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La vuelta de Salles y la magnífica “Vermiglio” de Maura Delpero

En Cine y Series martes, 3 de septiembre de 2024

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

Desde la adaptación cinematográfica de la célebre novela de Jack Kerouac On the Road en 2012, hacía más de una década que no se oía hablar del director brasileño Walter Salles, autor de importantes obras como Central do Brasil (1998) y Diarios de motocicleta (2004), centrada en la juventud de Ernesto “Che” Guevara. Su participación en la Competición de la 81ª Mostra de Venecia marca definitivamente una nueva etapa en su carrera con Ainda estou aqui, una película en la que trabajó durante siete años.

Amigo de la familia del “desaparecido” Rubens Paiva, Salles fue impulsado a retomar la cámara tras un largo descanso, motivado por la lectura del libro homónimo publicado en 2015 por Marcelo Paiva y, probablemente, aterrado por la amenaza que representaba la presidencia de Jair Bolsonaro (2019-2022), que resucitó los fantasmas de los terribles momentos vividos por Brasil medio siglo antes. El resultado es una película que, si bien es un testimonio civil, tiene un enfoque profundamente íntimo y familiar, llevándonos de vuelta a los oscuros tiempos del llamado “régimen de los Gorilas”, que gobernó la nación durante más de dos décadas, desde 1964 hasta 1985, favorecido por el contexto de la confrontación Este-Oeste y las secuelas de la Guerra Fría.

Ainda estou aqui

Ainda estou aqui © Alile Onawale.

Basada en una historia real, Ainda estou aqui recorre las vidas y las consecuencias que enfrentó la familia Paiva tras el secuestro y la desaparición del citado exdiputado laborista Rubens Paiva, asesinado por las fuerzas armadas del ejército golpista brasileño. Con cinco hijos y un matrimonio feliz, una casa con vistas a la playa en Río de Janeiro y otra en construcción, Rubens y Eunice parecían inmunes a las incursiones de la dictadura militar. Sin embargo, un día Rubens es sacado de su hogar para ser interrogado y, posteriormente, su esposa sufre unos días terribles en prisión, aunque logra regresar con su familia. Su esposo, en cambio, nunca volverá, tras ser torturado y asesinado. No obstante, la familia tardará años en conocer el destino de su ser querido.

El largometraje de Salles destaca la dignidad de quienes sobreviven, de aquellos que no se rinden, de quienes resisten las brutalidades de los regímenes y luchan hasta el final por la justicia, o al menos por una admisión de responsabilidad. Pero, al mismo tiempo, enfatiza el dolor que provoca la imposibilidad de realizar plenamente una vida deseada, de cumplir proyectos, debido a la brutalidad de un estado totalitario que deja la ilusión de una vida tranquila a la mayoría, que no sabe o no quiere saber, mientras destruye las vidas de quienes luchan por una verdadera libertad, no una ficticia.

Es una advertencia para nuestros días, donde la apatía nos arrebata, día tras día, esa libertad que debemos conquistar constantemente. Salles construye su largometraje utilizando una estructura clásica con un ritmo mesurado que se mantiene a lo largo de toda la película. A la dulce y apacible descripción de la vida familiar en la primera parte del filme, el director contrapone la cruda toma de conciencia de cuál es el verdadero rostro de la dictadura, despiadada en la ejecución de los sospechosos no alineados y en la represión del disenso y las libertades más elementales.

Ainda estou aqui

Fernanda Torres en  Ainda estou aqui © Alile Onawale.

El resultado es una obra que, aunque no sea original desde el punto de vista de la puesta en escena y a veces peque de cierto sentimentalismo (sobre todo por cómo la música subraya los momentos más emotivos), resulta urgente por el tema que trata, gracias sobre todo a la formidable y conmovedora actuación de la protagonista Fernanda Torres, candidata a la Copa Volpi a la mejor actriz. Su magnífica interpretación —una mirada, una sonrisa, una negación, un dolor, todo pasa por su rostro a veces inescrutable— atrapa y llega a hacer olvidar algunas partes demasiado largas, algún exceso en la ralentización del ritmo y un final (o más bien una serie de finales) algo enrevesado que concluye en 2014, un año antes de que su hijo Marcelo escribiera el libro con la dramática denuncia sobre la suerte de su padre.

Tras varios años algo decepcionantes, Italia finalmente presenta en competencia una película merecedora del mayor premio de la Mostra: Vermiglio de Maura Delpero. La realizadora lleva más de veinte años trabajando en el mundo del documental, abordando temas como la integración, las relaciones interpersonales, la enseñanza y la maternidad. Sus obras en este ámbito, como Moglie e buoi dei paesi tuoi (2005) y Signori professori (2008), así lo atestiguan. Incluso su primera obra de ficción, Maternal, presentada en 2019 en el Festival de Locarno y lamentablemente sumida en el limbo de la distribución debido a la pandemia hasta 2022, insistía en estos temas.

Vermiglio

Vermiglio, de Maura Delpero.

Ahora, Delpero vuelve a hacerlo en una obra madura, llena de intensidad, equilibrio narrativo y con un marco visual deslumbrante en cada encuadre. El tiempo, especialmente el cambio de las estaciones, y el espacio (las montañas de la región del Trentino Alto Adige en el norte de Italia) son el eje de la narración así como el tema de la maternidad. Todo transcurre en el pequeño pueblo de Vermiglio en 1944, mientras en el valle se desarrolla el final de la guerra, un hecho que los habitantes del pueblo sienten en sus ánimos pese a la distancia. Las vidas siguen adelante, especialmente la de la familia del maestro del pueblo, que tiene tres hijas: Lucia, Ada y Flavia, cada una con una personalidad muy marcada, una esposa algo pasiva y tres hijos varones: uno mayor y en conflicto perpetuo con el padre y dos mucho más pequeños. La presencia en este contexto familiar de un soldado siciliano, escondido en las montañas tras haber sufrido los horrores de la guerra, marca un cambio en la vida, sobre todo en la de una de las hermanas.

Maura Delpero sigue los avatares de sus personajes en una obra magnifica con un estilo controlado que, con una paulatina dedicación a cada encuadre y gesto, consigue entrar en la psicología de cada uno de ellos, mostrando sus bellezas y miserias. En algunos aspectos, Vermiglio podría recordar al famoso L’albero degli zoccoli de Ermanno Olmi. Sin embargo, la obra de Olmi es solo una inspiración, ya que el estilo de la película de Delpero es totalmente original, sobre todo en la manera en que la realizadora utiliza las imágenes que transmiten, momento a momento, una belleza nunca rebuscada. De esta forma, a pesar del ritmo lento, la película no resulta nunca larga sino que se mantiene con una narración tensa y un interés hacia los avatares de los personajes que nunca decae. Contribuyen a ello las estupendas interpretaciones de todos los actores, pero especialmente las de las jovenes actrices Sara Serraiocco, Martina Scrinzi, Rachele Potrich y Anna Thaler

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