Es solo pop (y rock, y mil cosas más), pero nos gusta. Quizá incida mucho menos de lo que nos pensamos en nuestra sociedad, pero lo seguimos necesitando. Ni Charli XCX ni Taylor Swift evitaron que Donald Trump ganase holgadamente las elecciones en su país, ni que el mundo que asoma en 2025 sea ligeramente (o mucho, según se mire) más oscuro que el que amaneció hace doce meses, pero qué sería de nosotros sin esos discos y esas canciones que nos dan la vida.
Empieza un nuevo año y yo intento resumir, más allá de listas (que las hay a patadas, y siempre valen la pena), lo que fue 2024 en tres claves. Ya sé que es algo tan ingenuo como intentar atrapar un océano en el cuenco que forman las palmas de nuestras manos, dado el inmenso caudal de música que tenemos hoy en día a nuestro alcance, que no podríamos digerir ni en un par de vidas a tiempo completo (y sin dormir), pero allá va mi bienintencionado resumen del año.
#1 Un star system en constante renovación, y (casi) siempre con nombre de mujer
Todo el mundo hablaba de Dua Lipa hace cuatro años, pero casi nadie se ha acordado de ella en 2024 tras un Radical Optimism (2024) que le ha quedado bastante desvaído. Al menos en comparación con aquel Future Nostalgia (2000) que alegró el confinamiento a media humanidad. Tampoco ha sido el año de Beyoncé, porque Cowboy Carter (2024) no deja de ser un disco menor en su discografía, por mucho que estuviéramos semanas dando la murga con la resignificación de los códigos del viejo country en sus manos (y en las de otros músicos audaces). Ni tampoco de Rosalía, que apenas se ha pronunciado pero promete nuevo disco en 2025.
Pero sí ha sido el año, sin duda, de Charli XCX (encuentro el consenso en torno a su Brat totalmente merecido) y, en menor medida, de Sabrina Carpenter. Ambas – ojo – tras más de una década de carrera. Eso sí, ninguna de ellas ha mostrado hasta ahora la regularidad de Billie Eilish, que araña el cielo con cada una de sus entregas: Hit Me Hard and Soft (2024) es la prueba.
Sí, todas son mujeres. Y podríamos añadir (aunque ni la primacía femenina nos resulte ya novedosa entre lo mejor de cada ejercicio – es una constante en el último lustro – ni filtrar por género sea precisamente muy elegante, ni siquiera sensato) también los nombres de Cassandra Jenkins, Beth Gibbons, Jessica Pratt, Adrianne Lenker, Nilüfer Yanya, Kim Gordon, Julia Holter o Clairo.
#2 El factor James Ford y el orgullo de los veteranos
Lo hizo con Depeche Mode y con Blur el año pasado. Y en 2024 lo hizo de nuevo con Pet Shop Boys y Beth Gibbons, pero también con jóvenes como Fontaines D.C. Todo lo que toca James Ellis Ford como productor, lo convierte en oro. No hay un ingeniero de sonido que consiga extraer tanto partido a discursos necesitados de renovación sin que el lifting imponga una negación de sus propiedades tradicionales. Fontaines D.C. han dado el salto al rock de estadios sin perder filo ni credibilidad. Beth Gibbons ha vuelto a generar escalofríos desde el extremo opuesto: su vis más orgánica y esencialista.
Y Pet Shop Boys han hecho su mejor disco en treinta años (con permiso del magistral Electric, de 2013), visibilizando un capítulo de veteranos más-grandes-que-la-vida que ha tenido extraordinarios exponentes en Nick Cave (instituido ya como una figura de dominio más público que nunca), Crowded House, Paul Weller, The The o unos The Cure que se han acercado a su registro imperial de hace poco más de treinta años cuando ya nadie lo esperaba.
En un plano intermedio (es decir, veteranos no tan veteranos), cabe mentar a Slowdive, Jack White, The Smile o Tindersticks. Curiosamente, y al revés de lo que comentaba en el apartado anterior, aquí hay una abrumadora mayoría de hombres.
#3 Las guitarras eléctricas aquí vuelven a molar
Últimamente tengo la sensación de que las llamadas músicas urbanas han quemado ciclos en España a una velocidad tan vertiginosa que han acabado por negarse a sí mismas, si es que directamente no han agotado ya sus posibilidades evolutivas. Y creo que uno de los síntomas más evidentes es que 2024 ha sido el año en el que las guitarras eléctricas del pop y el rock de toda la vida han vuelto a reclamar la primacía que se les discutía. Con la irrupción fulgurante de Alcalá Norte (y con lo que tiene de hype asociado, que por algo son de Madrid) y la influencia que Carolina Durante, también entre los destacados del ejercicio, están proyectando sobre toda una generación.
¿Podemos hablar de una tercera generación del indie español con cara y ojos, con unos rasgos comunes aunque estilísticamente diversa? Parece que sí, si nos fijamos en su ausencia de prejuicios y en el lenguaje (mucho más directo que la quinta precedente) que se gastan, sin duda marcado por el chato horizonte que nuestra sociedad les está delimitando, condicionado por la precariedad laboral y la infumable carestía de la vivienda. Ahí están Biznaga para resaltarlo (una década de carrera), también Viva Belgrado, incluso las mejores Hinds que recordamos, alumbrando un camino que han seguido Cariño, Kokoshca, Alavedra, Camellos y muchos otros que no publicaron en 2024.
También hay un nuevo folk en manos de Maestro Espada o Carlos Ares, una vuelta de tuerca más en la combinación de tradición y vanguardia de los últimos tiempos (ahí está también lo de Za! y Perrate, o lo de Ángeles Toledano), pero lo que más me reconforta es contar aún con valores tan seguros y fiables como los que encarnan Sr. Chinarro, Luis Prado, Ferran Palau, Guillem Gisbert, Alizzz, Steven Munar, Pony Bravo, Maria Jaume, Yo Somos, Nudozurdo, Espanto, Atención Tsunami, Maddening Flames, Pauline en la Playa, Parade con Nacho Casado, Marinita Precaria, Sen Senra, Alberto Montero, León Benavente, Rita Payés y tantos otros de quienes posiblemente ahora me esté olvidando.
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