No hay duda alguna del destacado papel de Roma en la Historia occidental. La Caput Mundi fue escenario de importantísimos acontecimientos y también marco de icónicas obras de arte. Esta singularidad la convierte en atractivo destino para unas vacaciones, para amantes de la historia y del arte, profesionales o simples amateurs, solo pronunciar su nombre evoca infinidad de posibilidades.
No obstante, la Ciudad Eterna es más que un destino histórico-cultural. Más allá del conocimiento del pasado a través de ruinas y obras de arte, existe una forma alternativa de disfrutarla. Su tradición histórica ha convertido a esta ciudad en un escenario cinematográfico de grandes producciones y no pocos directores han sido seducidos por la idea de trabajar allí, pues el cine constituye un indicio del papel cultural romano a nivel internacional.
Son muchos los cinéfilos que buscan en Roma rincones que les evoquen sus filmes históricos favoritos. Tratan de encontrar en sus ruinas y templos algún elemento que pueda recordarles las escenas más épicas. Desgraciadamente, debido a las licencias históricas y a que sus escenarios estaban en estudios cinematográficos y ciudades ajenas a Roma, es muy difícil encontrar lugares que rememoren escenas de los clásicos peplums de Hollywood.
No obstante, a pocos kilómetros de la ciudad se encuentran los legendarios estudios Cinecittà, donde se han rodado grandes producciones como Ben-Hur o Cleopatra, y donde se siguen rodando películas y series como Roma, una superproducción de BBC y HBO que destacó, entre otras cosas, por el realismo de sus escenarios. El set puede visitarse y, aunque de cartón-piedra, nos hace sentir que viajamos en el tiempo.
Pero volvamos a Roma. Si hubo una corriente cinematográfica que mostró la realidad social romana, fue el neorrealismo. Entre tantas películas que retrataron las miserias de la Roma de postguerra es difícil seleccionar una sola, por lo que, al menos, citaremos dos de las más representativas: Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclete, Vittorio De Sicca, 1948) y Las noches de Cabiria (Le notte di Cabiria, Federico Fellini, 1957). Ambas están protagonizadas por personajes que pertenecen a los grupos sociales más desfavorecidos de la sociedad romana y que deambulan por las calles de Roma buscando recursos para sobrevivir.
En la primera película se muestra la Roma menos turística, a través de la cual un padre se verá envuelto en una angustiosa pugna junto a su hijo para recuperar su bicicleta, recurso esencial para poder trabajar. El trayecto se inicia en el Piazzale di Porta Pia, donde encontramos un pórtico de Miguel Ángel encargo del Papa Medici. Continúa en la Piazza Vittorio Emmanuelle II, donde se puede visitar su famoso mercado y las ruinas del Ninfeo de Alejandro, una antigua fuente romana de la época de Diocleciano. El filme finaliza en el centro histórico cerca del Trastevere, en el Viale Tiziano, a los pies del Estadio Flaminio.
Las noches de Cabiria es la historia de una ingenua y dulce prostituta llamada Cabiria, interpretada por Giuletta Masina, que ganaría el premio a la mejor actriz en el festival de Cannes en 1957. El inicio del filme tiene lugar en las Termas de Caracalla, donde se reúnen las prostitutas de bajas tarifas y clientes humildes. Posteriormente, la protagonista deambula por su ciudad en busca de clientes, mientras sueña con encontrar el amor verdadero que la saque de la calle. Otro de los lugares más significativos por los que se deja caer es Via Veneto. Aquí, Cabiria intenta mezclarse con las meretrices de lujo, con otras aspiraciones y mayor caché. Esta iniciativa, aunque ingenua, tiene un éxito inesperado y Cabiria es requerida por un famoso actor.
La Via Veneto está considerada como el Hollywood del Tíber y no solo fue testigo de rodajes de películas relevantes, sino también de las juergas de las estrellas del Hollywood dorado. Pero si hubo alguien que consagró la fama de esta calle romana, fue Federico Fellini, al que se atribuye en una placa conmemorativa haber convertido la Via Veneto en el teatro de la dolce vita.
