La última parte de la competición del Festival de Venecia ha puesto de manifiesto uno de los ejes principales que marcan muchas de las películas escogidas para el certamen de este año. La angustia profunda que vive la sociedad contemporánea atrapada en una zona de frontera o dentro de situaciones personales y sociales que la ven siempre más despojada, por un lado, de los derechos básicos y de una clara idea de futuro, por otro lado, de la seguridad (verdadera o imaginaria) que podría encontrarse en la realización y continuidad de los afectos básicos, sean estos la ilación entre familiares o la calidad de vida —hasta la vida misma— de nuestros hijos o hermanos.
Este recorrido se abrió con la segunda obra cinematográfica, después de Vía Castellana Bandiera presentada también en Venecia en 2013, de la directora de escena siciliana Emma Dante. Con la colaboración de Giorgio Vasta y Elena Stancanelli en lo que se refiere al guion, la realizadora con Le sorelle Macaluso sitúa en el centro del largometraje a cinco hermanas, Maria, Katia, Pinuccia, Antonella y Lila, que viven juntas (al parecer sin padres) en un apartamento dentro de un palacio casi en ruinas en Palermo. Las vemos crecer, hacerse adultas y envejecer y enfrentarse de forma distinta a una tragedia familiar en su juventud y que ninguna de ellas es capaz de superar del todo.
La directora cuenta las angustias, las alegrías y los enfrentamientos entre dichas hermanas, con su típico estilo recargado y lleno de planos y encuadres, a veces hasta desagradables, basando en material cinematográfico que quisiera ser provocador, pero que finalmente resulta a menudo bastante banal y poco sugestivo. Responsable de ello es una casi exhibida torpeza formal, con planos desajustados, enfoques desequilibrados —sin que por esto sean más expresivos— y un montaje que crea sólo confusión y escaso sentido de la narración. El resultado es una película que deja al espectador pocos momentos realmente interesantes y que en la mayoría del metraje resulta pretenciosa, y basada en una narración que quisiera describir morbosamente un desasosiego familiar, pero que no deja comprender plenamente las causas y su desarrollo.
Mucho mejor fue Nuevo Orden de director mexicano Michel Franco, asiduo participante en Cannes y que por primera vez presentó en Venecia una película en concurso. Su última cinta nos lleva a un México distópico donde, a causa de una revuelta popular que afecta también la boda de una familia rica de Ciudad de México, se instaura un orden militar feroz que lleva a sacrificar certezas, compasión y afectos y del que todos terminan por ser víctimas.
Franco cuenta este hipotético futuro —que él entrevé ya en su país hoy en día— con crudeza, viendo como se origina a causa de las diferencias económicas y sociales que se expanden y llega a ser insostenible. El largometraje es así una reflexión lúcida y despiadada de algo que no abraza solo a México sino a otros países donde la ola populista y nacionalista ha crecido de forma desmesurada llegando en algunas ocasiones al gobierno. Lo hace con un estilo seco, casi despiadado, por la inclemencia de las imágenes y del recorrido narrativo que ofrece al espectador un fuerte desasosiego, sin rastro de complacencia, y que nos deja admirados en todo momento.
Completamente diferente, pero siempre centrándose en un relato que ve al centro el tema de la angustia creada por la incertidumbre, fue Wife of a Spy de Kurosawa Kiyoshi. El prolífico director japonés, que en su activo lleva ya un número considerable de películas, siempre ha privilegiado el tema del drama familiar y de la ambigüedad de las relaciones dentro de su filmografía. Un recorrido que presenta una marca de autor muy sugestiva, sobre todo en el género del horror y del policíaco. Por primera vez, Kurosawa se atreve con una historia de espionaje ambientada en los años cuarenta del siglo pasado. El argumento desarrolla la relación entre un industrial y su joven esposa, dentro de la necesidad que el hombre profesa de hacer conocer al mundo las atrocidades que el imperio japonés perpetró en la guerra de Manchuria, uno de los primeros casos de guerra bacteriológica.
Inicialmente emitido por televisión el 6 de junio de este año por la cadena NHK, y transformado después en un Manga dibujado por Masamumi Kakizaki, Wife of a Spy ha sido adaptado a la versión cinematográfica expresamente para la Mostra de Venecia. El relato, cautivador, y realizado con una habilidad formal admirable, se rige, mayormente en la primera parte, sobre la fuerte ambigüedad con que Kurosawa cuenta el desarrollo de las dinámicas personales entre marido y mujer. Ambigüedad que se extiende al sentido de la realidad en el que viven los personajes, ya que en el tiempo libre se entretienen en realizar una película de espionaje casera que los ve como protagonistas.
Kurosawa consigue de esta forma una obra que dentro su aparente adscripción a un género codificado, en realidad se aleja del mismo para conseguir una visión original acerca de la fidelidad, de la relación entre realidad y ficción.
Algo menos interesante, pero siempre perturbador fue Und Morgen die ganze Welt (Y mañana el mundo entero) de la alemana Julia von Heinz. La realizadora, con su quinto filme, nos pone delante a cuestiones básicas: ¿la violencia es una respuesta política legítima al odio y a la insurgencia de movimientos de extrema derecha? ¿Hasta qué punto el individuo está dispuesto a llegar para confirmar y defender sus ideales?
