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51 Festival de Sitges: # 2 The House that Jack Built

En Cine y Series jueves, 11 de octubre de 2018

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

Pasado el primer tercio del Festival de Sitges 2018 es importante destacar que el nivel de calidad de las películas proyectadas es notoriamente superior al del año pasado. Es obvio que la cosecha es la que es, y poco pueden hacer los responsables del festival si el 50 aniversario coincidió en 2017 con un año no demasiado bueno para el género. Pero por aquí se ha comentado mucho que parece como si los 50 años se celebraran en 2018, tal es no solo la calidad de las cintas que, de momento, se han podido ver, sino incluso la importancia de los nombres que han estado y van a estar aquí estos días: al ya citado Nicolas Cage hay que sumarle a Ed Harris, M. Night Shyamalan y John Carpenter para darse cuenta de que si hubieran podido venir el año pasado, la celebración del cincuentenario habría sido mucho más lustrosa.

Esta excelencia en la selección de películas queda patente tanto en la mayoría de las que están llamadas a ser estrellas de la programación, como en las más pequeñas y desconocidas. En esta última categoría se encuentra The Dark, delicioso cuento protagonizado por una niña no-viva (el matiz es importante, lo dejo ahí) y por un niño secuestrado al que le han quemado los ojos. Ambos se encuentran en un bosque y la relación que se establece entre ellos se convierte en una alegoría acerca de lo solos que pueden estar los niños en este mundo cuando son abandonados por los adultos.

La niña huyó de una familia desestructurada, el niño ha sido víctima de un adulto malvado. Se trata, pues, de dos críos a los que el mundo adulto ha dado la espalda, y la película retrata ese dolor de manera espléndida, sensible. Una película, pues, que ha pasado a convertirse en una de las sorpresas más agradables de esta edición del festival de Sitges y que, además, propone una hermosa idea como eje argumental: el amor humano, el calor de una relación, puede literalmente afectar de manera decisiva a un zombi.

American Animals, presentada en la sección Òrbita, ha vuelto a dejar el listón de esta sección muy muy alto, habrá que hacer balance al final del festival con mucha atención, porque hasta el momento las mejores películas se están viendo en esta sección. El retrato de unos jóvenes pertenecientes a la generación Z (o post millennial) hastiados de la vida, de una generación que lo tiene todo y que parece vivir anestesiada, es afrontado por su director, Bart Layton, de manera inversa a como planteó su excelente El impostor: si allí la ficción se colaba entre las costuras del formato documental, aquí es la realidad la que se filtra en un formato de ficción. En ambos casos la fusión se produce de distinta manera, pero el resultado es igual de fascinante, puesto que ficción y realidad se abrazan en un producto audiovisual que obliga al espectador a reflexionar sobre los límites de una y otra.

En el capítulo de películas estrella, no cabe ninguna duda que este año de momento quien se lleva la palma es Lars von Trier con su The House that Jack Built. Esta película puede leerse de dos maneras bien distintas, y en ambas los resultados son extraordinarios. Meramente como un thriller, por un lado, estaríamos hablando de una cinta impregnada de un humor negro corrosivo y contagioso: el asesino en serie del título no solo acaba matando para que le dejen en paz, como es el caso de la primera víctima, sino que el azar o la incompetencia de la policía se alían con él para evitar ser capturado, como en el hilarante momento en el que escapa arrastrando a su víctima varios kilómetros por una carretera y dejando tras de sí un aparatoso rastro de sangre.

La segunda lectura es meta-lingüística y ofrece un apasionante autorretrato del propio Lars von Trier. Hay un momento en la película en el que Jack reflexiona acerca de los artistas y de cómo el material acaba buscándoles para canalizar su arte de la manera más apropiada. Debido a que la película está plagada de auto-citas a algunas de sus anteriores películas, no es descabellado concluir que lo que el director danés nos está diciendo realmente es que él es un psicópata que ha encontrado en el cine la manera más correcta de canalizar todas sus ideas locas. Desde ese punto de vista, la sinceridad y la desnudez con la que Lars von Trier se expone en esta película merecen el aplauso más contundente. No solo por la valentía del autorretrato, sino por la osadía de abordar el hecho artístico desde una perspectiva tan psicótica: la casa que Jack construye al final de la película puede parecer a ojos de los que no somos artistas una verdadera aberración, pero para Jack es una obra de arte. Al final, por supuesto, el arte está en la mirada individual, no en la creación en sí.

