Robert Pattinson quiere tener todos los ases de la baraja: Cronenberg, los Safdie, Claire Denis, y muy pronto hasta Antonio Campos, otro cineasta de culto. A estas alturas, a nadie le puede extrañar que esperara en un rincón como un gatito hasta que la mismísima Claire Denis viniera a acariciarlo. El sueño se puso en marcha cuando el joven actor británico, que ya rebasa la treintena, vio Una mujer en África (2009), que tampoco es la mejor película de la cineasta más sensorial del panorama mundial, aunque sigue siendo extraordinaria. High Life, cuyo título también tiene reminiscencias de su infancia en África (High Life es una música de Ghana), vuela un poco más alto. Por no decir que es de otra galaxia, recurso fácil cuando se trata de una nave prisión rumbo a un agujero negro, donde los presos cultivan un futuro Jardín del Edén, y se someten a toda clase de experimentos relacionados con la reproducción y la sexualidad, que causaron sorprendentes reacciones en los primeros pases del filme, en el muy puritano y conservador Festival de Toronto. La encantadora Claire Denis lo recuerda, mientras remueve con la cucharilla su taza de té en un hotel de París (clinc, clinc, clinc): fue muy impactante ver que las redes sociales se llenaban de tuits de gente que decía que había salido del cine para vomitar en el lavabo. El progresivo alejamiento del público de las propuestas más radicalmente cinéfilas nunca deja de sorprenderme.
Tampoco parece muy alterada por el suceso. A modo de curiosidad, nos cuenta que su aventura espacial surgió de la propuesta de una productora británica, con el inglés, el idioma, como condición sine qua non. Y, claro, no iba a hacer una película en París, con todo el mundo hablando en inglés. Hubiese quedado muy raro. Nadie se lo niega. Y así me dejé llevar por mi pasión por el espacio, porque ahí se habla inglés, o chino, o ruso. Y la ciencia me hace soñar. La astrofísica me parece algo muy, muy hermoso. Cuestión física, la película puede sorprender, por la presencia de gravedad, tanto dentro de la nave, cosa ya vista, como en el exterior: cuando Robert se ve en la tesitura de deshacerse de unos cadáveres, se van para abajo, en lugar de quedar flotando, como cabía esperar. Pero no es fantasía. Denis se asesoró con un astrofísico, que no astrólogo, y lo tiene muy claro: estamos acostumbrados a astronautas que giran alrededor de la Tierra, y esto sucede a lo largo de dos o tres meses como máximo. Pero un cuerpo humano no puede resistir mucho más tiempo la ausencia de gravedad. Los músculos se ablandan y los huesos se estropean. Para un viaje más largo, como el de la película, tiene que haber gravedad artificial. Para conseguirla, fuera del sistema solar, hay que ir muy rápido, a una velocidad que puede ser un 90% de la velocidad de la luz. Así se crea una gravedad artificial, incluso alrededor de la nave. Nunca aprobé la materia, así que no se lo discuto. Quizás deberíamos haber hablado más del artista Ólafur Eliasson, acreditado como diseñador de producción, cuya influencia es más que palpable en la deslumbrante estética del filme. Basta recordar su instalación más célebre, The Weather Project (2003).
Se nos ocurre, en cambio, que el interés por la ciencia de Claire Denis, puede remontar a Trouble Every Day (2001), festín erótico sensitivo en donde Béatrice Dalle, que otrora había formado parte de un grupo de científicos que experimentan con las propiedades de las plantas de la selva en Guyana, canibalizaba a sus amantes, literalmente, a consecuencia de aquellos experimentos: Aquello estaba más inspirado en Mary Shelley, para hablar de las deserciones de la ciencia, entre otras cosas. Pero aquí ha sido más mi interés por los avances astrofísicos. Cuando era joven, los agujeros negros eran prácticamente ciencia-ficción, y ahora, en cambio, sabemos perfectamente que existen. Que hay millares, que la materia negra es 85% del universo. Que el universo está en expansión. Y todo esto me vuelve loca.
Otro eje, además de la dimensión filosófica que aporta el espacio infinito como tela de fondo, es la preocupación de Denis por el mundo de las cárceles: Desde que iba al instituto, cuando empecé a leer a Foucault, me ha preocupado mucho el tema de la pena de la muerte, y de las cárceles. Una vez leí que los condenados a muerte costaban muy caro al estado. Pues si es así, mejor acabar con el asunto enseguida, pegarles un tiro al momento y ya está. Pero tenerlos en la cárcel hasta que les llegue la hora, la inyección letal o la silla eléctrica… Y la cárcel también es un problema enorme, No creo que nadie salga beneficiado por la experiencia. Puede que en algunos países… Pero en Francia o Estados Unidos seguro que no. La sociedad necesita que todo el mundo acepte las mismas reglas. Los que no las aceptan tienen que ser castigados, y esto ya causa un problema intelectual. La película nace de ahí. Creo sinceramente que cualquier condenado a muerte aprovecharía la ocasión de ser lanzado al espacio en vez de morir.
