El 13 de mayo de 1971 Stevie Wonder cumplió 21 años, a pesar de su juventud era un absoluto veterano con 13 discos de estudio a sus espaldas e innumerables éxitos editados en su compañía Motown. Pero el cantante era también un músico mejor y cada vez más maduro y estaba harto de la cadena industrial de Berry Gordy, el presidente de Motown, así que ese mismo día, el día en que expiró su contrato no renovó, siguiendo los pasos de Marvin Gaye con What’s Going On, Wonder renegoció su contrato, permitiéndole una mayor parte de los royalties generados y, sobre todo, total libertad creativa a la hora de producir sus propios discos. El resultado sería el inicio de su época dorada como artista y la aparición de su primera obra maestra, Talking Book.
Pero antes de llegar a ese disco hay que hablar de los dos discos que grabó independientemente y luego vendió a Motown, una vez formado el nuevo contrato. Esos fueron Music Of My Mind, firmado por él, y Syreeta, el disco que grabó con Syreeta Wright, la mujer con la que se había casada en 1970, que también le ayudaba con la letra de algunas canciones y cantaba. Ambos estaban producidos y escritos (casi en su totalidad) por un Wonder que, además, tocaba la mayor parte de los instrumentos, un artista que tras años siguiendo a rajatabla los mandamientos de la factoría Motown, se encontraba en un periodo de explosión creativa. Algo que se podía ver en su creciente admiración por buscar nuevos sonidos, como bien prueba su acercamiento a los sintetizadores y a la música electrónica.
El caso es que ninguno de los discos fue un gran éxito, pero dejaban bien claro que Wonder había entrado en una nueva fase de maduración musical que se vio reflejada en las mejores críticas de su carrera. Fue así como los Rolling Stones le propusieron para abrir sus conciertos de presentación de Exile On Main Street, al poco de la aparición de Music Of My Mind, el 3 de marzo de 1972. Wonder no lo dudó, sabía perfectamente que codearse con Jagger y cía. ampliaría su público y le daría mayor visibilidad entre la audiencia mayoritaria de los 70, la audiencia blanca del rock. No se equivocaba y, también hay que reconocérselo, los Stones no le trataron como a un telonero corriente sino que solían cerrar los conciertos con Stevie Wonder y su banda en el escenario haciendo un medley entre su “Satisfaction” y el “Uptight” de Wonder.
El resultado fue un éxito explosivo, normal si hablamos de dos de los artistas pop más importantes de la historia conectando extrañamente en el momento álgido de ambos, 1972 fue el último gran año del periodo clásico de los Stones, del 68 al 72, y el primero del periodo imperial de Wonder, del 72 al 76. El caso es que un mes antes de embarcarse en la gira Wonder había grabado la canción más famosa (y una de las mejores) de su carrera. Se trataba de “Superstition”.
Era mayo y Jeff Beck, el guitarrista inglés que había sido parte de los Yardbirds, estaba grabando en el mismo estudio y se pasó a saludar a Wonder, del que era un ávido seguidor. Cuando llegó, el autor estaba componiendo un tema por su cuenta, así que le pidió a Beck que se sentara en la batería y tocara un ritmo, no era el fuerte de Beck pero accedió, de repente Wonder comenzó a cantar y tras grabar una base le pidió a éste que le dejara solo y volviera dentro de un rato. Cuando volvió, “Superstition” estaba casi terminada en toda su gloria, ante la estupefacción del inglés. El mágico riff, tocado en su clavinet Hohner, y una nueva batería, todavía más funky, grabada por el propio Wonder. El cantante pidió su opinión al guitarrista y este comentó que era lo mejor que había escuchado en su vida. El caso es que, en agradecimiento, Wonder le dijo que él también la podía grabar.
