¿A qué huele la Navidad? Esta frase tiene 590.000 entradas en Google. Parece evidente que somos muchos los interesados en averiguar qué percibe el olfato en esos días tan especiales.
Hoy en el día se aplican técnicas de estimulación capaz de transmitir valores aprovechando las capacidades de nuestro sentido del olfato, en función del mensaje que el proyecto comercial quiera transmitir: alegría, serenidad, modernidad, placer, ocio, etc. Entre los aromas que se ofrecen hay uno indicado para las fechas navideñas; obviamente se llama Navidad y suele llevar aromas de leña de roble, naranja-canela, vainilla-mandarina y muffin.
Yo no necesito instalar un vaporizador para recordar la Navidad, ni puedo imaginar un aroma comercial que se acerque a los olores grabados en mi mente en esas fechas. Es muy difícil conseguir un mix que englobe el viejo pesebre de corcho, la sidra El Gaitero, el surtido de turrones El Lobo, los langostinos cocidos, los restos de polvorones de La Estepeña esparcidos por el sofá, el caldo de los berberechos Cuca, la calefacción a máxima potencia, el rollo de ternera relleno de ciruelas, el Málaga Virgen derramado sobre el mantel, el exceso de colonia, los dátiles de El Monaguillo, el sudor de la tía Amelia y la halitosis del primo Esteban cantando villancicos. Por eso, no soporto leer que en Inglaterra la Navidad solo huele a pastel de manzana y en Estados Unidos a galletas recién horneadas. Es científicamente imposible.
La Navidad de mi infancia también huele a villancicos, y si hablamos de villancicos tenemos que hablar de Manolo Escobar, que los grabó y canto todos, no se dejó ni uno: “A Belén, a Belén”, “Los peces en el río”, “Dime niño de quien eres”, “Arre borriquito”, “Ay del Chiquirritín”, “Los campanilleros”… Por lo tanto, la navidad a mí me huele, no podía ser de otro modo, a Manolo Escobar.
Luego ya vino “Ven a mi casa esta Navidad”, de Luis Aguilé; “El pequeño tamborilero”, de Raphael, y las versiones de “Noche de paz” de Jingle Cats, Plácido Domingo, Enya, Stevie Nicks, Bing Crosby y Mahalia Jackson y, por supuesto, la de los Niños Cantores de Viena. A finales de los 70 hubo una versión, The little drummer boy / Peace on Earth, de mucho éxito, a cargo de Bing Crosby y David Bowie.
A los progres nos emocionaba más “Happy Xmas (War is over)” de John Lennon & Plastic Ono Band, que empezó como una canción protesta contra la guerra de Vietnam y terminó convirtiéndose en un himno navideño que casi parecía un anuncio de Coca Cola.
En 1979, Paul McCartney grabó “Wonderful Christmastime”, que se convirtió en un clásico navideño y por el que cobra anualmente 400.000 dólares en concepto de royalties, según la revista Forbes.
La otra vertiente navideña es lo que alguien ha llegado a llamar delirium eating en el que se come a tumba abierta. Las comidas navideñas españolas recuerdan a esos deseos absurdos que encargan como última cena algunos condenados a muerte en Estados Unidos: un plato de espaguetis; una pizza de carne recubierta con pepperoni, jamón, tocino y salchichas; tres fajitas, un cheeseburger triple con beicon, una tortilla de queso con carne picada, medio kilo de carne a la barbacoa, un bote de helado y una barra de mantequilla de cacahuete con fudge de cacahuetes triturados.
La Navidad celebra el nacimiento de Jesús de Nazaret, y desde el siglo IV, el 24 de diciembre había que hacer penitencia y mortificar el cuerpo con una sola comida al día, sin carne. Es decir, una cena ligera para luego asistir a la Misa del Gallo. La obligación de ayuno y abstinencia en Nochebuena perduró hasta 1966, aunque ya se había relajado bastante…
No creo que exagere si digo que en el periodo comprendido entre los años 50 a nuestros días, las Navidades españolas han tenido un decrecimiento religioso y espiritual equiparable al crecimiento en consumo de alimentos y bebidas; es decir, y por destacar lo peor, la combinación de alcohol y grasas.
