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Esos músicos a los que nunca verás bajar de los Pirineos

En Música 20 septiembre, 2017

Carlos Pérez de Ziriza

Carlos Pérez de Ziriza

PERFIL

El reciente deceso de Walter Becker, mitad de los exquisitos Steely Dan, activa las hemerotecas hasta volver a poner de relieve la irrelevancia que nuestro país encarna para determinadas leyendas de la música popular. No hay ni rastro del Dan de acero por España. No importa lo lejos que uno se remonte. Ni una mísera visita en más de cuarenta años de actividad e incontables giras por todo el mundo.

Su compadre, Donald Fagen, ha asegurado que el show debe continuar (ya hay ocho nuevas fechas norteamericanas para octubre, sin su concurso), pero la enigmática enseña de aquella satinada forma de entender el rock bajo modismos prestados del jazz seguirá sin pasar por aquí. Y sus fans hispanos seguirán lamentándolo, ad aeternum.

Debe haber una especie de invisible telón de acero. Como si el propio mercado quisiera dar la razón a aquel apolillado aserto: Europa empieza en los Pirineos. Hay toda una serie de músicos de referencia que nunca han pisado – ni seguramente pisen – España en ninguna de sus giras. Bandas capaces de convocar a cerca de ocho, nueve, diez mil personas en cualquier recinto francés, alemán, belga o italiano, y cuya rentabilidad en nuestro país se antoja casi quimérica. Suelen ser experimentados músicos de clientela más que adulta, manejando cachés que hacen inviable una apuesta de más que dudosa viabilidad económica en un territorio en el que –hay que asumirlo– nunca han gozado de un fervor ni mucho menos mayoritario. Ningún promotor quiere asumir una palmada de dimensiones colosales.

Otro ilustre alérgico a la piel de toro es Tom Petty. A lo largo de su carrera ha pasado repetidamente por Italia, Suecia, Alemania, Francia o Irlanda. El tour del cuarenta aniversario de la publicación de su álbum de debut, posiblemente el último que haga orientado a enormes recintos, vio cómo hace unos meses una auténtica peregrinación de fans españoles se desplazaban el pasado mes de julio hasta el Hyde Park londinense, conscientes de que no habrá otra ocasión de tener cerca al rubicundo e incombustible rockero de Florida. Uno de los momentos en los que se desató de forma más sonora el fervor del público fue cuando irrumpió Stevie Nicks sobre el escenario.

Juntos recuperaron aquella “Stop Draggin’ My Heart Around”, del lejanísimo Bella Donna (1981). Minutos antes, Nicks ya había actuado abordando los temas de sus Fleetwood Mac y algunas de las piezas de su también exitosa carrera en solitario. Precisamente Stevie Nicks y Fleetwood Mac son otro oscuro objeto de deseo por aquí, al menos para algunos centenares (¿miles?) de seguidores que nunca ha podido verles en España, pese a que su presencia en escenarios alemanes, belgas, irlandeses, franceses, italianos, polacos o escandinavos es relativamente frecuente.

Otro caso que se ajusta al canon propuesto es el de Kate Bush. Ni mucho menos clínico, y menos sangrante, por cuanto la británica apenas se prodigó sobre los escenarios en los 35 años que mediaron entre el The Tour of Life (1979) y la exuberante resurrección escénica de Before The Dawn (2014), que se limitó a sus 22 noches consecutivas en el Hammersmith Apollo de Londres.

Pero su perfil creativo también se ciñe a ese target que en nuestros lares no justifica la inversión de riesgo: un público más que talludo que aquí siempre tuvo, no nos engañemos, otros referentes. Ya fueran serratianos, sabinianos, stonianos, acedecianos o springsteenianos.

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