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Qué podemos aprender del Infierno

En Cultura 2 enero, 2023

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

En la mezcla está el demonio… El infierno está en los detalles… Los llamados fundamentalistas religiosos denuncian la flexibilidad de costumbres de nuestro tiempo, y me lo explico perfectamente. Las sociedades posmodernas, con su amplio abanico de actividades, valores y estilos de vida, con su fragmentación cuasi intrínseca, son un torbellino de confusión para aquellos que miran el mundo desde ópticas binarias… o trinitarias. Ya ni en las películas está tan claro quién es el bueno y quién el malo, ya hasta al clásico wurst le echan exóticos curris. Nuestro mundo ha estallado en una lluvia de esquirlas éticas y estéticas, y la fina piel de muchos no resiste el impacto. La fragmentación del individuo, de la sociedad, de la Nación en unidades aparentemente irreconciliables es vista como algo diabólico o, por lo menos, deshumanizador. La táctica estrella del Diablo es dividir al hombre en muchos: no en vano él mismo decía (Marcos 5:9) llamarse Legión.

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Codex Gigas, la «biblia del diablo».

No hay enclave en el mundo más multicultural que el Infierno. El Infierno es la viva definición de la multiculturalidad: allí arden (casi) todas las culturas. Me refiero, por supuesto, al Infierno tradicional de los monoteísmos semíticos, pues no conozco otra clase de religiones donde el castigo de los no creyentes sea literalmente eterno (ni siquiera lo es en otros “monoteísmos”, como el zoroastriano). Tal como ha sido concebido a lo largo de los siglos, el Infierno cristiano está poblado, no por campesinos europeos medievales, como nos sugieren algunas cándidas representaciones, sino por casi todos los chinos, la mayoría de los indios, los budistas, los ateos, los yorubas, los judíos y musulmanes (los pobres perdieron la apuesta monoteísta o, como se suele decir, les salió el tiro por la culata), por no hablar de los mesopotámicos, los fenicios, los antiguos griegos, los celtas…

El Infierno es como una Expo con pabellones de cada cultura, patrocinados por un Dios que, si conserva su carácter “celoso” del Antiguo Testamento (Éxodo 20:5), cuidará de poner un cartel de sponsor en cada máquina de tortura. Incluso los creyentes tienen representación en él, y no sólo los adúlteros o los sodomitas, pues, si hacemos caso a las doctrinas tradicionales de algunas confesiones cristianas, cuyo mayor esfuerzo diplomático solía ser la excomunión mutua, en el Infierno habría tantos o más “cristianos” (del otro signo) que en el Cielo. El Infierno es, pues, la meca de los curiosos, el paraíso de cualquier antropólogo… de no ser porque allí todos estaremos demasiado ocupados en purgar el pecado de haber nacido con los padres equivocados.

infierno

El Infierno es el mestizaje, y allí donde hay mestizaje se huele su azufre… Por eso los tradicionalistas insisten en que es el porfiado Satanás el que relaja los usos y costumbres de la sociedad, el que guía la antorcha de la amoralidad, el consumismo, el liberalismo. Cuando sociólogos como Marc Augé se refieren a alguno de los contextos vacíos de nuestra sociedad como un no-lugar, no puedo evitar pensar que no hay definición más escalofriante para ese “triste lugar” que cantara Dante. El Infierno es un no-lugar, pues su misma razón de ser consiste en acoger a gentes de lo más diverso, sin que él mismo tenga una presencia, una cualidad intrínseca aparte de la de contenedor. Un no-lugar que se define por una no-presencia: la indiferencia, final y definitiva, de Dios.

En cambio, el Cielo es el lugar: el único que quedará en pie, de hecho, tras el Fin de los Tiempos. Aunque quizá resulte un lugar un poco monótono, con sus piadosos bienaventurados rezando todo el día las mismas letanías. El cielo cristiano es imaginable como un paraje casi desierto, poblado en su mayoría por hombres blancos de los siglos V al XV. Y qué decir de los temas de conversación: ¿Por ventura ha visto vuesa merced cuán fermoso está el Señor?,  ¡Voto a Dios que sí!

Infierno

No, a mí déjenme con mi Infierno. Tengo ya amigos allí y, como bien sabía el rey Yudhiṣṭhira del Mahābhārata, que se lanzó de cabeza a las llamas para estar con los suyos, hace falta algo más que la fe para poner Al hombre contra su padre, a la hija contra su madre… (Mateo 10:35). En cuanto me sea posible, trataré de escaquearme de mi deber de sufrir por ser diferente, para pasear con sigilo entre calderas hirvientes, ríos de lodo y campos de espinas, con el objetivo de localizar la celda o caverna donde habrán terminado algunos de mis vergonzosos ídolos. Visitaré a Hipatia, la pobre Hipatia de Alejandría, científica y filósofa pagana que fue linchada por una celosa turba, y, si el humo circundante nos lo permite, trataremos de averiguar, con un casero astrolabio, cuáles son las estrellas que se divisan desde el fondo del pozo, para quizás descubrir que no se diferencian tanto de las que veíamos sobre la Tierra.

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