Sebastian Meise ha presentado en el Festival de Cannes su segundo largometraje de ficción, dentro de la sección Un certain regard, consiguiendo una de las más largas ovaciones que se recuerdan en los últimos años.Grosse Freiheit (2021) lleva el nombre de la calle del distrito rojo de Hamburgo, un título compartido con otra bien diferente historia de amor —Große Freiheit Nr. 7 (Helmut Käutner, 1944)— y narra a lo largo de varias décadas la historia de una víctima de la represión a los homosexuales en Alemania. El artículo 175 del código penal alemán vigente desde 1872 hasta 1994 —reformado en 1969 y 1973— condenaba las relaciones homosexuales entre hombres, siendo las penas incluso endurecidas durante el Tercer Reich, marcando duramente tantas vidas como la de Hans Hoffman, cuya vida pasa en gran parte entre rejas.
Una película que transcurre casi totalmente dentro de los muros de una prisión y no es un film carcelario, sino un canto a la libertad y al amor, necesita una buena dosis de talento, como del que hace gala Meise para apasionar y convencer. Partiendo de una perfecta estructura en la que la información se dosifica en saltos temporales cuidadosamente enhebrados, el director construye una historia cuyo peso recae casi totalmente en el actor Franz Rogowski —cuyo trabajo en Ondina (Christian Petzold, 2020) ya fue remarcable— y que aquí ofrece una interpretación tan sobria como matizada sin cargar las tintas en el victimismo o la osadía. La autenticidad de las emociones y la forma coherente de vivirlas contrasta violentamente con el entorno de crueldad y represión, consiguiendo una frescura y empatía de gran valor artístico.
Siguiendo con la sección Un certain regard, el primer largo de ficción de la directora Laura Wandel, Un monde, nos ofrece una aproximación al microcosmos escolar protagonizado por dos hermanos (Maya Vanderbeque y Günter Duret) que lidian con el aprendizaje de las relaciones sociales, como un reverso a la educación que se ofrece dentro de las aulas. El patio del recreo es el terreno donde se juegan la supervivencia emocional, la configuración de su personalidad y donde hallan cada día nuevos retos que les convertirán, decisión a decisión, en los adultos que serán en el futuro. Lo que en las primeras secuencias parece ser el doloroso tránsito de la pequeña Nora, de la educación infantil al mundo de los mayores de primaria, va alzando el vuelo y ampliando en hondura el conflicto, a través de temas como el acoso escolar y las diferentes actitudes de padres y maestros ante el alumnado y su educación emocional.
La extraordinaria Venderbeque nos mantiene atentos sin respiración durante todo el metraje, a lo largo del cual su actitud hacia el hermano y los hechos de que es testigo va transformándose como respuesta adaptativa a un ecosistema demasiado tóxico. Una situación tras otra, un recreo tras otro, la cantina… van configurando y cambiando a los pequeños, cuyas reacciones van paralelas a su madurez, no siempre con el mejor resultado. La cámara tampoco se despega de sus personajes, con primerísimos planos de sus rostros, sobre todo de unos ojos, que no pueden mentir, aunque padres y docentes deseen creer que todo está bien.
Wandel es la única que nunca los abandona y se convierte en la mediadora ante el espectador, ofreciendo una versión múltiple y completa de lo que los demás solo conocen parcialmente, gracias a su compromiso con la historia y su punto de vista, que siempre se sitúa a la altura de sus protagonistas.
En After Yang, Kogonada dirige un filme de ciencia-ficción, subgénero robots, que adapta la novela Saying Goodbye to Yang de Alexander Weinstein. Protagonizada por Colin Farrell, Jodie Turner-Smith (sustituyendo a Golshifteh Farahani, primera opción) Haley Lu Richardson, Clifton Collins Jr. y Justin H. Min, seduce al menos por una estética y un ritmo estilizados y sugerentes, con la dirección artística de Max Wixom. La avería de un robot doméstico abre una puerta a sus propios recuerdos, en una experiencia que para sus dueños supone una despedida más allá de la necesidad de reemplazar un objeto, al descubrir una vida privada que desconocían. After Yang es una reflexión más sobre los límites de la cibernética y la vida humana, que no aporta especialmente ninguna nueva perspectiva y que llega a resultar monótona en sus planteamientos. La familia multirracial, el concepto y el progreso de la acción nos acercan más a un producto Netflix que a un filme para recordar.
Afortunadamente, The Worst Person in The World de Joachim Trier, que participa en la competición oficial, no solo no ha defraudado sino que ha merecido nuestro reconocimiento total. El título francés, Julie (en 12 chapitres) nos da una mejor idea de su naturaleza. La joven Julie (magnífica Renate Reinsve) es retratada a lo largo de varios años, desde el paso a la universidad, donde su voluble vocación profesional la lleva a cambiar de una a otra, hasta que alcanza una divertida madurez, a través de experiencias íntimas, amorosas, sexuales y familiares. Julie lidia con su propio pasado que debe procesar para avanzar, representado en la relación con su padre, sus anhelos creativos que busca cómo encauzar y la relación con los hombres, en la que también se debate entre el deseo tan complejo como incómodo, que nos obliga a constantes elecciones y renuncias.
En un tono preciso que solo al final deriva hacia la seriedad —afortunadamente, esquivando la solemnidad— y la distancia adecuada, marcando con sentido del humor e ironía su propio terreno de juego, el director de Thelma (2021) se imbuye en el universo femenino con una muy estimable cercanía, así como con conocimiento y respeto, sin trazar jamás un retrato superficial o caer en los clichés del coming of age. La química de Reinsve con el talentoso protagonista de Oslo, 31 de agosto, Anders Danielsen Lie (Aksel), nos ofrece secuencias impagables en un filme que dura dos horas y se nos hace corto. Julie recorre Oslo enamorada, contrariada o perdida, convirtiendo a la ciudad en un campo de batalla, terreno de juego o parque de atracciones, que la acompaña empáticamente, abriéndose a sus emociones y deseos.
Trier sabe utilizar magistralmente este recurso que llega a su culmen en un encuentro decisivo para su vida, en el que el mundo literalmente se congela y, fiel a sus sentimientos, Julie corre en busca de lo que más desea. Nosotros también nos enamoramos de ella y deseamos seguir sus correrías para siempre, al tiempo que nos reflejamos como en un espejo que deja a la vista todas nuestras dudas y contradicciones, como en el mejor Woody Allen.
Nadie ha publicado ningún comentario aún. ¡Se tú la primera persona!