I Think We’re Alone Now ofrece, por su parte, esa mirada indie intimista al cine post-apocalíptico tan habitual en los últimos años. Película de silencios, de ambientes, de sentimientos, consigue atrapar al espectador gracias no tanto a su discurso acerca de la amistad, que ciertamente no carece en absoluto de interés, sino más bien gracias a una sensación etérea que consigue recrear gracias a una fotografía magnífica y una banda sonora muy dreamy. Además, la química entre Peter Dinklage y Elle Fanning funciona de maravilla, con lo que es fácil quedarse enamorado de estos personajes y querer seguirlos a cualquier parte a donde la película les lleve. No es demasiado habitual que se produzca esa conexión personaje-espectador, y cuando pasa hay que aplaudirla mucho.

En el ecuador del festival también se han podido ver dos de las decepciones más sonadas de la edición de este año: Dragged Across Concrete y Assassination Nation.

La primera es el tercer esfuerzo como director de S. Craig Zahler después de Bone Tomahawk y Brawl in Cell Block 99. Zahler vuelve a demostrar una precisión casi quirúrgica en sus diálogos, casi todos ellos son réplicas perfectas cargadas de sarcasmo e impregnadas de misoginia y de racismo. Son diálogos brillantes que, sin embargo, no desvían la atención de las deficiencias de Zahler a la hora de armar un argumento convincente.

Dragged Across Concrete (título que, por cierto, debería llevarse un premio por sí solo) se estira de manera innecesaria hasta las dos horas y 40 minutos alargando algunas situaciones hasta la extenuación, o describiendo momentos de manera casi documentalista. Por ello el resultado final acaba siendo bastante endeble: unos extraordinarios diálogos y, eso también lo tiene, unas interpretaciones fabulosas de todos sus protagonistas, no bastan para sostener un metraje tan abultado.

En cuanto a Assassination Nation, no recuerdo una película tan irritantemente hipócrita que se haya proyectado en Sitges. Todo está muy mal ya desde el mismo comienzo, cuando uno de los personajes protagonistas promete un relato “muy gráfico” tanto a nivel de violencia como de sexo. La película, para ilustrar esa afirmación, nos bombardea en ese momento con una sucesión ultra rápida de imágenes más o menos gráficas pero inofensivas si las medimos por lo que se ve en este festival, imágenes que supuestamente luego se desarrollarán en la película. Primera hipocresía: la mayoría de esas imágenes luego no se ven en la película. Segunda hipocresía: ni la violencia es precisamente muy gráfica, ni mucho menos lo es el casi inexistente sexo que se describe, mostrado bajo los estándares habituales de Hollywood, es decir, con sábanas tapando los cuerpos de los personajes cuando están retozando en la cama.

Esto no pasaría de simple anécdota si no fuera porque el mensaje de Assassination Nation colisiona frontalmente con su propia narración. La crítica (muy válida, eso sí) al uso malvado que de las nuevas tecnologías se puede hacer, especialmente de las redes sociales, para empezar no es nada que Black Mirror no nos haya enseñado antes, y mucho mejor además. Pero esa crítica, aún sin ser novedosa, podría colar si no fuera porque la misma hipocresía que está criticando, esa doble moral americana que quiere exponer, es precisamente la que demuestra tener todo el rato la película.

Y esto es así ya desde el minuto uno, cuando la cinta comienza a armar un discurso moral para justificar los actos de violencia que se verán en la segunda mitad de la película. Assassination Nation se dota de esa coartada moral para validar el castigo divino que cae sobre los habitantes del pueblo donde transcurre la acción, es decir, que se convierte en juez de estos personajes cuando supuestamente está criticando precisamente eso, que con las redes sociales es muy fácil convertirse en verdugo. Una contradicción que arruina cualquier posible efectividad en su crítica y que, junto a una iconografía de slasher que adopta en su tercio final, reduce toda la película a una vulgar copia de The Purge.

El ecuador de Sitges 2018, eso sí, nos ha dejado una pequeña maravilla llamada The Unthinkable. Película realizada por un colectivo sueco autodenominado Crazy Pictures, aborda un drama de relaciones inconclusas que deberán resolverse en mitad de una crisis terrorista que está asolando Suecia.

Rodada con un presupuesto por debajo de los dos millones de euros, casi la mitad de los cuales se consiguieron mediante un crowdfunding, The Unthinkable despliega una potencia visual que hace que parezca imposible que la película haya costado solo ese dinero. Pero lo mejor de todo es que su arriesgada combinación de drama y disaster movie triunfa en todos los aspectos.

El drama es consistente, está bien tejido, y tanto los personajes como las situaciones están impregnados de esa sensibilidad mágica nórdica que hace algunos años transmitió también aquí en Sitges Déjame entrar. La combinación de las coordenadas del drama no con las del terror, como ocurría en la película de Tomas Alfredson, sino con las del cine catastrofista, da como resultado un coctel con una profunda carga de emotividad que culmina con un desenlace no precisamente feliz aunque sin ninguna duda de los más bellos que han pasado por Sitges. Una película excepcional que, atención, se estrena en España el próximo 9 de noviembre.

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