En los años 50, el empobrecimiento de la sociedad y las directrices del Vaticano hacen primar el ambiente y la celebración sobre el obsequio material; son fiestas sencillas, religiosas, familiares y caseras. En los años 60 solo hay una fiesta con regalos, la Noche de Reyes. No es hasta mediados de los 70 cuando se dispara el consumo de regalos y de presupuesto para comidas; es la época en la que florecen las salas de fiesta a las que se acude a bailar. En los 80 se inicia la mercantilización absoluta de las Navidades, se incrementan los días de regalo y de fiesta (Papa Noel, fiestas de Nochevieja, Reyes Magos) y se compaginan las comidas caseras con las salidas a restaurantes y a tomar copas fuera de casa.
En mi casa, como en tantos hogares españoles, el periodo navideño, muy ceñido al calendario escolar, abarcaba desde unos días antes de Nochebuena, hasta el 7 de enero, con regreso al colegio y la normalidad laboral, tras el paso de los Reyes Magos.
Para ese periodo de tiempo se activaba un protocolo navideño que se repetía año tras año y generación tras generación, con pocos cambios hasta bien entrados los 90, que es cuando se disuelve todo en un gran rave continua y en un after hours de carretera, en el que, por los excesos que llevamos, no sabemos exactamente si nos encontramos en Navidad, en Pascua, en la semana de Ferias del pueblo o en Halloween. Y tampoco nos importa mucho; el caso es hacer risas, ir de copas, comer langostinos y dejar la paga extra –si se tiene trabajo fijo–, en Zara.
Antes no, el protocolo y la ubicación primaban, aunque es verdad que la paga extra, siempre se agota; hay cosas que no cambian. El protocolo empezaba, precisamente, cobrando la paga extra de Navidad y guardándola en casa.
Lo primero de todo era armar el Belén. Hoy día muchos españoles adquieren las piezas del Belén y los adornos de Navidad, –todo de procedencia china–, en grandes superficies, desde Leroy Merlin al El Corte Inglés, pasando por Alcampo, Carrefour o tiendas online.
Cuando yo era pequeño no. Había sitios específicos en las calles y plazas, que algunos siguen existiendo en cada población: los mercados navideños. En Madrid es en la Plaza Mayor; en Barcelona es en la plaza de la Catedral; en Bilbao en la calle Bailén y junto al teatro Arriaga; en Sevilla, en la Alameda de Hércules; en Valencia, en los alrededores del Mercado Central y en La Lonja; en Zaragoza, en la plaza del Pilar; en Guadalajara, en la plaza de la Concordia y en la calle Mayor; en Granada, en la plaza Bib-Rambla y en Puerta Real-Fuente de las Batallas…
A continuación, había que escoger el día para montar todo. Era una jornada particular: se ponían villancicos en la radio, en el tocadiscos o en el tocacintas, según la década. En mi casa teníamos una cosa que se llamaba Hilo Musical, como en los ascensores de los hoteles y en la sala de espera del dentista… Y ¡a armar el Belén! Corcho, papel del aluminio para los ríos, aquí un pastor, aquí un pato, aquí un ángel, aquí María, aquí Herodes de arcilla, aquí tres ovejas de plástico, aquí un grupo de mujeres lavando, pero de una escala diferente, restos de un Belén antiguo… Luego la escalera y venga espumillón por las lámparas, los cuadros, los jarrones, encima de la tele, a lo loco… Acabábamos la tarde destrozados, pero satisfechos.
