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“Sirat”, camino de perfección

En Cine y Series viernes, 16 de mayo de 2025

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

Sirat llega a competición oficial del 78º Festival de Cannes como la culminación de una carrera triunfal en el certamen, que ha contado las participaciones de Oliver Laxe como premios en cada categoría en la que ha participado. En 2010, obtuvo el premio Fipresci en la Quinzaine con Todos vosotros sois capitanes; en 2016, el particular wéstern Mimosas se llevó el Gran premio de la Semaine de la Critique, y en 2019, el drama rural Lo que arde se alzó con el Premio del jurado en Un certain regard.

El paisaje lunar de Jebel Saghro, en Marruecos, posee la grandeza imponente de hacer sentir desvalido a un ser humano, de medirlo en una escala física y mental, que transforma su travesía en una experiencia reveladora de su verdadera naturaleza. Laxe regresa a Marruecos con Sirat, una extraordinaria obra única y sensorial, que ofrece al espectador la oportunidad de confrontar vicariamente sus propios miedos, en una metafísica, y a la vez tangible, experiencia, filmada por Mauro Herce (Lo que arde) en toda su crudeza y con un hálito postapocalíptico. Esto no es nuevo en la carrera del director, se puede aducir, pero sí es meritorio que su propuesta siga evolucionando, o si lo prefieren radicalizándose, lo que en un artista significa que siga explorando sus más profundos desvelos sobre la condición humana y las posibilidades del arte, en este caso cinematográfico, para plasmarlas de un modo cada vez más personal e inédito.

Sirat

La historia de Sirat, coescrita con Santiago Fillol (Lo que arde, Mimosas), y coproducida por El Deseo y Movistar + entre otros, arranca con la definición de su propio título, la palabra árabe que describe el estrecho camino que lleva al paraíso, sembrado de pruebas y dificultades, una pasarela entre nuestra vida y el edén, que se extiende sobre el amenazador infierno. Las primeras escenas de la película muestran primeros planos de los poderosos altavoces que unas manos rápidas, bronceadas, sucias, tatuadas, apilan como un muro de oración. Poco a poco se abre el plano para mostrar una marea humana de modernos derviches, a dos pasos de convertirse en el reparto de Mad Max —y como veremos más adelante, esto no es solo retórica de guardarropía—, los participantes en una espectacular rave enmarcada por las montañas del desierto.

Los créditos nos van presentado a los protagonistas: Steffi (Stefania Gadda), Josh (Joshua Liam Henderson), Tonin (Tonin Janvier), Bigui (Richard Bellamy) y Jade (Jade Oukid), los danzantes que se interpretan a sí mismos, una familia de elección, cuya existencia se organiza en comunidad y se basa en el eterno viaje de una fiesta a la siguiente. Desplazándose y viviendo en sus destartalados, pero eficientes vehículos, estos nómadas del tecno, en medio del país de los nómadas del desierto, siguen sus propias reglas, constituyendo un grupo humano marginal en muchos sentidos.

En plena euforia colectiva, aparecen dos personajes, cuya convencionalidad contrasta con el entorno del campamento: Luis (Sergi López) y su hijo Esteban (Bruno Núñez), que viajan en una furgoneta buscando a Mar, su hija y hermana, respectivamente. A partir de ahí, arrancará un periplo sorprendente de indagación y hallazgos, desde lo más profundo del dolor y la pérdida absoluta hasta la iluminación y la revelación.

Sirat

Como declaró el director franco-español en una entrevista con Variety: Es un poco como el Tao. La película es un viaje, un rito de paso. Hay algo del viaje del héroe, este héroe despojado y aniquilado que debe mirar hacia dentro. Conecta con las tradiciones del Grial y las leyendas que vienen de la India y Persia. Estas historias siempre tienen dos capas: la física y la metafísica.

La vertiente mística en el cine de Laxe adquiere en Sirat una entidad más absoluta, no es un tema subyacente o caracteriológico de personajes sino su columna vertebral. Esto no significa que el director nos sitúe en un plano espiritual a través de la imagen, como podría ser el caso de Lois Patiño con Samsara, al contrario, introduce los aspectos más amenazantes de nuestra realidad, como es la posibilidad de una tercera guerra mundial y quizá el fin del mundo como lo conocemos. La presencia de vehículos militares y soldados que disuelven la rave en la que se encuentran los personajes de Sirat, nos devuelve por un momento a la prosa de las armas y las luchas por el poder como antítesis del nirvana fabricado por los protagonistas. La respuesta a esta situación será el desencadenante de una huida a través del desierto y, aunque ellos aún no lo sepan, el punto de partida de esa búsqueda interior a través del desapego total, para alcanzar la otra orilla.

La evocadora música de Kangding Ray es un latido perpetuo que acompasa el camino, las diferentes pruebas a que se enfrenta el grupo y también los momentos de reposo de estos particulares caballeros de la tabla redonda, humildes y generosos. Laxe nos aleja del postureo cada vez más comercial del Burning Man y sus imitaciones, para llevarnos al core de la experiencia, con la honestidad de exponer compasivamente las debilidades, no solo del personaje que representa al establishment sino también de quienes han elegido vivir al margen del mismo.

La confrontación con las sucesivas pruebas a las que se expondrán todos ellos puntúa la sensación ilusoria de haber alcanzado un estado de beatitud, a través de su refugio alternativo y las drogas psicodélicas como factores de iluminación y exploración interior, con la flagrante demostración que dinamita su autoconfianza. Enfrentándose a lo desconocido, a lo más terrible, descubren que sus recursos no bastan, al tiempo que el espectador es sacudido una y otra vez de su estupor, obligado a reaccionar ante una película que nos deja atónitos y devastados.

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