A finales de los años 50, el neorrealismo iría modificando la temática de sus filmes conforme la sociedad italiana superaba la miseria de la postguerra e iba adentrándose en la sociedad del bienestar. Se iría abandonando el interés por las clases humildes para retratar a la burguesía italiana, como lo demuestra uno de los filmes más representativos del ocaso del neorrealismo italiano, La Dolce Vita (Federico Fellini, 1960).
Fellini buscaba retratar la faceta más mundana de la sociedad italiana del momento y, para ello, puso su objetivo en los cafés y restaurantes de esta zona. Uno de los más famosos es el Café París, actualmente cerrado, pero el clásico Harry’s Bar, conocido por sus martinis, continúa actualmente abierto al público y conserva aún el glamour que lucía en los años 50 y 60, cuando acudían las celebridades a disfrutar sus famosos cócteles.
Para evocar la escena más memorable de este clásico de Fellini, debemos desplazarnos hasta la Fontana di Trevi, una de las obras monumentales más importantes del Barroco italiano. La fuente, que fue un encargo del Papa Urbano VIII a los escultores Nicola Salvi y Giuseppe Panini, muestra vigorosos tritones e hipocampos exhibiendo su anatomía en un perfecto equilibrio estético. Dejando a un lado su interés artístico, los amantes del séptimo arte la recordarán por ser escenario del baño más famoso del cine italiano, aquella icónica y sensual escena en la que Anita Ekberg y Marcello Mastroianni se meten vestidos en sus aguas. Son muchos los que desean vivir lo mismo que aquellos protagonistas sumergiendo los pies en la fuente, algo completamente prohibido que conlleva una considerable multa.
Pero la verdad es que aquella famosa escena no se rodó en la auténtica Fontana di Trevi. Allí era imposible rodar, los balcones estaban siempre llenos de curiosos, ansiosos por ver a ambos actores bañándose, por lo que Fellini decidió construir una réplica a tamaño real en Cinecittà para poder rodar la escena, libre de curiosos.
Paralelamente al neorrealismo italiano, la industria americana estrenó en 1953 Vacaciones en Roma (Roman Holiday, William Wyler, 1953), protagonizada por Gregory Peck y Audrey Hepburn, cuyo interés aumentó por haberse rodado totalmente en la Ciudad Eterna, considerando que en esa época era habitual rodar en estudios. Con esta película, cuyo guion escribió Dalton Trumbo, Roma pasaría a convertirse en uno de los destinos turísticos más populares del mundo.
En el filme, Peck es un periodista americano que se ofrece a enseñar a una princesa (Hepburn) los edificios más emblemáticos de Roma, en un icónico recorrido en moto que ha quedado inmortalizado, hasta el punto de que muchas parejas evocan esta famosa escena alquilando una Vespa. Este tour comprende el monumento a Víctor Manuel, la Iglesia del Gesú, la Via Nazionale (conocida por ser la avenida de las grandes marcas de moda) y la Piazza Argentina, famosa por ser el lugar donde fue asesinado Julio César.
Una de las más conocidas escenas tiene lugar en la Iglesia de Santa Maria in Cosmedin, donde Joe gasta una broma a Ann metiendo la mano en la Boca de la Verdad y fingiendo que la ha perdido. Hay que destacar que la reacción de Hepburn es completamente sincera, ya que Peck improvisó su interpretación con el fin de darle un buen susto a su compañera. Sin embargo, al director le gustó tanto la espontaneidad de la escena que decidió incorporarla.
La historia detrás de la tradición de meter la mano en la boca es de lo más macabra. Según la leyenda, en la Edad Media, todos aquellos sospechosos de perjurio y adulterio eran conducidos ante esta escultura, cuya boca les devoraría la mano en caso de mentir. No obstante, la historia real es completamente diferente. Se trata de una escultura dedicada a Poseidón, probablemente empleada como tapa de drenaje en el Templo de Hércules Invicto.
