Escena I
Un hombre en silla de ruedas comienza a hablar sobre un cataclismo nuclear, mientras lucha desesperadamente contra su propio brazo que se rebela y hace el saludo nazi, además de intentar estrangularle. Ni siquiera el frío y perfeccionista director Stanley Kubrick puede resistir la carcajada.
Posteriormente, en la sala de montaje no encontrará ni una sola toma en la que alguno de los que aparecen en plano no termine rompiendo el personaje y sonriendo abiertamente, y tendrá que dejar una en la que el pobre Peter Bull no puede evitar reírse. De todas formas, Kubrick sabe que nadie se va a fijar en Bull, el director es consciente de que mientras Peter Sellers está en plano, durante lo que el creador de Senderos de Gloria denominó como éxtasis cómicos, nadie va a tener ojos para otro actor.
La versión oficial sobre Peter Sellers es que carecía de personalidad, que era un recipiente vacío que solo cobraba vida cuando interpretaba a uno de sus inolvidables personajes. El propio Sellers fue el encargado de propagar esta teoría: Soy un fantasma. Alguien irreal. Hasta que me hago de carne y hueso en la gran pantalla o Carezco de personalidad. No soy nadie. Si me piden que interprete a Peter Sellers, no sabría: por suerte, trabajo tanto que pocas veces tengo que representarme a mí mismo.
La versión oficial también afirma que contó con muchos defensores, entre otros el director que más partido le sacó en el cine, Stanley Kubrick, que dijo sobre él ¿Peter Sellers? No existe tal persona. Pero creo que es una teoría equivocada, con algo de verdad.
Es cierto que Sellers se identificaba con el jardinero Chance de Bienvenido Mr. Chance, pero lo suyo era algo mucho más complejo, y no es que no tuviera una personalidad, es que tuvo una personalidad bastante insoportable, lo que le hacía muy difícil de tratar para los más cercanos, incluyéndose a él mismo. Y es que parece claro que a Peter Sellers no le gustaba Peter Sellers.
Lo evidente es que es uno de esos casos en los que conviene separar al artista, uno de los mayores genios cómicos del cine, de la persona, un tipo bastante desagradable. Aquí intentaré repasar a ambos, el actor al que admiraban Kubrick, los Monty Python o Woody Allen, y el tipo del que Billy Wilder dijo, tras sufrir un ataque al corazón Para tener un ataque al corazón, se necesita tener uno.
El actor vino al mundo un 8 de septiembre de 1925 en Inglaterra, en una familia de actores y comediantes, bajo el nombre de Richard Henry Sellers, pero su madre comenzó a llamarlo Peter como el hijo que había perdido durante el embarazo antes del nacimiento de éste. No sabía hablar y ya estaba adoptando la vida (y el nombre) de otro.
Y es que fue bastante precoz; con apenas dos semanas, la estrella de espectáculo en el que actuaban sus padres lo subió al escenario del Kings Theatre en su natal Southsea y el pequeño Peter comenzó a llorar, provocando las carcajadas del público. En cierta manera, era un resumen perfecto de lo que sería su vida, un hombre inmensamente infeliz que hizo reír a un innumerable número de personas.
Su posesiva madre le encaminó hacia el mundo del espectáculo y el joven Peter no fue a la escuela con el resto de niños hasta bastante mayorcito. Siendo hijo único, fue consentido y se crió entre adultos bajo el amparo de las faldas de su madre. Su relación con ella sería considerada por uno de los mejores (y pocos) amigos de Sellers, Spike Mulligan, como “insana”.
El joven y gordito Sellers se especializó en las imitaciones, era capaz de emular cualquier voz y acento, algo que le proporcionó bastante popularidad en los pocos cursos a los que asistió. A los 18 años se alistó en el Ejército en plena II Guerra Mundial, pero no tuvo que pegar ningún tiro ni subirse a un Spitfire, ya que terminó entreteniendo a las tropas como parte de una compañía del ejército. Su número más recordado era la imitación de los oficiales, algo que también hacía fuera de las tablas, paseándose por la cantina de oficiales siendo simplemente un soldado.