El segundo protocolo era el envío masivo de felicitaciones de navidad (en España se utiliza absurdamente el término christmas de navidad). Se trataba del paso anterior al spam de hoy, pero hecho de puño y letra; no quedaba nadie fuera, allá donde viviesen, fuese Chinchón o Laponia, la patria chica de Papá Noel, por cierto. El texto podía ser: Te deseo a ti y los tuyos unas magníficas navidades y un próspero año nuevo. O el más fino: Que sea esta Navidad motivo de muchas felicidades. Y el Año Nuevo una esperanza de éxito y prosperidad. Paz y Amor en estas Fiestas. Con sobre con la dirección, remitente, sello y buzón. A casa llegaban un montón de cartas de todo tipo, de familiares, amigos, gente que no habías visto en muchos años, de los comercios del barrio, de un pariente lejano que todos creíamos que había muerto…
La vertiente infantil de este protocolo era la carta a los Reyes Magos. Se tenía que escribir con un preámbulo, en el que se hacía un resumen de cómo había ido el año. Algo directo del tipo: Este año me he esforzado mucho en el colegio, me he portado bien, ya no pego a mi hermano pequeño y he obedecido a mis padres… La carta se tenía que entregar a un paje o alguien de suma confianza de los propios Reyes Magos, quienes solían estar, a la misma hora, en todos los centros comerciales. En SEPU de Barcelona sacaban un rey mago en un balcón muy alto, sin protección ni barandilla, y desde allí saludaba a los niños, siempre muy tenso y atento a no perder el equilibrio.
De aquí se deriva otra norma familiar que era la de acudir a la cabalgata de los Reyes, donde los niños se emocionaban y regresaban excitados a casa con los bolsillos llenos de caramelos. Los padres llegaban a casa exhaustos y rotos por los empujones y los pisotones.
Otro protocolo a cumplir en muchas familias era la de acudir a una matinée de cine, pasar una tarde en el circo, ir al teatro o a ver algún espectáculo. Nuestra especialidad era el Circo Americano o el Circo Mundial. Había familias que procuraban no perderse el Berlín Circus, con el hijo del dueño, el domador Ángel Cristo (en este programa Angel Christo).
Otras familias esperaban con ansiedad la llegada a la ciudad o al barrio del Teatro Chino Manolita Chen, un teatro ambulante con variedades, burlesque, cómicos, cantaores, imitadores, tonadilleras… y Manolita Chen. Entre los años 50 y 80 este teatro marcó una línea en el mundo del espectáculo en España con clientela de todos los grupos sociales y culturales. La madrileña de Vallecas, Manuela Fernández Pérez, era Manolita Chen, esposa del ex lanzador de cuchillos y dueño del circo Chen Tse-Ping.
Una norma navideña de estricto cumplimiento era el de dar una gratificación, en dinero o en comestibles y bebidas, a los trabajadores, empleados o gente que presta servicios. En esos años muchas empresas, oficinas y organismos, entregan una cesta a cada empleado, con botellas, turrones, conservas, embutidos, con una calidad y una cantidad que depende del grado de generosidad del empleador… Hoy día ya no se ven esas cestas, a no ser en prósperas empresas y exclusivamente para clientes de relevancia.
Unos días antes del 24 de diciembre, sonaba el timbre de casa y te entregaba una tarjeta el sereno, el vigilante, el recadero, el barrendero, el basurero, el panadero, el repartidor… En la tarjeta figura un trabajador con uniforme de gala, como en el caso del sereno, o con atuendo de trabajo, y en segundo plano aparecen escenas de Navidad, con alimentos y bebidas típicas de las fiestas: turrón, pavo, uvas, champán… Y se les daba el aguinaldo.
