La autobiografía de Quincy Jones (Dobleday, Random House Inc. 2001) acaba de ser editada en español por Libros del Kultrum, con traducción de Luis Murillo. Han transcurrido veinte años desde su primera publicación, en un formato de memoria que combina el relato en primera persona con los testimonios de 17 amigos y parientes del compositor, director, arreglista y productor musical convertido en leyenda mucho antes de recibir su Grammy Legend Award. La exhaustiva y subyugante peripecia vital de un visionario que encadena éxitos con su piedra de toque ha sido inigualable, en cuanto a ambición artística y ampliación del horizonte musical, en sus más vanguardistas formatos.
Quincy Delight Jones Jr. (Chicago, 1933) nos recuerda en su autobiografía que a su hercúlea y precoz capacidad de trabajo y aprendizaje se une el olfato capaz de detectar a través de océanos de tiempo cuál es el camino por el que viajará la música del futuro. Por otra parte, en lo que respecta a su compromiso con la cultura afroamericana, ha sido uno de los artistas y magnates que no han abandonado la defensa de los derechos y la igualdad de oportunidades.
Leer “Q” autobiografía de Quincy Jones es viajar empapado de historia de la música a lo largo de 500 páginas, que se completan —además de los consabidos agradecimientos—, con una minuciosa discografía, filmografía, una relación de premios y honores y un imprescindible índice onomástico en una obra de este calibre.
Durante la lectura de “Q”, ha sido difícil no tener presentes otras dos biografías, que llegaron a mis manos en su día con ansia y ganas encadenadas: Miles. La autobiografía, de Miles Davis y Quincy Troupe (Alba editorial) y I Know Why the Caged Bird Sings, el relato que hace de su juventud la inmensa Maya Angelou. En relación al primero, destacan las diferencias abisales entre personalidad del maestro del cool, su increíble detallismo y la vívida verbosidad de un relato a menudo malhablado donde no cabe la modestia y que parece escupido a nuestro oído entregado, y que leemos con la veneración que merece una figura de la música de talento irrepetible, y la suprema elegancia de Jones. Ambos trompetistas mantuvieron una especial relación a lo largo de sus vidas… y ambos se dejaron liar por las artimañas de un desesperado Charlie Parker…
Por otra, nos encontramos ante un paralelismo enraizado en la historia de los Estados Unidos, plasmado en cuadros descriptivos de primera infancia, el que unió a Angelou y a Jones en una vivencia común y generacional. En su obra, la bailarina y poeta se incluye en esa legión de niños negros que sin llegar a los ocho años cruzaban el país con la dirección de sus abuelos cosida a la manga del abrigo, niños cuyos padres no podían mantener y que hacían vicariamente el viaje de vuelta de unos progenitores que insistieron en labrarse su camino lejos de su origen, sin el lastre de sus hijos. Los abuelos tuvieron un papel fundamental en las infancias de Quincy Jones y Maya Angelou, así como los cambios de domicilio extremos que los llevaron de las grandes ciudades (Chicago y S. Louis) a villorrios donde la vida de un negro todavía tenía menos valor y donde ardillas y ratas eran un manjar. Sin embargo, lo que une a los tres fue haber hallado en la cultura, los libros, la música… el poder de trascender una existencia marcada.
En la época en que el boxeador Joe Louis vivía en los apartamentos Rosenwald, del South Side Chicago, vecino de los Jones, Angelou escuchaba sus combates en el primitivo general store de su abuela, donde se hacinaban decenas de personas alrededor de la radio. El pequeño Quincy se arrepentiría toda su vida de haber cambiado unos guantes de Louis por un balón… Como era previsible, los caminos del músico y la bailarina se cruzarían creativamente, cuando el compositor escribió la canción “You Put It In On Me” a partir de un texto de esta poeta que califica como Joven y majestuosa.