Tras la Guerra, decidió utilizar sus habilidades como imitador trabajando en la radio, pero sus talentos fueron desaprovechados hasta que decidió llamar al productor del programa más famoso de la BBC, haciéndose pasar por uno de los jefazos de la cadena y echándose flores a sí mismo. Cuando decidió descubrir sus cartas, consiguió una regañina y un trabajo.
Pero la fama no le llegó hasta que se juntó con Spike Milligan y Harry Secombe para formar los Goons, el grupo británico de humor más importante de los años 50 y la gran influencia en el grupo británico de humor más famoso de los años 60, los Monty Python. Los Goons eran anárquicos y surrealistas y, a pesar de que Milligan era el principal escritor, Sellers era su miembro más conocido.
Su programa duraría 10 temporadas, de 1951 a 1960, que para Sellers serían los años más felices de su vida. Eso sí, su ambición no se quedó en la radio y, desde comienzos de los 50, intentó labrarse un futuro en el cine. Uno de sus primeros trabajos fue, utilizando su capacidad como imitador, doblar a Humphrey Bogart en algunas partes de La Burla del Diablo, una película de John Huston en la que Bogart sufrió un accidente que le dejó si varios dientes y sin capacidad de hablar correctamente.
De todas formas, su verdadera primera oportunidad llegó en 1955 cuando la Ealing, el estudio más importante del Reino Unido, le fichó para actuar junto a Alec Guinness en El Quinteto de la Muerte. Guinness era una de las referencias de Sellers y los dos se hicieron amigos.
En esa película también aparecía Herbert Lom, que más tarde interpretaría al Inspector Dreyfuss en las películas de La Pantera Rosa. Fue también él quien contó el curioso regalo que les hizo Sellers al finalizar el rodaje, una cinta en la que interpretaba a un periodista que entrevistaba a Guinness y al resto del elenco. Por supuesto Sellers era el que ponía todas las voces.
Al año siguiente consiguió su propio programa de televisión, escrito por su amigo Milligan, A Show Called Fred, donde se puede ver la enorme influencia de Sellers y Milligan en los Monty Python. Si quieren ver por primera vez a dos tipos batiendo cocos como si fueran caballos, este es vuestro programa. El gran salto en su carrera cinematográfica vendría cuando Un golpe de gracia se convirtiera en 1959 en un inesperado éxito en EEUU.
Hollywood comenzó a llamar a su puerta, pero Peter Sellers no se vio lo suficientemente preparado para dar el salto. Para lo que sí que se vio preparado fue para protagonizar una comedia romántica junto a Sophia Loren, La millonaria. La película es olvidable, pero durante su rodaje Sellers comenzó a dar pruebas de que su estado mental no era el mejor.
Cayó absolutamente enamorado de Loren, lo que no es una evidencia de su locura sino todo lo contrario, pero decidió compartir la noticia con la madre de sus dos hijos y su mujer desde hacía diez años, Anne Howe. Su matrimonio, como era de esperar, se resquebrajó, y durante esta época Sellers solía despertar a sus hijos para preguntarles con quien preferirían vivir si se separaran. Cuando su hijo de 6 años le respondió que con mamá, Sellers respondió destrozándole todos sus juguetes.
El niño mimado no había llegado a madurar y, lo que es peor, nunca lo haría. De todas formas el actor logró uno de los papeles más importantes de su carrera en esta misma época. Stanley Kubrick se había encaprichado de él tras escuchar uno de sus discos de comedia, que le producía George Martin, y le ofreció un papel de cinco minutos en su nueva película, Lolita.
Kubrick había trasladado la producción a Inglaterra porque estaba harto de las presiones que sufría para adaptar la controvertida novela de Nabokov. Esto le vino bien a Sellers, que no podía abandonar el país enzarzado en su divorcio. Los dos hombres encajaron bien y supieron sacar lo mejor del otro. A Sellers le gustaba construir su personaje a partir de su voz e ir improvisando en el rodaje. Kubrick le dio manga ancha para esto y en poco tiempo Sellers estaba robando escenas al protagonista de la misma, James Mason.