Muchos comerciantes y vecinos también solían regalar botellas de cava y vino a los guardias y policías municipales que trabajaban en las calles del barrio. Y ellos, ese día, organizaban el tráfico, risueños, rodeados de cajas, botellas y globos…
Una tradición que todavía perdura es la de comprar Lotería y luego ver la transmisión del sorteo en la tele para ver como cantan los premios los niños del Colegio de San Idelfonso. En 1984 el sorteo incluye niñas, una vez que el colegio se convierte en un centro mixto, y en 2002 el famoso cántico de los niños pasa del ¡150.000 peseeetas! a ¡1.000 eeeeuros!
Saca la bota María
Uno de los protocolos centrales de la Navidad se ha ido perdiendo y ha quedado, sobre todo en las grandes ciudades, como algo residual: La Misa de Gallo que se celebraba en todas las iglesias a medianoche. Recuerdo haber ido algún año de pequeño a la parroquia barcelonesa de Sant Idelfons, pero pronto mis padres consideraron que se estaba mejor en casa, calentitos, succionando cava con los barquillos y cantando villancicos.
Pero en las capitales de provincia pequeñas y en los pueblos, hasta hace pocos años, se podía ver a gente cantando villancicos a la salida de la Misa de Gallo. Era tradición en muchos sitios hacer un alto a tomar una copa de anís o coñac, a la que los vecinos invitaban a las familias que salían de la parroquia.
En muchas casas españolas esa noche se sacaba del mueble bar del salón las botellas de licores que no se utilizaban durante el año. Esa noche se ponían orgullosamente sobre la mesa como diciendo en esta casa no de falta nada, aunque a veces había que pasar un trapo para quitar el polvo a las botellas y comprobar que el licor estuviese en buen estado.
Cuando yo era adolescente todavía se ponían sobre la mesa de Nochebuena botellas de licor que se habían comprado para mi bautizo. De hecho todavía conservo unas cuentas botellas de tan insigne día. Entre ellas, una botella de Calisay y otra de Licor 43.
La historia de Calisay nace cuando Magí Mollfulleda, un indiano que había hecho fortuna en Puerto Rico, donde había conocido la industria de los licores destilados, crea en 1853 las Destilerías Mollfulleda en su pueblo, Arenys de Mar (Barcelona). El éxito del licor Calisay –basado en una fórmula secreta de los monjes Benedictinos de la Bohemia en el año 1854, a base de plantas aromáticas, raíces, cortezas, hojas, flores, frutos y semillas de hierbas–, fue inmediato, pero Magí muere prematuramente en 1913.
Su hijo Juan Mollfulleda Congost (Arenys de Mar, 1886 -1947), además de alcalde de Arenys, se encarga de ampliar y reformar la fábrica tarea que recae sobre el prestigioso arquitecto César Martinell.
La familia Mollfulleda pierde la gerencia de la empresa en 1981, cuando traspasa la parte mayoritaria de sus acciones al grupo Rumasa, quedando Calisay dentro de las bodegas Garvey, también de Rumasa. Cuando a finales de los años 80 Rumasa es expropiada, Calisay pasa a manos de las Bodegas Pedro Rovira, de Tarragona, que traslada su producción de Arenys a sus bodegas de Móra la Nova.
En 2017, el grupo filipino Emperador, compra las bodegas Garvey por 35 millones de euros, incluyendo el famoso licor. El emblemático edificio Calisay de Arenys de Mar ha pasado a titularidad municipal del ayuntamiento y se ha reconvertido en un centro cultural.
Licor 43 se crea a principios de siglo XX en Cartagena (Murcia), sobre la base de una fórmula secreta que se remonta a la época romana y que, según el relato de la misma empresa, está conformado a partir de 43 cítricos, frutas y especias mediterráneas. En 1945, los tres hermanos Diego Zamora, Ángel Zamora, Josefina Zamora y el marido de esta Emilio Restoy, crean una empresa con el fin de elaborar y comercializar Licor 43, por lo que unos años más tarde constituyen la empresa Diego Zamora S.A., que posteriormente será el Grupo Zamora.
