La singularidad del diseñador Isidro Ferrer, como la del escritor Ramón Gómez de la Serna, reside en su especial relación con las cosas.
Para Isidro Ferrer, las cosas son algo más; tienen alma, y esta decisión, este tratar a las cosas como si estuvieran vivas, sabiendo que no lo están, es clave en su humorismo y lirismo, porque mantiene con las cosas la relación irónica del clown con los objetos. Como cuando el clown finge ante los demás que la silla está viva, se mueve y hace la puñeta. Y sólo porque él finge que la silla está viva, la silla lo está. Él mismo lo confirma, en la entrevista publicada en el segundo número de la revista Dúplex, señalando que en su taller hay una importante acumulación de cosas, pero no cosas única y exclusivamente desde su apariencia física, sino “cosas” como todo aquello que deja de ser “nada”. Bajo el paraguas de cosa no solo se hayan los objetos, también se encuentran los pensamientos, los sentimientos, las experiencias y la memoria. Las cosas están ligadas al lenguaje.
Cosas es la palabra comodín de que se valen el diseñador y la gente cuando les estorba el nombre de los objetos, pero también cuando éstos son sustraídos al orden, al sistema al que pertenecen y considerados en sí mismos. Me siento un extranjero frente al orden, más bien un exiliado. Me inquietan los espacios escrupulosamente ordenados, los despachos asépticos como quirófanos […] El orden implica poseer un método para clasificar y disponer, pero esto es algo de lo que yo carezco. Carezco de método. Yo diría que en mi taller reina un caos armónico. Sin embargo, es a partir de este caos armónico donde Isidro extrae estos objetos de sus sistemas, les priva de toda significación y les arrebata un posible mensaje para añadir otro, para ser otra cosa. O dicho de otra forma, lo que hace Isidro pertenece a un orden poético más elevado, por una parte, porque toda funcionalidad que pierden sus objetos lo ganan en poesía, y por otra, descubre o revela una mente distinta, extraña, capacitada para la invención.
El diseñador Rafa Armero lo subraya: Hablar de la obra de Isidro Ferrer es hablar de una forma de pensar, un posicionamiento de vida, una actitud hacia los encargos y, por supuesto, una visión de un personaje que va más allá del profesional. Este más allá del profesional es algo muy característico en Isidro, capaz de pasar del juego al trabajo, de lo grave a lo ligero, sin transición, sin solución de continuidad. Porque para él, todo es lo mismo, como para los niños. Es más que evidente su recorrido, reconocimiento y profesionalidad, y aunque puede que a ciertas personas no les encaje su manera de hacer o resolver ciertos trabajos, creo que ha encontrado una manera envidiable de hacer las cosas, con la que enfrentarse a cualquier tipo de proyecto, por muy diverso que sea, y lo más importante, disfrutar como un niño en cada momento, concluye Rafa Armero.
La obra de Isidro es una valorización de lo cotidiano, de las palabras menores de la existencia, que son las que la constituyen, mejor que las mayores. Por eso, cada diseño de Ferrer es una granada de imaginación que lanza contra la fortaleza de lo aséptico, contra el minimalismo. No entiendo los estudios de diseño minimalistas sin un lugar donde detener los ojos, ni esconder el miedo, declara el diseñador. Él entiende que el minimalismo nace limitado, resignado, corto de posibilidades. De ahí que el exceso de orden no permita intervenir sobre él, porque te mantiene incómodamente desplazado de los lugares, al contrario que con cierto desorden, que humaniza y vuelve habitables esos mismos espacios.
De entrada, el minimalismo renuncia a la imaginación, acorta sus distancias y no quiere ver más allá de lo que hay, cuando, realmente, lo que hay está siempre más allá. Optar por el minimalismo es dar por supuesto que el mundo es su superficie más elemental. En cambio, el desorden permite interactuar con las cosas, permite establecer relaciones con ellas. En el desorden los objetos se prestan a su manipulación que es el propósito esencial de los objetos, no su contemplación, sino su uso, comenta Isidro Ferrer. Y es ahí, en ese desorden, en esas relaciones caóticas e imprevisibles entre los objetos, donde Isidro consigue ver otros significados y realidades en la misma realidad, para acabar transparentándolas en el diseño.
En cada diseño de Isidro Ferrer se nos narra una historia, es un creativo que no se queda en la superficie, trasciende lo estético y se nota que hay un trabajo de investigación detrás de su obra, señala la comisaria y crítica de arte Marisol Salanova. Isidro mira lo cotidiano como insólito, pero al mismo tiempo busca lo insólito en la vida y en las cosas. No pinta el bestiario de la mitología ni de la tradición, sino el bestiario de su mente, el único bestiario real.
