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La Motown puso el ritmo, ellos hicieron el resto

En Música 27 agosto, 2015

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

La histórica factoría de éxitos soul de Detroit contagió durante décadas a la escena pop de medio mundo, y aún lo sigue haciendo. Desgranamos doce muestras imperecederas de tan fructífera relación.

Tamla Motown, la factoría de éxitos que Berry Gordy diseñó desde Detroit -imitando el funcionamiento de las cadenas de montaje de coches de la ciudad- y que vivió su época de mayor esplendor en la década de los 60, siempre apeló a un público transversal. Lo más amplio posible. Por algo se decía de ellos que facturaban música de negros hecha para blancos. Tenían muy claro dónde estaba el mayor nicho de mercado. No es por ello extraño que su capacidad de contagio fuera enorme. Desde los tiempos en que The Beatles versionaban el «Money (That’s What I Want)» de Barrett Strong o el «Please Mr. Postman» de The Marvelettes hasta que Amy Winehouse guiñara algo más que un ojo a los duetos entre Marvin Gaye y Tammi Terrell en canciones como «Tears Dry On Their Own». Pasando por esas miméticas (y algo insípidas) versiones que algunas estrellas desnortadas editaron en los años 80 (el tándem Mick Jagger/David Bowie con «Dancing In The Street», Phil Collins con «You Can’t Hurry Love»).

La escena del pop internacional ha sido particularmente propicia a dejarse infectar por el bendito virus de las obras canónicas de la Motown. Especialmente por su exultante sentido del ritmo, que ha servido para propulsar un puñado de temas a la eternidad. Desde aquí proponemos doce muestras representativas.

#1 El desbocado trote de La Iguana

Iggy Pop no se encontraba precisamente en su mejor momento a mediados de los 70, tras la espiral de autodestrucción en la que se vio inmerso una vez finiquitados The Stooges. David Bowie acudió a su rescate, y tanto la alianza que ambos sellaron como los aires siempre benefactores de Berlín le procuraron las cotas creativas más altas de su carrera en solitario, con The Idiot (Virgin, 1977) y Lust For Life (VCT, 1977). El tema que dio título al segundo de ellos es historia viva de la música popular. Es común atribuir su ritmo, propulsado por la indomable batería de Hunt Sales, a Martha Reeves & The Vandellas o a The Supremes. La revista Rolling Stone la incluyó entre las 200 mejores canciones de todos los tiempos. Y gozó de una lustrosa segunda vida cuando Danny Boyle decidió incluirla como ariete de la BSO de Trainspotting (1996). Inagotable.

#2 A la felicidado por el soul saltarín

En 1980, a Elvis Costello se le reventaban por todas partes las costuras de ese traje -que parecía hecho a su medida- llamado new wave. Su primera zambullida en el soul llegó con el efervescente Get Happy! (Ryko, 1980), algo más que un guiño a las canciones cortas, efectivas y contagiosas del sello de Detroit. Entre sus varias muestras, «High Fidelity» es la que obtuvo mayor eco. Un clásico de su repertorio.

#3 Una ciudad llamada Malicia

La sombra del “You Can’t Hurry Love” de The Supremes vuelve a aflorar con fuerza en la apertura de este clásico absoluto de The Jam. La devoción de Paul Weller por el soul comenzaba a ser entonces más que notoria (sus versiones del “Move On Up” de Curtis Mayfield o del «Heatwave» de Martha & The Vandellas también son cosa fina), inaugurando una exhibición de filias por sonoridades negras que se ampliaría años más tarde al frente de The Style Council con el soul más satinado o el house, o ya en solitario con el rythm and blues. Pero “Town Called Malice”, número 1 en el Reino Unido en 1982, oficializó entonces con maestría la amplitud de miras del músico de Woking. Un golpe de genio que, al igual que el de Iggy Pop, también revivió casi dos décadas después de la mano de otro director diestro en reflejar historias personales profundamente enraizadas en la Inglaterra que les tocó vivir: Stephen Daldry y la estupenda Billy Elliott (2000). Profundamente vivificante.

#4 Ambigüedad sexual desde el norte gris

El canon rítmico de la Tamla Motown vuelve a hacerse notar con fuerza, aunque algo más entreverado-quizá como consecuencia de la fuerte impronta de quienes lo adaptan-, en el “This Charming Man” de The Smiths. Uno de los primeros guiños al histórico sello de Berry Gordy por parte de una banda británica de jangle pop, o proto-indie, si lo queremos llamar así. Se suele citar el “I Can’t Help Myself” de The Four Tops como una de las posibles fuentes de inspiración de su impronta rítmica. Lo cierto es que esa influecia le sienta como un guante a esta florida (y no es metafórico, porque los gladiolos comenzaban a hacer acto de presencia en sus conciertos) y rozagante declaración de ambigüedad sexual de Morrissey & Marr, de 1983. François Kevorkian la remezcló meses más tarde, dándole una orientación dance que no gustó a la banda. La original, en sus dos tomas (la de Roger Pursey para John Peel y la de John Porter), sigue tan fresca como el primer día.