Sellers interpretaba a Claire Quilty, un novelista hipster que actúa como alter ego y némesis del personaje de Mason, el profesor Humbert Humbert. Sellers comenzó a utilizar la voz del propio director, Kubrick, y a disparar sus diálogos a toda velocidad en lo que la famosa crítica Pauline Kael calificó como Una loca capa de comentarios psicológicos y sociológicos tan “hip” que es surrealista.
Su papel se fue estirando, con Kubrick permitiendo a Sellers disfrazarse, como Quilty, de otros personajes. Al final la película se estructuró sobre ese personaje tan turbio y despreciable, al que Sellers logró dar una capa de siniestra simpatía. Si la novela empezaba y terminaba con la palabra Lolita, la película lo hacía con Quilty.
La película le valdría su primera nominación en los Globos de Oro, pero para ese momento ya habría rodado la película que le convertiría en una estrella mundial…
Escena II
Una niña india recibe un diamante de su padre, el gobernante del país, luego aparecen los títulos de crédito con la música de Henry Mancini y el personaje que terminará convirtiéndose en un famoso dibujo animado, luego nos presentan al supuesto protagonista de la película, el Fantasma, un conocido ladrón, a su sobrino y a su amante.
Pero cuando ya llevamos casi diez minutos de película aparece él, una cara anodina y seria en la que sobresale un bigotito, y es, supuestamente, la personificación de la dignidad. Hay un globo terráqueo y el inspector Clouseau decide ponerlo a rodar, un poco después se da la vuelta y comenta Tenemos que encontrar a esa mujer, mientras pone su mano en el globo con el resultado esperado, una caída. Desde ese momento queda claro para cualquier espectador que la película va a ser suya.
En noviembre de 1962, un equipo de Hollywood se encontraba en Roma para rodar una película sobre un famoso ladrón. Era una cinta escapista, al estilo de Charada, dirigida por uno de los directores nuevos con más futuro de Hollywood. Se trataba de Blake Edwards que acababa de encadenar dos películas como Desayuno con Diamantes y Días de vino y rosas.
El problema es que el encargado de dar vida al policía cornudo, Peter Ustinov, ha decidido no presentarse al rodaje. Con apenas unos días para el inicio del rodaje, alguien sugiere el nombre de Peter Sellers y se deciden por el actor inglés. De camino al rodaje, Sellers comienza a pensar en cómo debería ser Clouseau, su personaje, y decide que se va a dejar un bigote y a utilizar una gabardina que se compró como homenaje a Humphrey Bogart. Acaba de nacer una leyenda.
Soy como todos los humoristas, solo soy divertido cuando estoy trabajando
Durante el rodaje, queda claro que Sellers y Edwards comparten muchos referentes como Buster Keaton y el Gordo y el Flaco, y Clouseau comienza a ganar peso con un humor físico, cercano al slapstick. Cuando terminan la película David Niven, Robert Wagner, Claudia Cardinale y Capucine son conscientes de que La Pantera Rosa pertenece a Sellers.
El filme se estrenó a finales de 1963 en Europa y a comienzos de ese año en EEUU. Fue un éxito instantáneo y dio comienzo al año más importante en la carrera de Peter Sellers. En enero, se había estrenado Dr. Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb (que en España fue titulada ¿Teléfono Rojo? Volamos Hacia Moscú), su segunda colaboración con Kubrick y, posiblemente, el culmen de su carrera.
En 1963, Stanley Kubrick decidió adaptar el libro Alerta Roja de Peter George, y Columbia le dio el visto bueno si conseguía que Sellers interpretara cuatro papeles en ella. El estudio puso esa condición pensando que Sellers había sido el responsable del éxito de Lolita y porque en su primer éxito internacional, Un golpe de gracia, había interpretado varios papeles. A Kubrick no le importó demasiado, adoraba las actuaciones de Sellers y sabía que podía sacarle cualquier cosa.