Hasta los años 70, se centran en la elaboración y comercialización de Licor 43 pero a partir de los años 70 se inicia un proceso de diversificación, de marcas marcas y la comercialización en Europa y América. A partir de 2003, se acelera el proceso de internacionalización de la empresa, y se consigue estar presente en más de 60 países. Posteriormente, adquieren otras marcas como Villa Massa (limoncello italiano) y pacharán Zoco (líder del mercado). Actualmente, Grupo Zamora se mantiene como compañía totalmente familiar, en su tercera generación.
En Nochebuena, al salir de la Misa de Gallo, también era muy típico tomar a esas horas gélidas una copita de resolí, una bebida que luego se ha comercializado como típica de Cuenca, pero que se consume en muchas zonas de la península, especialmente en Andalucía, Galicia y Mallorca y Castilla La Mancha. Se trata de licor de café de una graduación de unos 17 grados, hecho con aguardiente, canela en rama, corteza de naranja y limón, azúcar y clavo. En Francia es conocido como rossolis y en Italia como rosolio. Podía ser casero o de alguna de las marcas de la provincia o región: Sr. Tomás, Mayordomo, De la abuela, Palo, Ortega, Mar Conde… A los niños se les daba un vasito de vino Sansón, Kina San Clemente o Santa Catalina.
En los años de postguerra los vinos para niños tuvieron mucha importancia en la farmacopea y estaban recomendados por los médicos que los consideraban como reconstituyentes, antianémicos y que daban fuerza y vigor. Muchos de estos productos, hoy impensables, aparecieron tras el boom de los vinos medicinales a finales del siglo XIX en todo el mundo y que eran especialmente famosos en Estados Unidos y en Francia.
A partir de 1954 desaparecieron de las farmacias españolas aunque se siguieron vendiendo hasta los años 70. Los más conocidos fueron los vinos quinados Santa Catalina y San Clemente, que vivieron su auge en los años 50 y 60. Estos vinos se siguen vendiendo, pero sin especificar a qué público van dirigidos.
La quina Santa catalina proviene de Vinos Genovevo García Alamo SL, fundada en Montiel (Ciudad Real) en 1870. En 1940 Genovevo García Álamo asume la dirección de la compañía, incorporando su nombre a la denominación de la misma. En la actualidad dispone de un centro de producción situado en Arganda del Rey (Madrid), donde además del vino quinado producen el vermú Hituelo y el vino moscatel Lágrimas del Jabalón.
La quina San Clemente es malagueña. En 1885, Salvador López López inicia con los vinos producidos en sus propios lagares la andadura de fundar unas bodegas para la producción, elaboración, crianza y comercialización de los vinos Málaga, entre ellos el vino quinado San Clemente. En 1896, se asocia su hermano Francisco López López y lanzan al mercado 3 marcas: Málaga Virgen, Sol de Málaga, y Trajinero.
Actualmente elaboran 34 los vinos que elaboran bajo las Denominaciones de Origen Málaga y Sierras de Málaga. Y siguen elaborando quina San Clemente aunque la empresa explica que hoy no se permite beber alcohol a menores de 18 años, aunque tengan una baja graduación como este, pero sigue siendo un vino dulce maravilloso, que ahora hace las delicias de los mayores.
El vino Sansón es castellano y a muchos niños se lo dieron con una yema de huevo dentro, con la esperanza de que se pusiesen fuertotes. Se trata de un vino con infusiones de plantas aromatizadas en el que se emplea una fórmula secreta trasmitida de generación en generación, por los Hijos de Antonio Barceló desde hace más de un siglo. El vino Sansón actualmente se vende bien en América Latina, especialmente en Venezuela, República Dominicana y Puerto Rico.
Hijos de Antonio Barceló se integra en 1986 en Bodegas y Viñedos Viña Mayor, bodega con sede en Quintanilla de Onésimo (Valladolid). En 2017 esta empresa es adquirida por el Grupo Bodegas Palacio 1894.
Continuará…
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