Sin embargo, tanto el elemento macabro como la influencia del filme de Wyler acabaron imponiéndose a la realidad como puede apreciarse en las enormes colas que se forman todos los días a la puerta de la iglesia, para hacerse una foto con la mano en la Boca de la Verdad, reproduciendo una de las escenas míticas del cine.
Un must en una visita a Roma es probar un buen cono de helado, y los protagonistas de Vacaciones en Roma no fueron una excepción, la Gelateria Giolitti, muy cercana a Piazza Spagna es uno de los lugares más recomendables para hacerlo. El padre del actual dueño fue quien preparó los helados que Hepburn y Peck disfrutaron en lo alto de las escalinatas a la sombra de la Iglesia della Trinità dei Monti.
Pero Roma no ha sido únicamente escenario de rodaje de películas clásicas y sofisticadas, por ejemplo, Ron Howard rodó en las calles de Roma su película Ángeles y demonios, con Tom Hanks como el profesor Langdon, que debe frenar el plan de los illuminati de asesinar a los preferiti y destruir el Vaticano.
El escenario donde tiene lugar la mayor parte del metraje de la película es la plaza de San Pedro, diseñada por Bernini, quien recibió instrucciones del Papa de ampliar la plaza sin tocar los edificios ya existentes. Para ello, se valió de una columnata compuesta por cuatro filas de 280 columnas en un total de 16 metros. En su centro, además, puede apreciarse un gran obelisco que no solo conmemora el martirio de San Pedro, sino que también ejerce la función de reloj de sol y calendario astronómico.
No obstante, no es el único lugar de interés turístico presente en este filme. A la intriga de su historia, se añade un tour por algunos de los más importantes highlights de la urbe —algo parecido a Vacaciones en Roma, pero con un toque de thriller. Entre ellos encontramos el Panteón de Agripa, edificio erigido por Octavio en honor a su yerno y, acutalmente, sepulcro de grandes personalidades italianas. La Iglesia de Santa María de la Victoria es otro lugar visitado por sus protagonistas, donde se puede ver la obra, también de Bernini, el Éxtasis de Santa Teresa. Por último, el doctor Langdon acabará su trayecto en el Castel Sant’Angelo, antiguo mausoleo de Adriano convertido en fortaleza medieval.
Finalizamos este tour regresando al punto más icónico de esta ciudad, el Coliseo, para rememorar otra joya del cine italiano: La gran belleza (La grande bellezza, Paolo Sorrentino, 2013) . El protagonista del filme es propietario de un lujoso piso cuyo balcón da a una privilegiada panorámica del anfiteatro. Este envidiable apartamento se encuentra en el número 9 de la Plaza del Coliseo. Por desgracia, no se puede visitar, ya que es una residencia privada. Sin embargo, en el Hotel Manfredi, muy cerca de allí, se puede disfrutar una vista muy parecida.
Otro escenario relevante del film de Sorrentino, y aun así poco conocido, es el parque de los Acueductos. Esta zona se encuentra ubicada próxima al barrio obrero de Quadraro, a ocho kilómetros de Roma. Recibe su nombre por la presencia de los numerosos acueductos que lo cruzan. A pesar de su proximidad a la metrópoli, esta zona conserva su atmósfera rústica. Al este y al sur podemos encontrar zonas de cultivo que permiten entrar en contacto con el mundo rural romano. Es un lugar ideal para encontrarse cara a cara con la historia, cruzando las ruinas arquitectónicas. Al mismo tiempo permite gozar de la tranquilidad que ofrece, en contraste con la locura del ruido y la multitud del centro de la urbe.
La magnificencia de sus tesoros artísticos y la magia de su vida hacen de Roma una ciudad adictiva. Es una ciudad vibrante, donde siempre hay algo que visitar, algo que aprender y mucho de lo que disfrutar. Es una ciudad pletórica de belleza, el auténtico caput mundi. Como diría Hans Christian Andersen, Roma es como un libro de fábulas, en cada página te encuentras un prodigio.
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