Entre los principales viajeros está Juliette Binoche, que habla un paciente inglés y encarna a una doctora que se libra a toda clase de experimentos, y se entretiene en una suerte de orgasmotrón equipado con un falo gigante (en comparación con lo que entiendo por estándar). ¿Será esa la escena que provocó deserciones al lavabo en Toronto? A mí me pareció una bella escena de danza, muy propia de Denis, la cineasta de los cuerpos, y me recordó, de hecho, a la apertura de Con el viento, de Meritxell Colell, que protagoniza la bailarina Mónica García. Todo muy Pina Bausch, imagino. También suspendí esa materia. Binoche, que acababa de protagonizar Un sol interior, se ofreció ella misma para el papel, cuando se supo que Patricia Arquette se caía del cast, una de las muchas contrariedades que sufrió la génesis del filme, que sin embargo, diría yo, ha salido ganando: Hasta “Un sol interior” no habíamos trabajado juntas, pero nos conocemos desde hace mucho tiempo atrás, y nos entendemos muy bien. Si en “Un sol interior” era una mujer en busca del amor, aquí es una suerte de Medea. Ha matado a su marido, cosa más o menos aceptable, pero también ha matado a sus propios hijos. A partir de ahí, se ha vuelto loca. Las heroínas de la tragedia griega, como Antígona, Fedra o Medea, son mujeres que van más allá de los límites de lo que está permitido. Y se vuelven todavía más locas que los hombres. Alcanzan unas cuotas de dolor tan altas, que ya no pueden moverse dentro de los parámetros normales. No sé si es verdad, porque no he matado a mis hijos, pero me lo imagino. Para mí la educación se hace con lo que nos imaginamos. Es como “La Ilíada” y “La Odisea”, el retorno de Ulises: se reencuentra con Penélope, pero nadie lo reconoce. Sólo su perro. Para mí es algo fuerte, algo emblemático, fundacional. En este punto, me acuerdo de aquella serie de anime de principios de los 80, Ulises 31, pero no se lo digo. Noto que se acaba el tiempo, y que no hemos hablado de Pattinson. Se supone que hay que hacerlo.
El personaje de Robert Pattinson se mantiene casto, explica, porque tiene miedo a perder algo. Está inspirado en Aquiles, que pierde en las islas, por sus conquistas femeninas. Aunque él es más bien como uno de aquellos Caballeros de la Mesa Redonda. Me refiero al clásico de Sir Thomas Malory, no a las pelis. Pensé en aquellos tiempos en los que se consideraba que, un hombre, para conservar sus fuerzas, tiene que permanecer casto. Las relaciones sexuales te apartan de la vida real. La guerra de Troya no se hubiera producido si toda aquella gente hubiera permanecido casta... Una declaración curiosa, viniendo de quien, seguramente, mejor ha filmado la piel humana.
En las noches de verano, cuando el cielo está despejado, podemos ver una banda blanquecina firmada por millones de estrellas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Pero para los griegos, la Vía Láctea, que significa “el camino de la leche”, estaba formada por la leche derramada por el pecho de la diosa Hera, cuando Zeus intentó que amamantara a Hércules”. Esto último ya no lo dice Denis, sale de la foto de un libro sobre mitología griega que me envía por Whatsapp mi amiga Tamara, recién llegada a casa en la nave de High Life. Aunque sin duda Denis hubiera comentado algo al respecto. Es verdad que el personaje de Pattinson tiene mucho de Hércules (y la Vía Láctea de la divina Mia Goth). También es un padrazo. En última instancia, cuando ya me despedía de la cineasta, embargado por el placer de haber tomado el té con ella, o al menos de contemplar cómo se lo tomaba, tuve que confesarle que la película, además de ser una experiencia que te deja en un estado de trance, como suele ocurrir con su cine, me llenó de ternura, por la relación paternofilial, entre Robert y esa adolescente tan encantadora (Jessy Ross), sacada de la serie The Frankenstein Chronicles. Me recordó mucho a la que desarrollan Mati Diop y Alex Descas en 35 rhums (2008), aquel sublime homenaje a Ozu que tal vez sea mi favorito entre la quincena de largos (entre otros muchos trabajos), que ha dirigido esta gran maestra del cine contemporáneo. Y eso que entonces todavía no era padre. En última instancia, entre tantas otras capas, la película podría ser una reivindicación de la conciliación, apoyada en un eterno permiso paternal. Claire me mira, y se ríe. Todo el mundo tiene sus ocurrencias.
En resumen, una película preciosa, y de premio, en los créditos finales, Willow, compuesta por Stuart Staples, que flota en el cine de Denis al menos desde Nénette et Boni (1996). Pero cantada por Pattinson. Saldrá en el vinilo de la BSO.
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