El actor no parecía especialmente interesado, sabía que Kubrick era muy hábil, pero también muy perfeccionista, pero el director de La Naranja Mecánica le iba a buscar todas las noches a su casa para convencerle para que la hiciera. Al final aceptó, en un principio iba a hacer cuatro papeles, el capitán británico Lionel Mandrake, el Presidente de los EEUU, Merkin Muffley, el nazi Dr. Strangelove y el Mayor T. J. “King” Kong, piloto de las Fuerzas Aéreas de EEUU.
El rodaje comenzó por ese mismo orden, primero se rodaron las escenas de Mandrake, fue la parte más fácil, Sellers llevaba imitando a oficiales británicos desde los 18 años, cuando estaba rodeado de ellos. Kubrick estaba encantado.
Luego llegó el momento del Presidente Muffley, Sellers se basó en Adlai Stevenson que había sido candidato de los demócratas dos veces en los 50. Al principio, su recreación era tan divertida que era casi imposible finalizar una toma sin que hubiera que interrumpirla por las carcajadas, Pero Kubrick decidió que había que darle un toque más serio y fue trabajando con Sellers en ello.
Y después apareció Dr. Strangelove, el papel definitivo de la carrera de Sellers, Kubrick ya se había dado cuenta que podía dar rienda suelta a Sellers con las improvisaciones, más tarde llegaría a decir que era El único actor que conozco que realmente sabe cómo improvisar, y tenía siempre tres cámaras grabando desde cualquier ángulo para no perderse nada, pero con Strangelove, Sellers se superó a sí mismo.
Kubrick le había comentado que Strangelove debía llevar un guante negro, como si hubiera tenido un tipo de accidente, pero Sellers lo llevó más lejos y dio vida propia a aquel brazo, según sus propias palabras, el brazo seguía siendo nazi mientras que el resto del cuerpo ya se había comprometido con los EEUU.
Como en muchas de sus películas no solo clavaba el acento sino que le daba vida, le ponía la voz adecuada; para el de Strangelove no se quedó en una mera imitación del acento alemán sino que tomó prestada la voz de un fotógrafo (Weegee) que pululaba por el estudio y tenía una peculiar voz nasal. Le grabó en cintas en el rodaje e incorporó su voz al personaje junto al siniestro acento alemán.
La mezcla entre inseguridad y narcisismo, propia del niño malcriado que era, fue una combinación horrible.
Pero cuando llegó el momento de interpretar a Kong, Sellers se negó, estaba exhausto y no creía que pudiera conseguir un acento tejano creíble. Al final fingió una lesión en una pierna para escaquearse y Slim Pickens se hizo con el papel. No pudo haber sido una mejor decisión, cuando Pickens apareció por el aeropuerto de Londres con su sombrero de cowboy y sus botas vaqueras, muchos pensaron que venía vestido para el papel, sin darse cuenta que esa era su forma de vestir habitual.
Aun así, Sellers tuvo una última aportación a la película. Tras la famosa frase ¡Mein Führer, puedo andar!, en el guión original había una pelea de tartas, que se llegó a rodar. No le gustó a nadie y Kubrick pensó en el final con las bombas nucleares, pero no encontraba algo con lo que funcionara, así que fue Spike Milligan, el antiguo compañero de Sellers en los Goons el que dio con la solución, que sonara el We’ll Meet Again de Vera Lynn. Un final perfecto, para una película perfecta.
Era evidente que lo que había conseguido con esta película estaba al alcance de muy pocas personas, quizás de nadie más. Por eso cuesta entender como pudo perder ante Rex Harrison, en My Fair Lady, el Oscar como mejor actor principal. Muchos han visto en ello una prueba de los muchos odios que levantó en Hollywood. Y es que si su carrera profesional estaba en lo más alto, la personal comenzaba a derrumbarse del todo.
En Hollywood era conocida la afición de Sellers por la astrología y los videntes. Es más, se sabía que Sellers era un asiduo de Maurice Woodruff, vidente y astrólogo, al que pagaban regularmente para que en sus visiones encaminasen a Sellers hacia sus proyectos. Por casualidad, y unos cuantos miles de dólares, Woodruff vio en su bola de cristal que una persona con las iniciales B.E. estaba destinada a convertirse en alguien muy importante en su vida.
