Jaimes Rosales es un cineasta que siempre se ha caracterizado por mantener una distancia muy marcada con el espectador. Pero Petra, su sexto largometraje, que se estrena el 19 de octubre, con Bárbara Lennie como excelsa heroína trágica, casi griega, rompe barreras con el respetable.
El ejemplo más elocuente del cine otrora distante de Jaime Rosales podría ser aquel Tiro en la cabeza (2008) rodado con teleobjetivo. Pero el artificio siempre ha sido un denominador común en su filmografía: Las horas del día (2003), su puesta de largo, es uno de los más gélidos retratos de un asesino en serie que se recuerdan —hay que decir que el tema también lo requiere—; se sacó de la manga la polivisión (pantalla fragmentada) para mostrar La soledad (2007), y Hermosa juventud (2014), su penúltimo esfuerzo hasta la fecha, era al cine social algo así como un anti Ken Loach.
Acaso cansado de experimentos que siempre acaban teniendo un aire confidencial, como de Arte Contemporáneo para iniciados, el catalán se ha propuesto, deliberadamente y sin tratar de ocultarlo, abrazar a un público más amplio. No es que Petra no tenga dejes de artefacto, que los tiene (música desconcertante, encuadres rarunos, intertítulos dickensianos irónicos…), sino porque los trucos quedan aplacados en beneficio de una trama que tiene más de culebrón que de tragedia griega, y porque la siempre solar Bárbara Lennie ocupa el centro de todo esto.
Bárbara Lennie es una de las escasas actrices del panorama patrio que nosotros los críticos —esa especie peligro de extinción— consideramos que está más de nuestro lado que del otro. Es decir, que no es que no esté metida en su papel de estrella, que lo está, y con muy buen porte —modelitos razonablemente bien escogidos, columna tiesa, mirada fría, sonrisa de circunstancias ante los flashes—, sino que también transmite la sensación de que hasta se puede hablar con ella. Más allá de su talento contenido y de su belleza serena, es una mujer inteligente, leída, cinéfila y que puede llegar a mezclarse con la plebeya masa crítica sin que se le caigan los anillos. Así que, cada vez que le cae un rol protagónico, lo celebramos copazo en mano. Y aquí brilla con el papel titular, esa Petra que es una artista en busca de algo que no se puede decir porque sería un spoiler descomunal. Alex Brendemühl, con el que vive algo parecido a un romance, no es más que el hijo ninguneado de un gran artista, encarnado por el también artista en la vida real Joan Botey, que da vida a un villano de antología, el único en todo el reparto capaz de robarle planos a nuestra Lennie. Y eso que también aparece Marisa Paredes, como la mujer del artista montado en el dólar.
Petra es también una reflexión sobre el propio arte, el séptimo o el contemporáneo.
Petra tiene en común con Todos lo saben, el anterior film de una Bárbara Lennie ahí eclipsada por la intensidad sin freno del dúo protagonista, la raíz culebronera. Aquí también tenemos una familia con turbadores secretos, giros de lo más desacomplejadamente sorprendentes y al mentado Joan Botey, ese malvado patriarca que borra de nuestras mentes cualquier residuo de JR o Angela Channing. Rosales se adapta sin remilgos al modelo melodramático, y lo lleva a su terreno con elegancia (y la inestimable ayuda de Clara Roquet al guion), mostrando de paso el clasismo de esa burguesía catalana que gestiona en Barcelona y pasa los findes en el Empordà, sin cargar demasiado las tintas, aunque pueda parecer justo lo contrario.
Estamos, posiblemente, ante el retrato más certero de esa clase social personificada por el seco e implacable Botey, en el marco natural del incomparable paisaje gerundense. Y además, Petra es también una reflexión sobre el propio arte, el séptimo o el contemporáneo, presentado en tres opciones posibles: el comprometido, simbolizado por el débil personaje de Brendemühl, un fotógrafo que indaga en las fosas del franquismo; la íntima y femenina búsqueda del Yo (Lennie), o la puramente mercantil, que defiende ese millonario al que da vida el aterrador Joan Botey, un serio contrincante para Bates, Lecter o Vader en la lista de los 100 villanos del AFI. A ver qué pasa con eso.
El director de Sueño y silencio (donde ya aparecía Miquel Barceló) clama que contempla las tres vertientes, que todos los personajes tienen algo de él. Aunque parece que, al tratar de reducir distancias, se ha decantado por el tercero, tratando de contentar al público, cosa en absoluto reprobable (como tampoco lo sería la contraria, que hubiese hecho una película sólo para él). Está por ver si los espectadores acudirán a la cita en un número muy superior al habitual. Esperemos que sí, porque, hechas las cuentas (apuesta formal, retrato social, reflexión sobre el arte, factor Lennie y villano de excepción), la película bien merece el desplazamiento.
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