#5 El alma negra de Edwyn Collins

Aunque si hablamos de bandas pioneras de la independencia británica y de guiños a los Four Tops, no podemos olvidarnos de los escoceses Orange Juice, la banda comandada por Edwyn Collins en la primera mitad de los 80. Seguramente quienes mejor destilaron -de toda esa generación- su querencia por el soul y la música negra (en un sentido mas amplio). No hay más que escuchar canciones tan gloriosas como “Rip It Up”. En todo caso, esta “I Can’t Help Myself”, incluida en un segundo álbum que tenía el mismo título que aquel single, Rip It Up (Domino, 1982), es mucho más que un efusivo saludo a la histórica banda de Levi Stubbs y compañía.

#6 No hay un caminar bajo el sol más jubiloso

El epítome de canción pop con arrebatadora rítmica Motown, al menos por su incesante presencia en las listas de éxitos de la época y en miles de conciertos, verbenas, campañas de publicidad y festejos de todo pelaje, es el «Walking on Sunshine» de los británicos Katrina & The Waves, firmado en 1985. Sobre todo porque evidencia el perfil de one hit wonders de sus creadores. Su omnipresencia desde entonces puede haber desgastado su encanto hasta convertirla en una cantinela algo odiosa. Pero si nos desembarazamos de prejuicios, solo cabe recordarla como una magnífica canción. Un single irrebatible, se mire por donde se mire.

#7 El bardo de Barking también sabe soulear

El folk combativo, los destellos de pop agudo y sentimental y (últimamente) el sonido roots norteamericano han sido tradicionalmente los nutrientes que han abastecido el talento y la inspiración de Billy Bragg. Pero en 1996 cerró uno de sus periodos mas largos de sequía con un estimable álbum (William Bloke; Cooking Vynil), fiel a sus constantes vitales, que albergaba en su seno una canción deudora de la Motown por su jubilosa cadencia y de la Stax por su vigorosa sección de viento. Era «Upfield». En ella estampaba además, negro sobre blanco, su proverbial compromiso con el «socialismo del corazón». Vibrante.

#8 El brillo intermitente de la Gran Manzana

Si hay un grupo que que se ganó a pulso la calificación de vintage rock (aunque en su momento prosperó más la etiqueta de fashion rock), esos son los neoyorquinos The Strokes. Su extraordinario álbum de debut suponía una brillante forma de deglutir y desembuchar con desenvoltura un manojo de estilos añejos. Un poco del traqueteo moroso de The Velvet Underground, una pizca de los diálogos de guitarras de Television, una miaja del descaro desmañado y áspero de The New York Dolls… y también algo de la cadencia de los históricos singles de impacto planetario de la Motown, aunque fuera de forma puntual. “Last Nite», incluida en su fulgurante debut, Is This It (RCA, 2001), es su evidencia. Imperecedera.

#9 Palomas en una ciudad negra y blanca

A la altura de su tercer álbum, Some Cities (Capitol/EMI, 2005), los británicos Doves afirmaban haber estado escuchando colecciones de discos de la Motown y material de Northern Soul. En ninguna otra canción se aprecia mejor que en esta arrebatadora “Black & White Town”, todo un pedazo de single que anticipó su contenido y que presentaron en conciertos y festivales durante el verano de aquel año. Pocas canciones funcionaban mejor que ella sobre el escenario, claro.

#10 La deriva soul de Stuart Murdoch y cia

Belle & Sebastian sublimaron su propuesta demasiado pronto, deparando lo mejor de sí mismos en sus primeros tres o cuatro álbumes, en la segunda mitad de los 90. Desde entonces no han dejado de facturar trabajos elegantes, gráciles y luminosos, en los que el sunshine pop, el glam rock más amable, la tradición de la costa este norteamericana y los aromas soul se dan la mano. Y en este último influjo, la sombra de la Motown es en ocasiones innegable. Son discos reconfortantes pero irremediablemente distantes de aquella excelencia. No por ello exentos de momentos chispeantes, algunos francamente inspirados. El giro comenzó a evidenciar su mayor visibilidad con The Life Pursuit (Rough Trade, 2006) y en canciones como esta «To Be Myself Completely».

#11 El revival que no cesa

Los repuntes periódicos de bandas que recuperan el sonido y la estética de algunas de las girl bands de los años 60 (especialmente las que militaban en Motown) es una constante en nuestra historia. Hace algo menos de una década, varios grupos eminentemente femeninos recuperaron esas claves. El caso de The Pipettes fue el más evidente, pero también hubo quien, como The Long Blondes, fundían esa herencia lejana con argumentos más diversos y actuales. “Once and Never Again”, uno de los singles de Someone To Drive You Home (Rough Trade, 2006), es uno de los más notorios.

#12 R.E.M. meets Motown

Colin Meloy es una de los compositores más versados y lúcidos del pop independiente norteamericano. Así lo ha ratificado con su banda, The Decemberists, a través de una discografía cifrada en siete álbumes que, no obstante, ha tenido sus altibajos. Su disco más reciente (What a Terrible World, What a Beautiful World; Capitol, 2015) ha vuelto a recuperar su mejor tono. Y eso es algo que se aprecia desde el minuto cinco de su contenido, con esta maravillosa «Cavalry Captain», tan deudora del patrón rítmico de la Motown. Un tema que resucitaría a un muerto, y que recupera un formato similar al que ya probaron con éxito en «The Sporting Life» (de Picaresque, 2005). Lo más parecido a cómo sonarían R.E.M. si en lugar de versionar a Archie Bell & The Drells -en sus ratos libres- se hubieran decantado por material de la Motown.

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