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«Misa de medianoche»: clasicismo del siglo XXI

En Cine y Series 10 noviembre, 2021

Javi Cózar

Javi Cózar

PERFIL

Misa de medianoche es la tercera miniserie que Mike Flanagan ha rodado para Netflix en un lapso de 3 años. Desde 2018, año del estreno de La maldición de Hill House, no ha abandonado la plataforma de streaming más que para rodar Doctor Sueño en 2019. Flanagan parece estar bastante cómodo dentro de Netflix: a La maldición de Bly Manor en 2020, de la que sólo dirigió el primer episodio, aunque es el creador y máximo responsable, y a esta Misa de medianoche en 2021, que sí ha sido dirigida completamente por él como también lo fue La maldición de Hill House, hay que sumarle ya The Fall of the House of Usher, que ahora mismo está filmando para la plataforma con vistas a un estreno en 2022, aunque en este caso parece que tampoco se hará cargo de todos los episodios.

En esta etapa febril de su carrera, en la que ha entregado nada menos que cinco películas y tres miniseries en un lapso de solo cinco años, parece que las necesidades del lenguaje audiovisual de Flanagan encuentran un mejor cauce en el terreno de la miniserie que en el de la película cinematográfica.

De hecho, Doctor Sueño es, con sus aciertos parciales y, sobre todo, con el (admirable) riesgo asumido al enfrentarse a la secuela de una película mayúscula como El resplandor, el menos atractivo de sus últimos trabajos. Flanagan parece haber hallado en el formato de miniserie la clave para potenciar las características de su manera de entender el fantástico.

Misa de medianoche

Lo cual no deja de constituir una curiosa paradoja, que es la que al final tensiona la obra netflixiana de Flanagan: su mirada entroncaría no tanto con la modernidad que se le presupone a un material producido por una plataforma de streaming, fenómeno cultural y sociológico propio del siglo XXI e inexistente en el siglo pasado, sino más bien con una opción retrospectiva, clásica si se quiere.

Muy al contrario de las coordenadas en las que suele moverse el género en la actualidad, Flanagan se deleita en los espacios, en los tiempos y en los personajes, otorgando a ambos un protagonismo incuestionable. Misa de medianoche, en este sentido, se toma su tiempo para describir físicamente la isla en la que acontece la historia: al espectador no le cabe ninguna duda del aspecto de sus calles, del puerto, de las casas y —muy importante esto— de los aparatos que las habitan, deliberadamente anticuados.

Algo similar ocurre con los tiempos y con los personajes. Quizás aquí se le va un poco la mano en algunas ocasiones, pero no seré yo quien levante la voz para destacarlo: esos monólogos disfrazados de diálogos claramente estirados, como los que protagonizan el padre Paul y Riley Flynn en la desangelada sala polivalente, o los que mantienen Riley y Erin tanto en la casa de esta última como en la secuencia de la barca, pondrán seguramente a prueba la paciencia de muchos usuarios de Netflix, que se lanzarán sobre el mando a distancia para acortar la agonía. Y sin embargo son momentos que, precisamente por su arquitectura obviamente desfasada (hoy ya nadie escribe diálogos tan largos), se disfrutan con una avidez que pocos productos audiovisuales en la actualidad son capaces de proporcionar. Mucho menos, un producto producido por una plataforma de streaming.

Flanagan opta por definir a sus personajes a través de la palabra, principalmente. Otra vez nadando contra corriente: el arte audiovisual mainstream se ha convertido hoy en día en mucho más “visual” que “audio”, casi en una lanzadera de imágenes que pretenden permanecer en la retina, no importa lo que cueste, no importa si se integran en la historia, no importa nada que no sea el impacto sobre el espectador.

Misa de medianoche

Es fascinante, pues, que Netflix le haya producido 4 miniseries a un director cuya caligrafía es más propia del cine del siglo XX que del cine del siglo XXI. No ya técnicamente, es que los temas y argumentos en los que Flanagan se ha fijado dentro de Netflix no pueden ser más clásicos: aunque se inspiran muy libremente, La maldición de Hill House adapta a Shirley Jackson, La maldición de Bly Manor a Henry James, y The Fall of the House of Usher a Edgar Allan Poe. Misa de medianoche, al contrario que estas tres miniseries, es un material original de Flanagan. Pero sus influencias, que son muy variadas y van desde la Kathryn Bigelow de Los viajeros de la noche hasta Stephen King y pasando por el Guillermo del Toro the The Strain, apuntan también en direcciones clásicas.

Organizado en episodios titulados como ciertas partes de La Biblia, la crítica evidente al fanatismo religioso es tan evidente en casi cada plano que no merece muchos comentarios. Flanagan tira de algunos recursos más o menos manidos para desarrollar esta reprobación, como la figura de Bev Keane, odiosa ayudante del sacerdote protagonista y catalizadora de una de las principales ideas que vertebra la miniserie: el Mal necesita de la mano humana para materializarse en este mundo.

Mucho más interesante (por inesperada) resulta la figura del padre Paul. A medio camino entre Moisés y el propio Jesucristo, el padre Paul es uno de los personajes más complejos y apasionantes que habita en el universo Flanagan: su arco emocional, que transita de la posesión demoniaca al proselitismo cristiano, acabando en el arrepentimiento y la redención, sintetiza el auténtico viaje que propone la serie, un viaje a la maldad que anida en el ser humano y que no ofrece más esperanza que la que puedan simbolizar los dos chavales con los que termina la miniserie: la pureza de la infancia, inmaculada aún, es el único resquicio en el que no anida el mal.

Así, con esta profundidad conceptual, Mike Flanagan articula su infernal versión de las sagradas escrituras, versión en la que, como hiciera el propio Stephen King en It, se atreve a proponer una deidad malvada que, lejos de procurar la salvación de la raza humana, persigue su extinción.

Misa de medianoche es una obra tan generosa en significados, tan coherente en sus referencias, y tan bien planteada en su progresión dramática, que no nos la merecemos. Especialmente cuando ha pasado totalmente desapercibida en la catarata de estrenos de Netflix al tener la mala suerte de coincidir con ese (penoso) fenómeno mundial del calamar.

Lo peor que le podría pasar al fantástico es que dejaran de darle dinero a gente como Mike Flanagan. No está el panorama, pues, como para ningunear productos tan excelsos como Misa de medianoche.

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