No era sino una estratagema para que Sellers aceptara retomar el papel del Inspector Clouseau en A Shot In The Dark (El Nuevo Caso del Inspector Clouseau), dirigida nuevamente por Blake Edwards, pero, como si Sellers fuera el propio Clouseau, fue incapaz de verlo. Aceptó el papel, eso sí, y lo llevó a nuevas cotas, incorporando el conocido acento francés y logrando la película más divertida de la serie, aunque su rodaje fue un infierno y Sellers y Edwards se odiaron profundamente. A medida que iba ganando en popularidad, más difícil era de tratar con su ego desbordante.
Pero en febrero de 1964 vio en la fotografía una foto de la joven actriz sueca Britt Ekland y decidió que era ella la famosa B.E., ni corto ni perezoso se fue al hotel donde se hospedaba y en dos semanas se estaban casando. El matrimonio fue un verdadero desastre, con un Sellers abusivo física y mentalmente con la actriz. Todo comenzó mal cuando a los pocos días de su luna de miel, Sellers partió a Hollywood para trabajar con uno de sus ídolos, Billy Wilder, y Ekland se quedó en Inglaterra rodando Cañones en Batasi junto a Richard Attenborough.
La experiencia con Wilder fue un infierno, Sellers intentaba improvisar y Wilder le decía que se ajustara al guión, las maneras de estrella de Sellers le enfrentaban con todo el equipo y, por si fuera poco, su consumo de drogas y medicamentos había aumentado desde su boda con Ekland, algunos sostienen que para no fallar en la cama. El caso es que su corazón dijo basta y sufrió no uno, sino ocho ataques al corazón en pocos días, en uno de ellos llegó a estar clínicamente muerto durante varios segundos.
Lo primero que hizo al recuperarse fue escribir una carta a Ekland: Tengo un miedo terrible en el fondo de mi mente de que me abandones… Te quiero desesperadamente y creo que eres tan maravillosa en todos los sentidos que me resulta difícil entender por qué te casaste conmigo“. Bajo engaños de que había hablado con los productores de la película y no había problema, la hizo abandonar el rodaje y cuando llegó no la dejó volver, su papel sería para Mia Farrow. Sellers no tenía afecto a sí mismo y, por ello, dudaba del afecto de todos los demás. La mezcla entre inseguridad y narcisismo, propia del niño malcriado que era, fue una combinación horrible.
Escena III
Suenan unas gaitas, el Ejército Imperial Británico está atravesando un acantilado desértico; de repente, de uno de los lados del acantilado surge la figura de un soldado indio, vemos que se trata de una emboscada. El soldado indio comienza a tocar la corneta, alertando a los británicos. Comienza un tiroteo, uno de los emboscados dispara al héroe de la trompeta, este es alcanzado pero consigue levantarse y consigue seguir tocando.
Poco a poco, el resto de compañeros va haciendo lo mismo, olvidándose de los británicos y centrándose en un trompetista que parece tener más vidas que un gato, capaz de resistir incluso una ametralladora. Al final se escucha una voz que grita: ¡Corten! (Juro que la primera vez que la vi, siendo un niño, al que salvó la vida el directo ficticio fue a mí, que estaba a punto de morir ahogado de risa).
Su vida sufrió un punto y aparte tras los ataques al corazón, incrementaron sus manías y particularidades. Su matrimonio con Ekland llegó a su fin en 1968. Tenía aversión por ciertos colores, en particular con el púrpura, y había que volver a pintar cualquier cosa, habitaciones de hotel o decorados de películas, que tuvieran esos colores.
Por si fuera poco, su propensión a los médiums empeoró y se convenció de que había sido otras personas en el pasado. Como bromeaba su amigo Spike Mulligan, nunca era un tipo normal, siempre era Napoleón o César. Trabajó con Woody Allen en What’s New Pussycat?, la primera película que contaba con un guion suyo pero, a pesar de que Allen le admiraba —tiempo después declararía que Sellers era uno de los únicos seis genios cómicos de la historia del cine— su forma de comportarse y destrozar varias de sus mejores frases serían una de las razones que le convencerían de que si quería que se respetase su guión era mejor ocupar la silla del director también.
