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El South by Southwest tiene un problema: sus películas

En Cine y Series sábado, 26 de marzo de 2016

Emilio Doménech

Emilio Doménech

PERFIL

El festival de Austin, South by Southwest, ha dejado algunos títulos importantes, pero la sección de cine necesita un hilo conductor más firme para futuras ediciones.

En la pantalla, una estudiante embarazada yace en el suelo de un patio, desangrándose. La imagen es animada. El trazo tiene la longitud que se espera de una representación realista de su cuerpo. En cambio, el tembleque y el blanco y negro del dibujo en movimiento denotan un acercamiento antiestético a lo que es un instante intensamente dramático.

La chica contempla a su novio muerto, momentos después de haber sido ambos tiroteados por un francotirador apostado en una torre. Previamente a los disparos, ambos caminaban cogidos de la mano y el pelo de ella brillaba, rubio, ondeado por el caminar alegre de la rutina universitaria.

Es una de las escenas de TOWER, el documental sobre el (tristemente) icónico tiroteo de la Universidad de Texas en 1966, en el que fueron asesinadas 16 personas. La película fue la ganadora absoluta del festival South by Southwest, en Austin, Texas, tras alzarse tanto con el Gran Premio del Jurado y con el Premio del Público al Mejor Documental.

Pero en un mundo en el que cada festival de cine parte de unos rasgos de personalidad casi predeterminados, lo cierto es que TOWER forma parte de una ristra de largometrajes sin demasiada cohesión; discursiva o de otros tintes.

Cannes tiene el mejor plantel del cine de autor mundial (y algunos deslices chauvinistas); Sundance, el mejor cine independiente norteamericano (aunque ciertamente hipócrita en sus galardones); y Berlín, un marcado interés político; pero el South by Southwest tiene poco a lo que agarrarse.

Tower (Keith Maitland, 2016)

Tower (Keith Maitland, 2016)

TOWER cuenta con algunos semejantes entre los filmes destacados del certamen, aunque siempre con detalles que acaban rompiendo un posible enlace único que los abarque a todos (o a casi todos) en una temática o en un discurso similares.

Newtown, sobre la masacre del colegio Sandy Hook en 2012, comparte temática con TOWER, pero ya venía de estrenar en el Festival de Sundance. Everybody Wants Some!!, el nuevo filme de Richard Linklater, también tiene lugar en una universidad texana, pero es una comedia irreverente. Y Don’t Breathe, de Fede Álvarez, tiene otro de esos villanos monstruosos que es capaz de crear la sociedad norteamericana, pero TOWER nunca da protagonismo al perpetrador, no es un thriller fincheriano de técnica estilizada y no está producido por una major de Hollywood.

La programadora del festival, Janet Pierson, dice en una entrevista concedida a Indiewire que si una de las películas que reciben no puede captar a la audiencia en sus primeros 20 minutos, entonces quizá la película no sea adecuada para el festival. Y ese parece ser el único hilo conductor que han obedecido los seleccionadores.

Si acaso, lo que resta es el carácter emocional de las propuestas. Gran parte de las películas importantes presentadas nacen de (o acaban con) un rotundo componente catártico. TOWER cuenta con el relato heroico de quienes encontraron coraje bajo el fragor de un tiroteo. Newtown, con la lucha y el duelo de las víctimas de una masacre imborrable; y Everybody Wants Some!!, con la nostalgia de una juventud naíf que ya se ha escapado.

Miss Stevens (Julia Hart, 2016)

Miss Stevens (Julia Hart, 2016)

En Hunt for the Wilderpeople, sobre un niño que huye de los servicios sociales por las montañas de Nueva Zelanda junto a Sam Neill, Taika Waititi recoge la esencia de la clásica comedia en la que un viejo gruñón le abre su corazón a un crío repelente (no es la primera de Neill en el género, por cierto).

En Miss Stevens, sobre una profesora soltera que viaja con tres alumnos a una competición de interpretación, Julia Hart vierte de optimismo un relato profundamente melancólico sobre la soledad.

En Jean of the Joneses, sobre una familia afroamericana de mujeres en conflicto, Stella Meghie reconcilia a unos personajes separados por secretos y brechas generacionales.

En Don’t Think Twice, sobre un grupo de improv en el que uno de sus miembros ficha por Saturday Night Live, Mike Birbiglia encuentra futuro (y cierta maduración) para varios treintañeros anclados en la veintena.

En Sing Street, sobre un adolescente en la Irlanda de los 80 que forma un grupo para impresionar a una chica mayor que él, John Carney compone música y un coming of age delicioso en el que hay esperanza para casi cualquier personaje protagonista.

Y en Tony Robbins: I Am Not Your Guru, documental sobre uno de los seminarios impartidos por el conocido orador motivacional, Joe Berlinger rueda a Robbins ayudando a sus clientes —cada uno con su historia desoladora particular— en conversaciones que siempre acaban en catarsis lacrimógenas.

Tony Robbins (Joe Berlinger, 2016)

Tony Robbins (Joe Berlinger, 2016)

Claro que también hay espacio para el cinismo. Cualquiera puede ver los calculados esquemas de Miss Stevens, Jean of the Joneses o Don’t Think Twice, tan arraigadas en el drama indie contemporáneo. O la evidente estructura de la feel-good movie que puede vérsele a Hunt for the Wilderpeople o a Sing Street. O la inevitable consonancia publicitaria de Tony Tobbins: I Am Not Your Guru.

TOWER, de hecho, acaba la crónica del tiroteo y su relato animado para pasar al melodrama y el documental-denuncia. Deja atrás el crudo retrato de aquel momento tan crítico y pone el foco en la actualidad, como si la representación de aquella masacre se quedara corta. Como si no bastara la mujer embarazada, descolorida, desesperada y abandonada, para reconocer el discurso. Como si no fueran suficientes las pérdidas, retratadas por ese novio tirado sobre el cemento, para hacer sentir. Sabemos lo que TOWER quiere decir, pese a que no lo grite, y sabemos lo que TOWER quiere hacer sentir, pese a que no lo evidencie.

Será cuestión de que alguien tenga coraje suficiente como para salir a sortear balas y salvar a esa chica embarazada. En TOWER hay una obra maestra que necesita ser rescatada de sus últimos 20 minutos, y en el South by Southwest hay un festival que necesita ser más concreto. Aunque sea un poquito.

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