La carrera de Q merece ser leída, releída y escuchada como un crónica del incipiente talento incandescente que alumbra a los 11 años convirtiéndole en un workalcoholic generoso, profundamente consciente de su responsabilidad con sus raíces y lúcidamente combativo. Los nombres que se desgranan son la misma historia de la música, desde el Lionel Hampton de su primera juventud hasta las estrellas del hip hop de su última etapa, un estilo que ha apoyado y defendido como una ventana al futuro y uno de sus foros de militancia, que no considera tan alejado del be bop que no pueda fusionarse à la Quincy Jones —quien ha sido comparado dicho sea de paso como una versión be bop de Forrest Gump.
Para el hombre que considera el jazz una manera de ver el mundo y cuya tenacidad logró que Nadia Boulanger le aceptara como alumno, la música es un lenguaje en permanente evolución, que se nutre de la vida y los cambios, aunque siga contando solo con 12 notas. No hay una trayectoria artística equiparable a la del músico que supo ver venir los avances técnicos y que en ausencia total de prejuicios, hizo suya la enseñanza de la mentora de Stravinsky y Leonard Bernstein: La música no existe de una manera correcta. Si la cosa va a alguna parte, nada es incorrecto. La música es algo que cambia continuamente.
El proceso de trabajo de Jones es de una meticulosidad pareja a su capacidad de introspección, de apertura al inconsciente, tan infatigable como rebelde ante el confort. Esa autenticidad, talento y capacidad de trabajo son una combinación única, cuyo resultado no puede ser Ni más ni menos que tú como persona, como define él mismo. Y sí, Quincy Jones también es una fábrica de citas andante, que lucirá hasta el último momento en su meñique el sello de Frank Sinatra, que este le regaló rendido ante su originalidad y habilidad como arreglista y a quien permanecería agradecido y leal de por vida.
Como descubridor de talentos y productor especializado en renacimientos artísticos, no ha habido otro igual, siendo Humilde en la creatividad y elegante en el éxito, el compositor de bandas sonoras emblemáticas como Ironside, La huida o En el calor de la noche, puede probarlo con Lesley Gore —”It’s my party” fue un jaque mate a Phil Spector—, Will Smith, Oprah Winfrey, el citado Sinatra o Michael Jackson. La profunda modestia le ha llevado a intentar hacer honor a su don: Una parte de mí seguirá siendo aquel chaval enclenque que sacaba a Clark Terry y a Ray Charles de la cama a las seis de la mañana para que me dieran clases de trompeta y de arreglos. Y una parte de mí seguirá preguntándose si estoy lo suficientemente preparado para la llamada. El flechazo que le unió a Ray Charles se convertiría en una admiración profunda hacia quien sería para el joven Quincy un modelo de conducta y de personalidad musical, pues rechazaba los límites tanto como él.
Acechado por la sombra de una madre enferma, Jones huye de los tiempos muertos como de las inesperadas visitas de su progenitora cada vez que escapaba del sanatorio mental, se presentaba en un show o le mandaba notas mecanografiadas afeándole su entrega a la música del demonio. Donde más libre se sintió Quincy Jones en su juventud como artista y como afroamericano fue en París, refugio profesional que alimentó su creatividad con nuevos retos, trabajando con Jacques Demy o Nicole Barclay, pero también fue el primer negro vicepresidente de una productora y tuvo el honor de romper una lanza dirigiendo la orquesta de los Óscar. Quincy Jones fue el hombre que consiguió que los monstruos del pop del siglo pasado aparcaran su ego para grabar “We Are The World” y salir del estudio sin perder un minuto para encabezar la producción de El color púrpura, para la que en tiempo récord también compuso la banda sonora. Y no hace falta mencionar el hito para la historia del videoclip que supuso Thriller —anticipado por el propio Jones como el futuro Ciudadano Kane de los videos musicales.
El mojo inagotable que ha atraído a cantantes, directores y compositores que han anhelado a lo largo de su carrera compartir ese toque mágico halla su trascendencia en ese sueño de Dizzy Gillespie hecho realidad: la desclasificación de la música afroamericana, que permitiera el acceso a todas las facetas profesionales y géneros de la creación musical. Mujeres, también las ha habido en una vida rica en amor e hijos, pero esa es otra historia, aunque también la encontrarán en “Q”. Autobiografía de Quincy Jones.
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