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Cultura

Moonlight: la identidad a la luz de la luna

En Hermosos y malditas, Cultura 21 marzo, 2017

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Uno de los grandes aciertos de la película Moonlight (Barry Jenkins, 2016) reside en la forma en que ha conseguido mantener un elegante equilibrio entre inteligencia y emoción, discurso y poesía.

Que se trata de una película de bella textura es algo que el espectador percibe pronto en la exquisita forma en que se adapta este drama de Tarell Alvin McCraney alrededor de un niño afroamericano, homosexual, hijo de madre drogadicta que vive en un barrio marginal en una ciudad de Estados Unidos: colores y tonos del desconcierto, emociones crudas sin efectismos, planos tranquilos en los que habla, sobre todo, el silencio.

Moonlight es una película poética y además un filme inteligente. En primer lugar, por su estructura muy literaria, sostenida en tres episodios precedidos de grandes elipsis: el niño (Little), el adolescente (Chiron) y el adulto (Black) cada uno de ellos con sus particulares acentos y temperaturas sentimentales: el traficante (Blue) que «le enseña a nadar» (metafórica y hermosa imagen del padre), Kevin su amigo y su amor, y las dos madres (biológica y adoptiva).

Moonlight (Barry Jenkins, 2016)

En segundo lugar, en cuanto a la identidad racial se refiere, Moonlight deja claro, desde la satélite luminosidad que da nombre al título (la piel negra parece azul bajo la luz de la luna) a la digna presentación del personaje de Juan, que aquello que somos es algo  demasiado complejo para ser reducido a estereotipos.

Moonlight cuenta además con personajes femeninos muy interesantes: la madre (excepcionalmente interpretada por Naoemi Harris) y Teresa (la estupenda cantante Janelle Monaé). Y es un buen ejemplo de la vitalidad de conceptos y perspectivas en el haber de la evolución más reciente de lo que en literatura comparada y crítica cultural se llama «pensamiento post-colonial». Hay aportaciones de «tercera ola»: las «tecnologías del yo» de Michel Foucault, la crítica feminista de la imagen de la mujer, pero también del universo androcéntrico, difundida en la cultura popular y, en particular, en el feminismo de autoras negras (de las pioneras Sojourner Truth o Harriet Tubman a las más conocidas Audre Loude, Angela Davis o Bell Hooks.

La complejidad de la situación del entorno de Chiron sólo se explica por la superposición de desventajas  identitarias (raza, situación socio-económica y condición sexual) que tienen que ver con las demandas de reconocimiento y de distribución elaboradas paradigmáticamente por la pensadora Nancy Fraser.

El primer tránsito del niño al adulto encaja en ese desciframiento del que hablara Foucault en relación con lo prohibido: pasaje hermoso con ecos de esa tensión entre la obligación de decir la verdad y las prohibiciones sobre la sexualidad, en la que el niño pregunta al  personaje de Juan qué significa marica: marica es una palabra usada para que los gais se sientan mal.

El protagonista se puede descubrir ya a sí mismo por su propio nombre (Chiron) entre contradicciones, decepciones tempranas y paradojas insolubles, a pesar del contexto violento y sexista (puta es el adjetivo más utilizado por los niños para burlarse de sus madres) que le golpea una y otra vez.

En una segunda fase del filme y de la luna, el adolescente Chiron se ha convertido en adulto Black (afirmación nominal, pero también identitaria): hombre musculoso al modo del referente adulto Blue, fuerte por fuera, aunque tan frágil por dentro como siempre, y en particular cuando se enfrenta a los sentimientos que tienen que ver con el amor y el deseo.

Moonlight (Barry Jenkins, 2016)

En Moonlight hay dignidad y ecos de la lucha por los derechos civiles: el personaje de Teresa con su insistencia en que en su casa no se agacha la cabeza es un exponente de la valentía de la mujer negra en Estados Unidos, víctima de una doble discriminación (triple en el caso de los inmigrantes).

Moonlight retrata, sobre todo, la soledad, la angustia, la inseguridad y la fragilidad en un mundo hostil levantado sobre identidades androcéntricas tan poderosas como improbables. Además tiene un último acierto sobre el que quería llamar la atención: la identidad al final de todo tiene que ver con la infancia y con el dolor.

Ese dolor que nos individualiza, dolor íntimo que no se puede comprobar y que pocas veces (por eso cabe celebrar el éxito de un filme así) se puede comunicar.

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