El 55 Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya – Sitges 2022 despierta de su letargo. Ya se ha hecho público su cartel y también las primeras películas confirmadas. Podrán verse, por ejemplo, las últimas propuestas de Peter Strickland, director de la fascinante In Fabric; de todo un clásico como Dario Argento; y del incombustible Quentin Dupieux, de quien se verán no una sino dos películas.
También se ha desvelado el leit motiv de esta edición, que no es otro que la película TRON, dirigida por Steven Lisberger y de la que se cumplen exactamente 40 años de su estreno. Disney estrenaba TRON en Estados Unidos el 9 de julio de 1982. A España tardaría un poco más en llegar y no lo haría hasta casi un año después, el 23 de marzo de 1983 en Barcelona y un día después en Madrid. No hace falta esperar 40 años, ni mucho menos, para hablar de película revolucionaria, porque las crónicas de la época ya tildaban así la película en el momento de su estreno.
José Alejandro Vara en el diario ABC, por ejemplo, hablaba de primera muestra del cine del mañana y de paso revolucionario, y calificaba a TRON como el primer filme del año 2000 y la primera criatura del matrimonio entre el cine y la computadora. La redactora jefe de la sección de Espectáculos de La Vanguardia, la gran Ángeles Masó, aseguraba en su crítica de la película que presenta una nueva dimensión a las aventuras maniqueas que han invadido el cine, tales como “La guerra de las galaxias” y sus secuelas, y añadía que hay que recibirla como obra excepcional.
Para entender la certera precisión de estas afirmaciones cabría ubicar dónde está exactamente TRON en la historia de los efectos especiales por ordenador. No fue, como se afirma en numerosas ocasiones, la primera película que los usó. Tal honor, si exceptuamos los gráficos creados para mostrar algunas pantallas de monitores, corresponde a Almas de metal, que ya en 1973 mostraba el punto de vista de un robot a partir de una animación en 2D generada por ordenador.
Los primeros FX por ordenador en 3D los colocó en una película (¡cómo no!) George Lucas en La guerra de las galaxias. El año: 1977. Aún faltaban 5 para TRON, y también para una película estrenada tan solo un mes antes, Star Trek II: La ira de Khan, y en la que se incluía la primera secuencia completamente generada por ordenador de la historia del cine: la simulación de cómo Genesis convertía un planeta muerto en uno habitable.
TRON, pues, no fue la primera película en usar efectos especiales por ordenador, pero sí fue la primera en usarlos de manera intensiva a lo largo de todo el metraje. Luego ya vendrían las naves espaciales completamente creadas por ordenador de Starfighter: La aventura comienza (1984), y sobre todo el caballero que escapa de las vidrieras al principio de El secreto de la pirámide (1985), que fue el primer personaje totalmente creado por ordenador e insertado en una película de acción real. De ahí, y sobra ya comentarlo, al brutal salto cualitativo de Terminator 2: El juicio final (1991) y a la definitiva estandarización de los CGI (Computer-Generated Imagery) que supuso Jurassic Park (Parque Jurásico) en 1993. Curiosamente, quizás el nombre más importante de este recorrido sea el de Michael Crichton, puesto que con él empieza y termina este viaje: él fue el director de Almas de metal y suya era la novela que adaptaba Spielberg en su fabulosa odisea de los dinosaurios.
Sea como sea, la importancia de TRON en la historia de los efectos especiales por ordenador es incuestionable. Y aun así, la película fue un estrepitoso fracaso de taquilla. No entraré a fondo en la cuestión, de ello se hablará seguramente en Sitges este año, y de hecho el director del festival, Ángel Sala, está ahora mismo escribiendo sobre este asunto en particular para el propio certamen, tal y como reveló recientemente en la primera rueda de prensa de avance de contenidos para la edición de este año.
Sí que añadiré, con el ventajismo que me da hablar de este fracaso de taquilla 40 años después de que sucediera, que la apuesta por una película tan innovadora como esta por parte de un estudio como Disney, hasta 1982 especializado en películas de corte infantil, resulta como poco peculiar. Por no decir arriesgada. O directamente suicida.
No es que fuera tampoco la primera vez que Disney coqueteaba con un uso vanguardista de los efectos especiales. En 1971, por ejemplo, La bruja novata incluía una larga secuencia que combinaba actores de carne y hueso con personajes (y fondos) de dibujos animados, en un obvio precedente de la excelsa ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988).
Pero el problema de TRON es que no era una película infantil. Detrás de su aparatosidad visual, el público de la época tropezó con un argumento bastante más complejo de lo habitual, plagado de tecnicismos informáticos y del mundo de los videojuegos. Quizás ese fue uno de los motivos de su batacazo comercial. Quizás también una campaña totalmente equivocada que vendía la cinta como una película infantil/juvenil de aventuras.
O quizás, simple y llanamente, el público no estaba preparado para TRON. La mayor parte de la película ocurre “dentro” de una computadora y, aunque hoy estamos más que habituados a los multiversos, en 1982 el cine aún estaba muy lejos de comenzar a explorarlos. Puede que al público de la época la costase aceptar esta realidad paralela “dentro” de un ordenador, y seguramente no ayudó mucho un fascinante, pero apabullante diseño de producción: toda la parte central de la película se desarrolla en tenebrosos pasillos y estancias, todo digital, en una época en la que la mirada humana hacia el hecho cinematográfico era todavía eminentemente analógica, y para nada digital. No me extraña que la gente saliera con dolor de cabeza de ver TRON: hasta ese punto llega su paroxismo visual.
Por todo ello, la decisión de Sitges de dedicar la edición de 2022 a TRON, en el 40 aniversario de su estreno, me parece tan acertada como interesante. Acertada porque, como hemos visto, la cinta ocupa un lugar de privilegio en la historia del cine fantástico, ya no sólo por su condición de película claramente avanzada a su tiempo, sino porque consiguió fijar en la retina de toda una generación una imagen imborrable: la de la batalla de las motos en la rejilla.
Pero es también una apuesta interesante la de Sitges en tanto que 1982 no fue, precisamente, un año pobre en películas fantásticas que bien podrían haber servido de leit motiv para esta edición del festival. Bien al contrario, de 1982 son, por ejemplo, Blade Runner, La cosa o E.T., el extraterrestre, por citar tres ejemplos clásicos. Y también son del mismo año otras propuestas quizás menos populares pero que, por uno u otro argumento absolutamente justificable en el contexto del festival sitgetano, podrían perfectamente haber encajado como hilo conductor para este año: Conan, el bárbaro, El beso de la pantera, Cristal oscuro, Creepshow, o Mil gritos tiene la noche, por poner algunos ejemplos.
Pero Sitges decide no posicionarse al lado de unas propuestas inmensamente populares, como son desde luego las cintas de Ridley Scott, John Carpenter, y Steven Spielberg. Tampoco al lado de cintas menos populares, pero con fuertes conexiones con el espíritu de fantasía y terror que reivindica Sitges con su mera existencia, como serían las otras películas citadas.
No. Nada de eso. Ángel Sala y su equipo, en un indudable gesto editorial que encuentro magnífico, deciden rescatar una película, TRON, que cae justamente en algún punto intermedio, un espacio fantasma entre la inmensa popularidad de las primeras y el estatus de culto de las segundas. Y de esta manera, Sala y sus colaboradores reivindican una película seminal que, al contrario que todas las citadas antes, sí que necesita este gesto de apoyo para sacudirse de encima el halo de película incomprendida que arrastra casi desde su estreno.
Por eso la edición de Sitges de este año es ya, de entrada, al margen de lo que pueda devenir, un rotundo éxito antes incluso de empezar.
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