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El patio

Joaquín Díaz: Recuerdo de un país profetizado

En Música, El patio miércoles, 12 de mayo de 2021

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL
Recuerdo y profecía por España es una rareza en la carrera musical de Joaquín Díaz, dedicada al romancero y la canción popular. Desde la publicación de su histórico Recital (1967), considerado por algunos el primer disco de folk español, Díaz dividía su tiempo entre aventuras músico-etnográficas en Castilla, conciertos internacionales y la dirección artística del grupo Nuestro Pequeño Mundo, que practicaba un crossover de estilos al uso de la época.
En 1976 decide centrarse y abandona los directos. El año siguiente aparece Recuerdo y profecía, primera (y prácticamente única) ocasión en la que se aparta del folclore para facturar sus propias canciones, sobre poemas de su hermano Luis Díaz Viana. Los acompaña la cantante María Salgado, zamorana como ellos. Un proyecto descrito en su subtítulo como “retablo de poemas y canciones” que “recuerda tiempos pasados y anuncia otros que vendrán”. Maridando compromiso político con imágenes surreales, recitados apocalípticos y tardes de nostalgia.

Tras este esfuerzo conjunto, los hermanos Díaz se consagrarán al estudio del folclore español, cada uno a su manera. Joaquín reinterpretará el cancionero ibérico, castellano y sefardita en una extensa discografía. Dirigirá dos importantes instituciones: la Revista de Folklore y la Fundación Joaquín Díaz para la preservación de la “cultura tradicional”. Luis, licenciado en Filología Románica por Valladolid, enfocará su estudio desde el ámbito universitario, aunque sus publicaciones de los años setenta figuran entre lo más apreciable del underground poético de la década. Recuerdo y profecía por España se ubica en los años en que preparaba su tesis doctoral sobre el cancionero de la provincia de Valladolid. Era Luis uno de los muchos jóvenes radicales que, en aquellos convulsos setenta, tropezaron con la piedra de la Tradición. Escribe en las anotaciones del vinilo:

Estos poemas, estas canciones son, quizá, solamente un ceremonial de sombras. Sombras que nos enseñaron las primeras palabras y los primeros miedos. Sombras que nos hirieron, sombras que nos amaron, sombras que aún nos persiguen… Sombra de toro enloquecido es, al fin, España en su pugna contra el sol; sombra, también, de bacante enlutada entre el humo de los holocaustos y los tambores dionisíacos de la Semana Santa, es España, pagana mujer tras ropajes cristianos.

Tiene nuestra tierra una herencia de toros y sacerdotisas en sus raíces, un furor lascivo en su santidad y una mística abnegación en sus pecados. Hay en nuestro pueblo Torquemadas y herejes por igual, toreros que rezan ante vírgenes acuchilladas y payasos que se disfrazan de patricios… Todos somos algo anarquistas en este país, poco monjes y poco santos —aunque nos hayan querido convencer de lo contrario—, bastante bandoleros y enormemente filósofos.

“Recuerdo y profecía por España” más allá de los laberintos partidistas, de las trituradoras mecánicas, de las fábricas de sueños y por encima de los arcángeles de la destrucción quiere ser reflejo subjetivo de unas experiencias vividas, temblorosa intuición de un futuro próximo…

Esperando haber logrado tal propósito, arrojamos verso y música a este ruedo español en donde luchan, desde siempre, el minotauro y la paloma, el hedonismo y la tragedia.

Oíd los soñadores, 

todos los que esperáis más allá del fracaso, 

más allá de la muerte y del grito suicida ahogado entre la niebla; 

todos los que escapasteis del frío subterráneo donde nos encerraron los locos que fabrican la mentira del mundo, 

los rebeldes, los puros.

 

Oíd los que sufristeis el desprecio, 

las cárcel y las cruces del odio,

venid a la ciudad que nos fue prometida 

y cantemos unidos bajo la noche inmensa 

porque están ya selladas las lágrimas del pánico 

y un rojo himno de rosas anuncia nuestro día.

Una iconoclastia inestable que a ningún puerto conducía, pero que permitía vislumbrar algunos haces de sentido en los hueros callejones del presente. Años donde la vida era joven y nosotros aún salíamos hasta tarde. Una libertad que sólo es posible en las peores tiranías; nada que ver con la blanda y fofa permisividad que hemos heredado. Una libertad que invoca con gesto sublime el propio Luis Díaz Viana en su poema “El profeta”, de 1976:

Arranqué los ojos a los dioses, 

hice el amor en un altar vacío, 

desnudo me exhibí en los “restauranes” 

y escupí en el plato de los ciegos.

Con un rosario he estrangulado las estatuas, 

cubrí con sangre cuadros gigantescos 

y quemé los libros que esclavizan a los hombres.

He comido el corazón de las alondras, 

desgarrado el sexo de las hadas 

y corrí con los payasos por el bosque 

incendiando el vientre de la tarde…

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