Esto es lo que se plantea Luisa, una joven de orígenes aristocráticos, que se une a una comuna vegetariana y pacifista, pero fuertemente activa contra reuniones de los Neonazis. El ardor de sus actos y su empeño llevarán a la muchacha a convicciones políticas y ideológicas que se irán radicalizando y que la enfrentarán a sus amigos y compañeros. Julia von Heinz consigue mantener un ritmo sostenido a lo largo de todo el metraje sin caídas y gracias a una penetrante actuación de la joven Mala Emde. No siempre todo funciona perfectamente y en algunos momentos hay algo de retórica, no obstante, la forma correcta con que la realizadora propone el tema deja mella en el espectador más políticamente sensible.
In between Dying y Nomadland cerraron el concurso de Venecia 77. La película de director azerbaiyano Hilal Baydarov, discípulo de Bela Tarr, se encuadra en lo que se suele definir como cine de poesía. La misma estructura de la película es como la de un poema: unas estrofas que cuentan la búsqueda por etapas del amor y de la muerte, por parte del personaje principal Davud, y unos estribillos que —apoyándose en una imagen de él mismo, una mujer velada y un caballo— reflexionan sobre el sentido de la vida.
El intento formal, así como la belleza de algunas imágenes cautiva, pero ya desde los primeros minutos el filme se pierde dentro un desarrollo demasiado críptico, excesivamente enigmático y que por esto termina por ser superficial, pretencioso y a menudo aburrido.
Más interesante, Nomadland, única producción de un gran estudio estadounidense en Venecia. Después de su película de exordio, Songs my Brothers Taught Me y de la lograda The Rider de 2017, Chloe Zhao pone otro ladrillo a su exploración de historias de individuos olvidados por la sociedad y en busca de una definición de sí mismos. En esta ocasión la directora utiliza toda la maestría de esa impresionante actriz que es Frences McDormand para contar la vida en la carretera de Fern, viuda que decide coger su camioneta para intentar una existencia distinta y nómade que la aleje de algo que sus días ya no puede perdurar sin la presencia de su marido.
La película de Zhao adapta la novela Desert Solitaire de Edward Abbey para presentarnos un viaje, o mejor varios viajes, de un alma solitaria pero que consigue encontrar el afecto de varias personas en cada lugar que en el que llega y que la ayudan a dar un sentido nuevo de su existencia. Como en el mejor cine de frontera americano, la relación entre individuo y naturaleza es central también en Nomadland, que hace uso de una bella fotografía para regalarnos un ritmo narrativo pausado —quizá un poco demasiado comentado por el edulcorado piano de Ludovico Einaudi) y que nos conduce de puntillas al interior del mundo más íntimo de una mujer muy especial y multifacética. Nada en la personalidad de Fern es completamente contado con evidencia o subrayado, sino únicamente aludido con notable elegancia. Sin duda, el mayor mérito de la película.
Fuera de concurso en este 77 Festival de Venecia, hemos visto la olvidable Run Hide Fight (adrenalínica, algo fascista y violenta película de acción de Kyle Rankin sobre la enésima matanza en un colegio estadounidense) y los primeros 88 minutos de la nueva serie ideada y dirigida por Álex de la Iglesia, 30 monedas. El inicio de este nuevo y divertido despilfarro en salsa satánica y religiosa del director bilbaíno parece prometedor, ya veremos como prosigue cundo lo emita HBO Europa.
Lo que destacó más fue, sin embargo, el monumental documental City Hall de Frederick Wiseman. El documentalista, con ya 90 años, no pierde su lucidez en hacer su enésima descripción detallada sobre un específico aspecto de la vida social estadounidense. En este caso, el director ha seguido con minucia de detalles y situaciones la labor del alcalde de Boston, Martin Walsh, y de su administración. Actos, reuniones, participación con la ciudadanía de diferentes etnias, decisiones operativas, etc.
El documental nos ofrece la imagen de una ciudad activa y, sin duda, bien administrada. Pese a esto, se echa en falta una mirada más profunda hacia los otros representantes de la alcaldía y sobre la oposición, que se limita a las restricciones planteadas por la administración Trump que, claramente, resultan siempre odiosas. Obra sin duda potente tiene un límite, el metraje: cuatro horas y media resultan francamente demasiadas.
PALMARÉS
Sección oficial
León de Oro: Nomadland, de Chloé Zhao
Gran premio del jurado: Nuevo orden, de Michel Franco.
Premio especial del jurado: Dorogie Tovarischi! (Dear Comrades!), de Andrei Konchalovsky.
Mejor dirección: Kiyoshi Kurosawa por La mujer del espía (Wife of a Spy).
Copa Volpi. Mejor actriz: Vanessa Kirby por Pieces of a Woman.
Copa Volpi. Mejor actor: Pierfrancesco Favino por PADRENOSTRO.
Mejor guión: Chaitanya Tamhane, por The Disciple.
Premio Marcello Mastroianni al mejor intérprete emergente: Rouhollah Zamani, por Khorshid (Sun Children).
Ópera prima
Premio Luigi de Laurentiis: Listen, de Ana Rocha de Sousa
Horizontes
Mejor película: Dashte Khamoush (The Wasteland), de Ahmad Bahrami.
Premio especial del jurado: Listen, por Ana Rocha de Sousa.
Mejor dirección: Lav Diaz, por Lahi, Hayop (Genus Pan).
Mejor actriz: Khansa Batma, por Zanka Contact.
Mejor actor: Yahya Mahayni, por The Man Who Sold His Skin.
Mejor guión: Pietro Castellitto, por I Predatori
Mejor cortometraje: Entre tú y Milagros Mariana Saffon.
Premio FIPRESCI: The Disciple, de Chaitanya Tamhane.
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