Un 11 de octubre de hace poco menos de un siglo se publicaba la fantasiosa y libérrima novela de Virginia Woolf Orlando: una biografía. En ella, la vida del personaje paródicamente biografiado abarcaba cinco siglos y quien empezara su trayecto literario como un adolescente, al final de la novela se había convertido en una mujer de más de treinta años. Después de haber ganado cuatro premios en la pasada Berlinale y de haberla podido ver en este Festival de San Sebastián (se estrenará en salas el 11 de octubre) el filósofo Paul B. Preciado no podía haber debutado mejor en el cine, con su Orlando: mi biografía política. Se trata de una adaptación documental que, el también activista, utiliza de manera igualmente libre al servicio de un relato coral sobre la transexualidad y que declara necesariamente político, en el sentido de colectividad y participación.
Las voces narradoras se funden unas con otras. Las voces testimoniales se entrelazan con la literatura. Hay algo de godardiano y de pasoliniano en todo ello. El momento presente se disfraza con cuello isabelino para evocar al joven en metamorfosis. La batería y los sonidos psicodélicos de Abre la puerta de Triana visten a la perfección ese juego de contrastes. Virginia, Paul y otros veinticinco ‘Orlandos’ dialogan con la transformación y con la poesía. También ha echado mano de archivos fílmicos. Lo que tenemos delante no se presenta de forma obvia desde el principio, pero a medida que avanza la película, la superposición de los diferentes planos discursivos van formando una armónica sinfonía de estímulos y mensajes.
El autor está decidido a trasvasar la discusión sobre la realidad trans a la sociedad para que no sea patrimonio exclusivo de las instituciones médicas y jurídicas. Quiere llevarla al terreno de la imaginación y de la construcción, transgredir las limitaciones del esquema binario sobre el género e inventar nuevas ficciones sociales porque, como dice una de las voces protagonistas, cuando las palabras para definir un nuevo género aún no existen hay que recurrir a la poesía. Nuestros cuerpos son artefactos discursivos, ensamblajes de ficción y carne.
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