Emmanuel Mouret dirige a Camille Cottin (Alice), Sara Forestier (Rebecca) e India Hair (Joan), que encarnan a las Tres amigas (Trois amies, 2024) de su película estrenada en competición en la 81º Mostra de Venecia. El director, que convierte sus miniaturas exquisitas en filigranas sentimentales con apariencia cotidiana, nos sedujo por última vez hace dos años, en Cannes, con Crónica de un amor efímero y esta vez vuelve a contar, aunque brevemente y sobre todo como narrador, con Vincent Macaigne en uno de los papeles masculinos de su filme coral, que se completa con Grégoire Ludig, Damien Bonnard y Éric Caravaca. Mouret traza, bajo la carpa amable de la comedia romántica, pequeños relatos hilados a través de los azares amorosos de sus protagonistas, que más allá de enamorarse o desenamorarse, engañarse o adaptarse a diferentes modos de vivir una relación, en realidad nos hablan de ellos mismos, a través de su vivencia del amor y de cómo ello afecta a los demás.
Las diferentes tramas que se entrecruzan en las vidas de las tres amigas experimentan giros inesperados, dignos de las comedias románticas de Rohmer, exploran a través suyo las mil caras del amor, las facetas que adopta cada una según sus deseos o según su personalidad, y el azar. A partir de ahí, la cuestión amorosa, matrimonial y sexual se dividen como un delta y delicadamente, como un observador (quizá tan fantasmal como uno de los personajes), nos invita a acompañar a estas jóvenes mujeres, desde el prisma sentimental, como si el resto de sus vidas, incluso sus hijos fueran de la menor importancia. No son las vidas de este pequeño grupo lo que se describe sino la manera en que les afectan los avatares del corazón, las diferentes estaciones del amor (como escribió Battiato: Nuevas posibilidades para conocerse/y los horizontes perdidos no regresan jamás./La estación del amor volverá,/con el temor y las apuestas,/ esta vez cuánto durará) y lo hace sin frivolidad ni superficialidad.
Mouret no filma dramones sentimentales, pero el dolor en sus filmes es real, la candidez de sus personajes adquiere vida y su angustia e inseguridades no las convierten en más débiles o neuróticas. Tener el valor de reflexionar con un humor sutil sobre un aspecto importante de la existencia de sus protagonistas sin convertirlo en una novela rosa o un entretenimiento de salón requiere la sutileza del mencionado Rohmer, o de un Emmanuel Mouret que parecía haberlo dado ya todo. Viven el amor, hablan del amor, de la preferencia de las relaciones asimétricas, donde cada uno tiene un interés mientras la cosa funcione, las segundas oportunidades y las relaciones extramatrimoniales. Si esto suena muy francés es porque marca todas las casillas, pero no juzguen el libro por las tapas. La delicadeza y el afecto que muestra el director por sus personajes y la empatía con sus remordimientos y dudas, hipocresía, generosidad o egoísmo, le protegen del cliché para que pueda ofrecernos retratos tan hermosos como los de estas tres mujeres enamoradas.
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