodega o Parquet Courts encarnaron el año pasado. Mención aparte, por cierto, para la confirmación de Loyle Carner como uno de los grandes valores hip hop. Y para los australianos Tropical Fuck Storm, que cada vez se parecen menos a nadie.
# 5 Indefinición electrónica
La música electrónica pura y dura, por su propia factura, si es que algo como tal existe, lleva muchos años suscitando sospechas de obsolescencia. Y es lógico: lo que era rompedor hace una o dos décadas difícilmente puede serlo ahora, menos aún cuando sus propios modismos —ya sea en forma de injertos, samples, colchones sintéticos, ritmos fracturados, loops— están tan presentes en casi toda la música pop de ahora, y además tampoco surgen nuevos estilos. Por eso, en 2019, discos como el de Floating Points han sido tan bien acogidos, al igual que lo fueran el de DJ Koze o el de John Hopkins hace un año. En paralelo, si alguien se ha acercado con maestría a la ortografía electrónica desde el pop, ese ha sido Lloyd Cole con uno de sus mejores discos.
#6 Desde aquí
La vieja división entre música comercial y música de cierto riesgo también se empieza a difuminar en España en el año 2 tras el ciclón Rosalía, y la definitiva asunción de los géneros urbanos como parte esencial de nuestra música popular, incluso desde un prisma institucional, ha tenido en el Premio Nacional de Músicas Actuales a la Mala Rodríguez a su mejor exponente.
¿Discos a destacar en 2019? Muchos. Los de Cala Vento, Lidia Damunt, All La Glory, El Hijo, Hidrogenesse, La Casa Azul, Ferran Palau, Goa, Manel, Noise Box, Star Trip, León Benavente, Pau Vallvé, El Petit de Cal Eril, Carolina Durante, Miquel Serra, Hijos del Trueno o Cupido. Es decir, canción de autor heterodoxa, pop electrónico de altos vuelos, rumba mediterránea sin prejuicios, pop de texturas shoegaze y psicodélicas, trap con esquirlas emocore y mil cosas más.
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