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Escenas

El sugerente teatro musical de Monteverdi

En La mirada armónica, Escenas miércoles, 4 de marzo de 2015

Gian Giacomo Stiffoni

Gian Giacomo Stiffoni

PERFIL

La Scala de Milán ofrece una versión de L’incoronazione di Poppea perfecta en su interpretación musical de Rinaldo Alessandrini y algo fría y poco impactante en la puesta en escena de Bob Wilson.

L’incoronazione di Poppea de Claudio Monteverdi es no solamente una obra maestra del repertorio operístico (sin duda uno de los títulos clave en la historia del género) sino también de un verdadero milagro en el equlibrio que consigue relación entre texto, música y escena. Pocas obras en la historia de la han sido capaces de transformar de forma tan efectiva un texto de gran calidad poética (en este caso el magnífico libreto del veneciano Giovan Battista Busanello) en un guion perfecto al servicio de una dramaturgia musical efectiva.

Claudio Monteverdi (1567-1643) pintado por Bernardo Strozzi en 1740

Claudio Monteverdi (1567-1643) pintado por Bernardo Strozzi en 1740

Una dramaturgia donde el teatro (entendido como expresión literaria que se hace en cada momento puro drama de gesto y acción) se impone en cada instante, gracias a como la música crea un armazón imprescindible para su desarrollo. Por esta razón, en el estreno de 1743 en el pequeño Teatro di SS. Giovanni e Paolo en Venecia la presencia de la orquesta debió de ser mínima (probablemente no más de siete u ocho instrumentos) siendo imprescindible, sobre cualquier otro elemento, la comprensión de la palabra sobre la escena. Realización perfecta del célebre “recitar cantando”.

Primera página del "Prologo" del manuscrito de "L'incoronazione di Poppea"

Primera página del “Prologo” del manuscrito de “L’incoronazione di Poppea”

Estos aspectos han guiado sin duda la elección de Rinaldo Alessandrini que, al igual que hizo en el Orfeo y en Il ritorno di Ulisse in patria (los otros dos capítulos de trilogía monteverdiana propuesta por la Scala en 2009 y 2011) ha optado por una orquesta de pequeñas dimensiones, en este caso formada por tan solo 15 elementos, casi sólo cuerdas. El resultado fue sin duda filológicamente impecable, pero como en las otras ocasiones resultó ser inadecuado a las enormes dimensiones de la sala. El amplio coliseo de la Scala no es el lugar ideal para este repertorio que exige una cercanía mayor entre espectador y escenario, todavía más si se utiliza un conjunto instrumental limitado. Las intenciones expresivas de los cantantes y el trabajo minucioso sobre la palabra se vieron así algo desaprovechados. Un trabajo (el del director y de todos los interpretes) impresionante por la atención proporcionada a cada detalle expresivo, pero anclado a una idea más cercana a un estilo madrigalista que al servicio de una realización escénico-teatral.

© Lucie Jansch. Miah Persson y Leonardo Cortellazzi en un momento del tercer acto de "L'incoronazione di Poppea"

© Lucie Jansch. Miah Persson y Leonardo Cortellazzi en un momento del tercer acto de “L’incoronazione di Poppea”

La puesta en escena de Robert Wilson fue, por el contrario, bastante anodina. La interpretación del director de escena, fundamentalmente alegórica (basada en un tratamiento escénico fundado en la inmovilidad y gesto lento y frío), fue muy lejana al erotismo, la disputa política y el contraste entre la pasión y el desengaño amoroso y el poder que caracteriza la obra. Todo ello, pese a la belleza y elegancia del marco escénico y del impactante juego de luces.

© Lucie Jansch. Monica Bacelli en un momento del segundo acto de "L'incoronazione di Poppea"

© Lucie Jansch. Monica Bacelli en un momento del segundo acto de “L’incoronazione di Poppea”

Contrariamente, la actuación de casi todo el reparto fue excelente, destacando principalmente la Poppea y la Fortuna de Miah Persson (gracias a su habilidad en resaltar la sensualidad que caracteriza el personaje de la amante de Nerone) y la Ottavia y La Virtú de Monica Bacelli, en verdadero estado de gracia por la capacidad de subrayar cada acento y expresión del texto, sobre todo en las dos famosas lamentaciones de los primer y tercer actos. Efectivos pero algo débiles, a causa de una volumen de la voz limitado para las dimensiones del sala, el Ottavio de Sara Mingardo y el Seneca del bajo Andrea Concetti, contrariamente a Leonardo Cortellazzi en el papel de Nerone que resultó muy efectivo y con una voz adecuada al espacio. Excelente el resto del amplio reparto.

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