Sus dibujos son sutiles, complejos, inteligentes, irónicos, simples y barrocos. Y como hiciera Ramón Gómez de la Serna con sus greguerías, Isidro, deudor del modernismo, busca la concisión, la experimentación y la entronización de la minucia: Busco la manera de poseer la destreza necesaria para manejar con soltura ciertas figuras retóricas, como por ejemplo la lítote, que tan magistralmente usaba Saul Steimberg y que consiste en desvelar ocultando, en expresar mucho con muy poco, afirma Isidro. Para él, diseñar es jugar, y jugar es sentirse libre.
Lo que más me gusta de Isidro Ferrer es su mirada inquieta, su curiosidad insaciable y su incesante búsqueda, por ir un paso más allá del terreno estético, declara el ilustrador Manuel Garrido, para quien ve en esa curiosidad infinita una forma de no generar conclusiones definitivas. Isidro es un caso paradigmático de lo que yo entiendo por “tener un estilo” sin menoscabo de la versatilidad: no como una imagen de marca construida a base de elementos autorreferenciales o de repeticiones explotadas hasta el hartazgo, sino como una sensibilidad resultante de una manera de ver y habitar el mundo según la particularidad del cristal con que se mira; en su caso, el juego, el azar, la poesía, la teatralidad. La mirada propia del que se autodenomina como un creador por devoración, concluye Manuel Garrido. Para Isidro, el estilo es el resultado de un complejo proceso evolutivo que está en constante cambio. Son muchos los ilustradores que caen en la trampa de su propio estilo, de su propia fidelidad. Aunque más fiel que a sí mismo, diríamos que Isidro es fiel a los demás, porque es consciente de que su identidad la forman los otros, y que por eso mismo, es fragmentaria. Por eso, para Isidro, siempre es un placer jugar a ser otro, de ahí la heterogeneidad de una obra que trasciende etiquetas.
Las definiciones y los nombres están bien cuando sirven, pero no siempre hacen falta y nos podemos perder obra de artistas tan libres como Isidro. Con limitaciones no podría hacer lo mismo, afirma la ilustradora María Herreros. Digamos que su estilo tiene un nombre y se llama Isidro Ferrer. Escapa por todas partes a las clasificaciones, porque el diseño y el arte no son una ciencia, ni siquiera inexacta. La especialización está sobrevalorada y es bastante relativa. Y en el caso concreto de Isidro que, por cierto… ¿es diseñador? ¿ilustrador? ¿cuenta cuentos? ¿poeta visual? ¿compositor visual? ¿todo al mismo tiempo?… Es delicado hablar de cierta especialización, añade Rafa Armero.
La figura de Isidro demuestra que la especialización es una falacia en una época que requiere poder ser versátil, veloz para entender y adaptarse al medio. El profesor de filosofía Ignacio Castro Rey invitaba a resistir, en esta entrevista, a la barbarie del especialismo, que llamaba Ortega y Gasset, más allá de la propia materia, sino también frente a la vida y la muerte, frente a lo que de común, de único e intransferible tiene cada existencia. Porque, alguien especializado integralmente, ¿con qué órgano va a amar, cómo va a odiar? ¿Cómo va a tener amigos y enemigos, en qué va a creer y por qué va a luchar hasta el fin de sus fuerzas?, plantea Ignacio Castro.
Esta huida de toda especialización y localismo ha hecho que la obra de este sensei y singular diseñador se filtre en múltiples campos, llevando tras de sí, a modo de tesoro, admiradores de múltiples disciplinas y lugares: Conocí a Isidro Ferrer de casualidad por su serie de carteles para el Centro Dramático Nacional. Unos carteles de puro hueso, creados desde lo esencial. Tan simples que asustan, que te retuercen algo por dentro, comenta el joven diseñador Alberto Silla, que comparte mismo gusto con el del inclasificable Carlos Rubio. El cartel es la forma más directa y expresiva de diseño, y Saul Bass e Isidro Ferrer son esencialmente carteles, remata Alberto Silla.
La ilustradora Ada Díez tuvo el privilegio de ser su alumna durante un breve tiempo: Hace unos años, no alcanzo a recordar con exactitud cuantos, tuve la suerte de disfrutar de su manera única de transmitir conocimientos, aprender a volver a mirar, el recuerdo del juego y la ganas de experimentar que con una sonrisa y un enorme sentido del humor transmite Isidro. Recuerdo estar construyendo pinochos a través de objetos cotidianos, cuando comprendí que toda imagen tiene un mezcla de verdad y mentira. Isidro es único encontrando ese equilibrio. Único en su forma de concebir el diseño, pero también, de algo más, como concluye la editorial Media Vaca: Para nosotros, Isidro Ferrer representa el fenómeno integral y supergelatinoso del diseño gráfico universal, que diría aquel. Pero además, y sobre todo, es un amigo.
Isidro, en definitiva, ha querido hacer de su vida una obra de arte. Y no hay que ver sólo imposición del yo, esnobismo y soberbia en el que hace de su vida una obra de arte, de su persona una fiesta, sino precisamente un sentido festival de la existencia.
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