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Cultura

Anoche soñé que regresaban «Los pájaros» de Daphne du Maurier

En Hermosos y malditas, Cultura martes, 12 de febrero de 2019

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

La primera vez que estuve en Londres me compré The Birds (Hitchcock, 1963) y una edición de bolsillo de Los pájaros, el relato, o la novela breve, de la escritora británica Daphne du Maurier.

Eso fue en 1986, yo tenía 16 años y un video Betamax. Ese año el escritor nigeriano Wole Soyinka ganaba el Nobel de literatura y si no recuerdo mal era la primera vez que iba a parar a un africano. Stephen King publicaba It, y en España, Manuel Vicent obtenía el Premio Nadal por Balada de Caín. Ese año nacía Lady Gaga, quien me gustó mucho en su papel de vampira en la 5ª temporada de American Horror Story. 1986 fue un buen año para el único terror que no me gusta: el terror de verdad. En enero se estrellaba el Challenger al poco de despegar, con 7 tripulantes y recuerdo bien un estremecimiento de terror que luego reviví con el libro de Ferlosio Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado, a propósito de los sacrificios humanos en la llamada «carrera espacial».

Alfred Hitchcock y Daphne du Maurier.

Alfred Hitchcock y Daphne du Maurier.

1986, el año en que leí a Du Maurier y compré la película de Los pájaros, fue el año del máximo acercamiento del cometa Halley a la Tierra. Tras su paso, se produjo la catástrofe de Chernobyl. Luego murió Borges. Ese año, en Sudáfrica, en un barrio pobre de Johannesburgo, la policía asesinaba a 19 jóvenes negros, mientras en Perú, el psicólogo Mario Poggi asesinaba en una comisaría al supuesto Descuartizador de Lima. En Suecia asesinaban a Olof Palme, mientras el asesino Pinochet salía ileso, qué ironía, de un atentado similar. En 1986, se estrenaba The Phantom of the Opera, el musical de Lloyd Weber, sobre una floja novela de Gaston Leroux que había leído ya. En diciembre, Estados Unidos detonaba una bomba atómica a unos 100 kilómetros de las Vegas, una de las 1000 que pudieron servir de coartada sobrenatural, años más tarde, casi ayer, al fabuloso octavo episodio de la tercera temporada de Twin Peaks.

Yo sentía fascinación por las historias de miedo. Había devorado El resplandor en una edición barata que vendían en el supermercado de Continente y había descubierto las historias de fantasmas de Oscar Wilde, Henry James y Guy de Maupassant en una librería que empezaba a frecuentar y cuyo dueño, como hace poco supe, era un sacerdote retirado que había desarrollado un gusto exquisito. Allí fui comprando la colección entera que Alianza dedicó a la obra de H. P. Lovecraft o August Derleth. Leí a Poe, a Potocki y a Ambrose Bierce.

Fue así, buscando en todas partes relato de terror, como di con el relato de du Maurier. Estaba oculto en una selección de novelas del Reader’s Digest que mi abuela paterna tenía en la habitación de coser. Había podido ver la adaptación de Hitchcock en el televisor de casa de mi otra abuela: fue uno de Mis terrores favoritos, el estupendo programa del recientemente premiado por el Goya de Honor, Narciso Ibáñez Serrador. La pasaron en 1982. Ahora, la editorial Gallo Nero ha publicado Los pájaros de du Maurier, con ilustraciones de Pablo Gallo.

"Los pájaros de Du Maurier", Pablo Gallo

Ilustración de Pablo Gallo.

Daphne du Maurier (1907-1989) nació en Londres, hija de ricos actores. Escribía sobre el reverso oscuro de su vida tranquila. En 1969 fue nombrada Dama de la Orden del Imperio Británico.  Su primera novela, The Loving Spirit, fue publicada en 1931, y la última, Rule Britannia, 41 años después. Junto con Rebecca (1938), obtuvo éxitos con  La Posada de Jamaica (1939) y El pirata y la dama (1944), adaptadas al cine. Las tres novelas fueron ambientadas en Cornualles, donde vivía. También escribió  teatro (incluida una adaptación de Rebecca). Murió el 19 de abril de 1989 en Par, Cornualles,  a los 81 años.

