Ha muerto Stanley Donen y su nombre seguirá evocando las mismas dos palabras con las que distinguimos su cine cuando el director disfrutaba de vitalidad: nostalgia y felicidad.
La imagen mítica de su colega y amigo Gene Kelly, cantando luminoso y feliz bajo un oscuro aguacero, con la que empezamos estas líneas simboliza muy bien, según lo veo, tanto la idea de felicidad vital como el trasfondo nostálgico que acompañó siempre sus películas.
Cantando bajo la lluvia no solo es un gran musical y una película icónica, sino un documento histórico de la conmoción que supuso para Hollywood la transición al sonoro. Con toda su ironía y su sátira, el filme dio cuenta de un momento confuso y cruel envuelto de desorientación y esperanza y en ese sentido fue también un homenaje agridulce, un homenaje feliz y nostálgico a una época, unos artistas y una forma de entender el séptimo arte que acababa de marcharse para nunca volver.
Donen nació en 1924 en Columbia (Carolina del Sur) y creo que su relación con el cine, forjada en la niñez, fue la de tantos cineastas que formaban parte de minorías maltratadas (la familia de Donen era judía) o que simplemente necesitaban alguna forma hermosa de escapar: la sala de cine como cobijo. Dicen que allí quedó fascinado por la fantasía feliz de Fred Astaire y Ginger Rogers en Volando a Río. Pronto dirigiría a Astaire. Más tarde, realizaría una comedia que hoy resultaría incorrecta, pero que también tenía el halo de la nostalgia (la pérdida de la juventud y la patética forma de tratar de recuperarla de los personajes de Michael Caine o Joseph Bologna): Blame It on Rio, 1984.
La carrera de Donen no se puede entender sin la feliz colaboración que tuvo con Gene Kelly. Ambos procedían de los escenarios de Broadway y su temprana amistad se remonta al musical de Rodgers y Hart Pal Joey (1940). Dos de las mejores películas de la época resultan de dos de sus trabajos conjuntos durante la edad de oro del musical de la Metro Goldwyn Mayer: Un día en Nueva York (1949), Cantando bajo la lluvia (1952). Tras el esplendor del musical de Hollywood a finales de los 40 y principios de los 50, el cine de Donen miraba siempre al pasado desde una distancia que es el presupuesto ontológico de la nostalgia y así es como entiendo filmes un tanto demodés que coprodujo y dirigió, no siempre con la misma suerte: Indiscreta (1958), Damn Yankees (1958) o Una rubia para un gánster (1960).
Su cine fue, sin embargo, mucho más. He querido escribir sobre Donen porque hacerlo significaba volver a pensar en algunas de esas cuestiones que siempre me han interesado: la nostalgia, la felicidad. ¿Qué es la felicidad? Para Aristóteles, la felicidad es el bien que se basta a sí mismo. La felicidad es un fin. Es feliz quien se realiza, quien alcanza la meta (eudemonismo). Para Zenón de Citio, es feliz quien no desea nada que no tiene (cinismo y estoicismo). Es feliz quien evita el sufrimiento y experimenta el placer (el hedonismo de Epicuro). La felicidad es la música del corazón Deep in My Heart (1954), es la energía de Siete novias para siete hermanos. La felicidad está en la mirada y no en las cosas que se miran, como en Siempre hace buen tiempo (1955); está en el romance lúdico de Juegos de pijamas o Funny face (1957), en el optimismo frente la adversidad de Página en blanco (1960), en la temperatura emocional de Charada (1963).
La nostalgia está presente en Once More, With Feeling! (1960), Los aventureros del Lucky Lady (1975), Movie, movie (1978). La nostalgia está en la mayoría de sus películas inglesas y en las que rodó al final de su vida. Porque ¿qué es la nostalgia? Yo creo que la nostalgia es un sentimiento que tiene que ver con el regreso y la distancia. ¿Qué distancia? Aunque el concepto de distancia es propiamente físico y se expresa en unidades de longitud, en nuestro idioma también la utilizamos para situar en el corazón y en la memoria acontecimientos del pasado. Homero –la tradición oral que llamamos Homero– habló con la voz de los pueblos marineros: nada hay tan dulce y triste a la vez como imaginar el regreso al lugar de nuestra infancia cuando estamos como Ulises, lejos y perdidos. En japonés Natsukashii es el momento en que el recuerdo hermoso regresa a la memoria y la llena de dulzura.
En La ignorancia, Milan Kundera escribe que en griego, regreso se dice nostos. Algos significa sufrimiento. La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia). Efectivamente, en Europa la nostalgia es dolorosa, en castellano decimos añoranza; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. La nostalgia resulta afín a cierto modo de congoja, pero como sigue el escritor de Brno, con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del hogar. En inglés “homesickness”, en alemán “Heimweh”, en holandés “heimwee”. El islandés, una de las lenguas europeas más antiguas, distingue claramente: “söknudur”: nostalgia en su sentido general; y “heimfra”: morriña del terruño. Los checos, al lado de la palabra “nostalgia” tomada del griego, tienen “stesk” y una de las frases de amor checas más conmovedoras es “styska se mi po tobe”: te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia”.
Tengo nostalgia de la tarde del colegio cuando vi Saturno 3 (1980), penúltima película de Donen para el cine. De aquella mala película no recuerdo que fuera mala ni que el guion lo escribiera, como luego supe, Martin Amis, recuerdo con nostalgia la belleza de Farrah Fawcett y mi propia niñez.
El dolor de un recuerdo dulce y la alegría de que el recuerdo tenga como objeto algo que fue real (un sueño compartido, el amor, la felicidad) es la emoción que rodea a Dos en la carretera, una historia que muy pronto en la vida comprendemos bien, una historia a la que Mancini rodeó de una música inolvidable que ya no será posible escuchar sin un añadido de nostalgia (Audrey, Mancini, Finney… ahora Donen), una película sin la que tampoco resultaría posible entender el tipo de sentimientos sobre los que giró el cine de Stanley Donen, director de la nostalgia y la felicidad y de cómo llega un día cuando no resulta posible distinguir una de otra.
Hermosos: musicales.
Malditos: días que pasan sin llover.
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