El veterano músico británico Paul Weller vuelve a sorprender con un soberbio nuevo álbum en el que explora sonoridades inéditas sin traicionar sus señas de identidad.
Siempre ha estado ahí. Sin protagonizar retornos triunfales tras algún lustro de mutismo. Sin callar la boca por más de tres o cuatro años. Como formando parte de nuestro paisaje cotidiano. Y quizá esa sea la principal razón por la que nunca se pondera en su justa medida su capacidad para desafiarse a sí mismo. Saturns Pattern (Warner, 2015) es, de cualquier forma, otro nuevo golpe sobre la mesa por parte de Paul Weller, un músico cuyo apetito por explorar nuevos territorios apenas tiene parangón entre compañeros de su edad (acaba de cumplir 56 años) y de su estatus (leyenda de la generación punk con The Jam a finales de los 70, refinado esteta con The Style Council en los 80 y padrino del brit pop en los 90, ya en solitario). Talento, genio y afán de búsqueda, todo en uno.
Su situación actual no deja de tener algo de paradójico. O, cuando menos, de imprevisible. Porque a Weller se le ha dado por muerto más de una vez a lo largo de su trayectoria, que abarca ya casi 40 años. La primera de ellas fue cuando, tras disolver The Jam en un gesto de honestidad casi suicida, cuando la banda estaba en la cresta de la ola, se embarcó con Mick Talbot en esa aventura llamada The Style Council, que facturó algunos espléndidos discos (Café Bleu en 1984 y Our Favorite Shop en 1985, fundamentalmente) pero se despeñó por la pendiente del descrédito con Confessions of a Pop Group (Polygram, 1988), uno de los álbumes más vapuleados por la crítica en toda la historia del pop.
Así que nadie daba un duro por él cuando debutó en solitario con su más que estimable álbum homónimo (Paul Weller; London, 1992). Y aún menos previsible era que en 1995 se convirtiera en una absoluta referencia para la generación brit pop, merced al exitoso Stanley Road (London/Go! Discs, 1995), el disco que le devolvió a las listas de éxitos y a los line ups de los principales festivales. El nexo entre ambas generaciones es tan explícito que Steve Cradock y Damon Minchella, de Ocean Colour Scene, estuvieron formando parte de la banda de Weller durante buena parte de los años 90. De hecho, Cradock aún lo hace.
Fueron los tiempos en los que definió su particular síntesis de rock y rythm’n’blues, con una garganta cada vez más escorada hacia tonalidades negras y una considerable pericia para fundir géneros añejos sin que el saldo quedara sumido en la obsolescencia. En cualquier caso, y como nunca llueve a gusto de todos, en el momento en el que comenzó a repetirse (con discos entonces considerados menores, como Heavy Soul en 1997, Heliocentric en 2000 e Illumination en 2002) se le empezó también a acusar de acomodado.
Se decía de él que era el paradigma del dad rock (algo que perfectamente podría ser traducible como rock senil). Pero todo volvió a cambiar cuando recuperó gran parte de la frescura perdida en As Is Now (Yep Roc, 2005). Y no digamos ya cuando, a la altura de 22 Dreams (Island, 2008) le dio por experimentar en el estudio, probar nuevos tratamientos para sus canciones y abrazar no solo el pop o el rock de corte tradicional o un renovado ímpetu new wave, sino también la psicodelia, el kraut rock, el pop de la costa oeste californiana, el soul de guitarra de palo y, últimamente, hasta el rock progresivo.
Una fase de madurez teñida por la querencia experimental (dentro de un orden), que vuelve a constatar esa rara cualidad de ave fénix del pop británico que detenta. Siempre presto a sorprender con giros que desmientan que alguna vez tuvo una hoja de ruta prefijada. Saturns Pattern (Warner, 2015), editado esta misma semana, es el último capítulo de su vasto libro de estilo. Un soberbio álbum producido junto a Jan Stan Kybert (Massive Attack, Oasis, Moons), en el que pueden reconocerse rastros de Todd Rundgren, Curtis Mayfield, Captain Beefheart e incluso paralelismos más contemporáneos y que pocos hubieran podido avistar en su trayectoria hace unas temporadas, como los de Tame Impala o Black Keys.
Su contenido es, por cierto, una buena excusa para que vuelva a visitarnos. Estará el 1 de julio en La Riviera de Madrid y el 2 de julio en el Festival de Pedralbes de Barcelona, en sendas actuaciones marca de la casa, en las que la exhibición de su producción reciente no suele minar la recuperación de algunas gemas de su brillante pasado. Este video corresponde a su actuación de hace unos años en los Brit Awards, interpretando una batería de clásicos de toda su carrera, enlazados de forma fulminante.
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