Pero el nuevo disco de Beck se retrasó y Berry Gordy, que era un tirano pero era capaz de oler un éxito a cientos de kilómetros de distancia, convenció a Wonder de que tenía un bombazo entre las manos y que ese debía ser el sencillo de presentación de Talking Book. Al final, Wonder accedió y la grabó antes (aunque Beck seguiría utilizando “Superstition” en su disco de 1973), pero no hubo mala sangre entre ellos y el guitarrista participó en el disco tocando un sensual solo en la delicada “Lookin’ for Another Pure Love”.
Por supuesto, el dueño de Motown no se equivocaba y Wonder consiguió su primer número uno con “Superstition”, desde el lejano 1963, cuando “Fingertips” subió a lo más alto de las listas, siendo todavía un joven prodigio (Little Stevie Wonder) de solo 13 años. No fue el único gran éxito del disco y es que la canción que abría Talking Book, “You Are the Sunshine of My Life”, también llegó al top, propulsando al propio disco hasta el número tres y convirtiendo a Wonder en una superestrella por derecho propio.
Pero más allá de por su enorme éxito comercial, Talking Book ha pasado la prueba del tiempo por su enorme calidad musical, con un Wonder demostrando que componía como los elegidos —pongan aquí su compositor favorito—, cantaba como los mejores —añadan el nombre de su cantante favorito—, y además tocaba todos los instrumentos, arreglaba y producía sus propios discos, junto a Malcolm Cecil y Robert Margouleff, algo que muy pocos han hecho antes o después, así a bote pronto solo se me ocurre uno de sus fans más grandes, Prince.
Si Music of My Mind y Syreeta fueron un paso adelante en su carrera artística, entonces Talking Book es algo así como la consolidación de los avances estilísticos de ambos, alcanzando el cénit de su carrera. Un cénit que volvería a igualar con Innervisions y Songs In The Key Of Life, pero no tengo muy claro que lograra superarlo, a pesar de que estos dos últimos suelen ser considerados los dos mejores de su carrera.
En Talking Book ya ha alcanzado el cénit como compositor, como muestran tres canciones totalmente diferentes, la explosividad funk de la ya comentada “Superstition”, los toques folk y de cámara de esa preciosa canción protesta que es “Big Brother”, una oda contra políticos oportunistas y sus cínicas relaciones con los negros estadounidenses, ejemplificados en un Richard Nixon que obtendría la reelección al poco de publicarse este disco, y, por último, la explosión emocional de la canción que cierra el disco, “I Believe (When I Fall In Love It Will Be Forever)”, una canción con un estribillo tan genial y melódico, que no tiene más remedio que llevarlo a un clímax de repeticiones, a lo “Hey Jude”, antes de romperlo en un final funky en el que se luce con sus múltiples voces, recordemos que todo lo que suena en esta canción proviene de él.
En definitiva, Talking Book supuso el momento en el que Stevie Wonder encontró su estilo más personal y, a la vez, universal, con influencias tanto de sus contemporáneos del rock blanco y los cantautores de la época, como del funk de Sly & The Family Stone (ahí están los siete minutazos de “Maybe Your Baby”), además de ampliar miras con la incorporación de elementos jazz, latinos o africanos, a su estilo más personal.
Había comenzado la dominación de Wonder de la música de su época. Entre 1974 y 1977 (correspondientes a producciones de los años 1973 a 1976), Stevie Wonder se alzaría con el Grammy al Disco del Año en tres de las cuatro ocasiones posibles. El 28 de febrero de 1976, cuando Paul Simon se alzó con el galardón gracias a Still Crazy After All These Years, el ex integrante de Simon & Garfunkel subió al escenario y dio este pequeño discurso: Bueno, estoy muy contento de ganar esto. Quiero dar las gracias a Phil Ramone, que ha coproducido esto conmigo. Y a Phoebe Snow que cantó conmigo en el disco. Y a Art Garfunkel que cantó conmigo en “My Little Town”. Y sobre todo quiero dar las gracias a Stevie Wonder, por no haber sacado un disco este año.
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