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Música

N.W.A. Negratas cabreados

En Vidas salvajes, Música 18 noviembre, 2015

Miguel Caamaño

Miguel Caamaño

PERFIL

En la promo del recientemente estrenado biopic Straigh Outta Compton se cacarea que es el grupo de rap más importante de la historia. No sabemos si así será, lo ponemos en duda por su corta carrera, pero sí fue el que tuvo más arrestos y actitud.

A través de un fenómeno cósmico que se reproduce aproximadamente una vez cada dos décadas, llega a las grandes pantallas Straigh Outta Compton, una película confinada a las salas pequeñas y a audiencias de raperos que vivieron toda esta historia de bandas y música de mensaje combativo.

Si bien es cierto que la película destila un tufillo de “aquí lo que importa es la pasta”, este grupo, casi sin quererlo, estaba siendo testigo de muchos de los acontecimientos que han ido enquistando la violencia en las calles e institucionalizando la brutalidad policial. Uno de los protagonistas de todo esto fue el señor Ice Cube, el liricista más sobresaliente del combo, además del primero que se dio el piro tras ver que las regalías por su arte brillaban por su ausencia.

¿La culpa? De Ruthless… el sello discográfico creado por un menudo y lenguaraz traficante llamado Eric Wright, luego parte del grupo y rebautizado como Eazy E, que cometió el error de asociarse con un judío que, lamentablemente suscribió el estereotipo que les latiga, y se llevó gran parte de las ganancias.

Así que, entre fiestón y fiestón, Eazy se dedicaba a fumarse toda la hierba del planeta y a follarse todo lo que podía sin protección, lo que le llevó a pillar una enfermedad que por aquel entonces empezaba a asomar las zarpas peligrosamente: el SIDA. Por el camino, fue más necio si cabe cuando dejó marcharse a Ice Cube, quien a partir de ahí brillaría con luz propia, y más tarde a Dr.Dre, a quien no hace falta ni presentar hoy por hoy: su imperio llega hasta tus oídos con su música y a tus orejas con sus auriculares «Beats».

El rap de Eazy era auténtico por lo inusual, macarra y lleno de genialidad, pero como hombre de negocios era nefasto. Delegó en quien no debió delegar, vivió el momento de manera desenfrenada y no hizo otra cosa que gastar dinero y no preocuparse más que de los citados menesteres hedonistas. Todo ello le pasó factura: siete hijos de seis mujeres diferentes, deudas para parar un Impala,  a los que era tan aficionado, y una muerte tan repentina como llorada.

Ahora, al menos, tenemos un testimonio en forma de película, profusa, bien construida, sin más disparos que los que tiene que haber y sin ridiculizar a unos jóvenes que lo único que quisieron fue joder a la policía y vivir algo deprisa para escapar del oprobio de las calles de Los Angeles.

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