Aquí le dedicamos una líneas a propósito de Las pájaras, un rótulo bajo el que hablamos del entonces reciente biopic que Werner Herzog hizo de Gertrude Bell y que se estaba presentando en la Berlinale, de la reedición de Suspense, consejos para helar la sangre de Highsmith, y de un inédito de Daphne du Maurier. Se habló de escritoras aladas, viajeras y cosmopolitas como Idea Vilariño, o el nido victoriano que formaron las hermanas Brontë, vanguardia en la bandada, de la novela de esa ave pelágica que fue Mary Goodwin Wollstonecraft Shelley, autora de Frankenstein, a la que siempre adoré como a un albatros, un tipo de mujer cuya engañosa fragilidad le permitió, como es proverbial en las aves, circunvolar el globo de un latigazo, escapar del hielo, alcanzar los trópicos sin tocar el suelo desde el norte, atravesar los mares con la fija determinación con la que las pelágicas vagabundas recorren sin descanso los océanos australes.

Recientemente, me acordé de Du Murier  en una exposición de Graciela Iturbide, la estupenda fotógrafa mejicana que dedicó una serie a los animales aéreos.

Graciela Iturbide.

Graciela Iturbide.

La historia transcurre en un pueblo, en la zona rural del suroeste de Inglaterra. En un espacio abierto de paz aparente que linda, sin embargo, con la profundidad insondable del gran océano y con el vértigo de los precipicios. Hay quienes vieron en los continuos ataques de los pájaros una metáfora de los aviones del III Reich que bombardearon Londres y otras ciudades de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial. Lo más probable es que aquello fuera el material prosaico que ayudó al gusto de la escritora por el lado tenebroso de las cosas. Había en la poética de du Maurier elementos románticos de la tradición gótica victoriana pero también un gusto moderno, cuya mejor continuadora habría sido Patricia Highsmith, por la ambigüedad moral, por la oscuridad que se revela una tarde luminosa entre martini y martini. Ese tipo de grises materiales que tan bien combinaban con finales abiertos, o quizás inacabados, sin moraleja definitiva ni lección moral. «Siempre me he sentido fascinada por lo inexplicable, por el lado más oscuro de la existencia», dejó dicho du Maurier.

La idea de Los pájaros nació en sus paseos por los acantilados de Cornualles. Solía ver a los granjeros labrando sus campos, con su tractor perseguido por bandadas de gaviotas que se lanzaban en picado a por los gusanos repentinamente indefensos ¿Y si dejaran de estar interesadas por ellos?. En el relato, el hombre de campo, el hombre tranquilo a la vera del tipo de mansión que habitaba du Murier, observa la agrupación de aves (¿la inquietante agrupación de los alemanes en torno a un lema oscuro?). El progresivo encierro, la claustrofobia, la interrupción de las emisiones radiofónicas desde Londres o la lectura de tono ecológico (el ánimo vengativo de las aves o la rebelión de la naturaleza frente al hombre) son cuestiones novedosas respecto al guion que presentan, en general, un tono muy distinto al dado por Hitchcock más tarde. En 1963, el año de la película de Los Pájaros, andábamos en España con El verdugo (Berlanga, 1963)  y en Inglaterra con El sirviente (Losey, 1963).

Rebecca: Anoche soñé que regresaba a Daphne du Maurier

Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940)

Hitchcock fue amigo del padre de la autora, pero ella apenas pudo discutir de tramas con él. En la famosa entrevista de Truffaut, se habla de Gerald du Maurier. La posada Jamaica no salió muy bien, mejor le fue con Rebeca, de aquellas historias el director cambió muy poco. No tenía, entonces, mucho poder. El texto era básicamente el de Du Murier. No ocurrió igual con Los pájaros, desplazada de la neblina matinal de la costa británica al sol de California y donde un Hitchcock empoderado volcó sus obsesiones personales más profundas, sobre todo en el personaje interpretado por Tippi Hedren. A Daphne du Murier no le gustó. Durante muchas noches, me entretuve cerrando la trama de Los pájaros, muchos de los que vimos el pase por la televisión temimos que la hubieran censurado. Pero lo que ocurría es que se trataba de un final abierto, y para el relato de la amenaza, de la gran amenaza, no puede haber final mejor.

Hermosos: relatos de du Maurier.

Malditas: bombas.

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