De aquí al final de su carrera habría varios destellos en algunas películas (mi favorita es Un cadáver a los postres, su reencuentro con Alec Guinness y David Niven, aunque es el primero el que más brilla con su Benson Señora), pero solo volvería a protagonizar dos películas verdaderamente notables.
La primera llegó en 1968 con su reencuentro con Edwards, ambos habían jurado no volver a trabajar con el otro tras la amarga experiencia de A Shot In The Dark, pero decidieron enterrar el hacha de guerra y así surgió Hrundi V. Bakshi, uno de los personajes más cómicos y divertidos de la historia del cine, y El Guateque.
La película no tenía mucho guión, un actor secundario indio es expulsado de una gran superproducción pero, por un error, termina invitado a una fiesta de la alta sociedad donde desencadenará el apocalipsis cómico, y era más una serie de gags unidos por la extraordinaria interpretación de Sellers.
Resulta impensable que, a día de hoy, se produzca una película de estas características con un actor embadurnado en betún dando vida a un hombre de otra raza, pero antes era de lo más normal. No creo que la caracterización de Sellers sea para nada racista, es más logra darle una capa de bondad y simpatía en el que posiblemente sea su personaje más humano.
El otro personaje tuvo que esperar más de diez años. Se trataba del jardinero Chance, papel que Sellers había estado buscando durante toda su carrera. No pudo financiarlo hasta que Edwards y Clouseau volvieron a su rescate y con las continuaciones de La Pantera Rosa pudo ganar el dinero suficiente para rodar Being There, o como se llamó en España, Bienvenido Mr. Chance (1979).
Dirigida por Hal Ashby, uno de los principales directores de la nueva generación de Hollywood que Peter Biskin retrató en Moteros tranquilos y toros salvajes, la película trataba sobre un jardinero sin ningún tipo de personalidad, posiblemente con algún tipo de autismo, que, por casualidad, entra en contacto con el mundo de las grandes finanzas y la alta política. Allí, sus intrascendentes comentarios sobre el jardín y su comportamiento copiado de la tele serán considerados muestra de genio. Al final de la película, Chance se convertirá en el candidato más probable para convertirse en presidente de los EEUU y caminará, literalmente, sobre las aguas.
Shirley McLaine, que participó en la película solo para ver trabajar a un genio, en sus propias palabras, se quedó de piedra cuando invitó a cenar a Sellers y este le respondió como si fuera el personaje. El actor se vio muy reflejado en él, en esta persona que no era nada y en la que el resto del mundo veía algo increíble. Nunca entendió como pudo perder el Oscar ante Dustin Hoffman, pero, a pesar de todo, había vuelto por la puerta grande tras una década de papeles alimentarios (publicidad incluida).
Eso sí, distaba mucho de ser feliz, seguía echando de menos los tiempos de los Goons, antes de convertirse en una gran estrella. Antes de que su corazón le fallara por décima y última vez, el 24 de julio de 1980, escribió un telegrama a Spike Milligan para decirle que volvieran a hacer algo juntos, que renunciaba a cualquier dinero solo por el placer de volver a trabajar con él y Secombe y echarse unas risas juntos. Por supuesto, esto nunca ocurrió y Sellers falleció antes de que se pudiera concretar nada.
Contradiciendo a Kubrick, podríamos decir que Peter Sellers sí existió, sencillamente Peter Sellers odiaba a Peter Sellers y eso le llevó a otro cliché del actor cómico, el payaso triste de Vesti, la Giubba, Soy como todos los humoristas, solo soy divertido cuando estoy trabajando. Durante su funeral el actor decidió gastar una última broma y encargó que sonara la canción que este batería aficionado (en sus comienzos se le conocía como el Gene Kruppa británico) odiaba más, el In The Mood de Glenn Miller, quizás fuera un último castigo contra sí mismo, pero es evidente que hubiera sido más apropiado elegir a Puccini: ¡Ríe payaso! ¡Ríete del dolor que envenena tu corazón!
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