Hubo un tiempo en el que el rock, y el arte por extensión, era una religión, y la mística, la vanguardia y la denuncia confluían en el pequeño cuerpo de una guitarra eléctrica. En nuestra serie de rock esotérico, Move your soul, hemos mencionado varios manifiestos del espíritu que desvelaban profundos secretos. Destacaremos un par.
Ramases, nacido Kimberley Barrington Frost, era un instalador de aire acondicionado (previamente instructor deportivo en las fuerzas armadas británicas) convencido de ser la reencarnación del faraón egipcio Ramsés II. Existen discrepancias sobre cómo llegó a esta conclusión que, desde luego, amplió su visión del mundo… o fue resultado de “experimentos” que buscaban ampliarla. Hay quien sostiene que se lo encontró en las páginas de un libro; hay quien rumorea que el espíritu del faraón se le apareció en un viaje en coche. En cualquier caso, se palpa el giro de 180 grados de la conciencia en el texto que acompaña a su opera magna de 1971, el alucinado Space Hymns (no confundir con el guirigay meditativo de Lothar and the Hand People):
Mira a los cielos a través de un telescopio. Invierte el telescopio y tienes un microscopio a través del cual (si es suficientemente poderoso) verías casi la misma vista. (Electrones en órbita alrededor de sus estrellas.) “En la casa de mi padre hay muchas moradas”. (La Biblia.)
Ramases con su diosa Selket (Dorothy Laflin)
Estamos con toda probabilidad existiendo en una molécula dentro del material de, quizás, una cosa viva del siguiente tamaño.
La forma de nave espacial de las iglesiasprobablemente se remonta a la visita de Moisés para hablar a Dios en la montaña y lo que vio allí.
Tales fueron los años dorados del mesiánico Ramases, a quien la dificultad de influir en la sociedad de su tiempo convirtió en un personaje trágico, que terminó quitándose la vida. Pasarían muchos años antes de que su canción ecologista “Life Child” sonara en la COP26 de Glasgow (2021).
Más calmado, y más capacitado quizá para lidiar con el fracaso acechante, se nos presenta el místico Wilburn Burchette. El estadounidense era explícito en cuanto al potencial terapéutico de su música. En álbumes como The Seven Gates Of Transcendental Consciousness (1972) facturaba una suerte de ambient a la guitarra, más destacable quizás en sus virtudes invisibles:
Ahora USTED puede experimentar la conciencia trascendental sin pasar diez años en un monasterio tibetano […] Esta es una experiencia que puede recrear una y otra vez en la privacidad de su habitación: una experiencia que una vez fue la propiedad exclusiva del místico consumado. Ahora, usted también puede compartir el estado de mente indescriptible que ha sido el objetivo de buscadores de todas las tierras desde el principio de los tiempos. Ganará la serenidad de la mente y recibirá su propia medida de iluminación mientras finalmente rompe las ataduras, restricciones e inhibiciones que siglos de miedo, confusión y orgullo han infligido en la mente consciente de nuestras modernas civilizaciones. Wilburn Burchette le da las siete llaves: es usted el que debe abrir las puertas.
Master Wilburn Burchette.
Burchette afirmaba facturar una música procedente de Misterios Antiguos, que quizá lo eran demasiado para estos tiempos de modernez. Tras varios álbumes decidió, en lugar de destruirse a sí mismo, destruir los recuerdos de su pasado musical y dedicarse a otra actividad que no ha trascendido. Todo aquello fue “quemado y/o enviado al vertedero”, movimiento enigmático frente a la incipiente ola de música new age a la que se adelantaba por muy poco. Pero quizá mejor así, pues la identificación del autor con su obra parecía peligrosamente intensa, en esos años musicales:
[Este disco] ha sido creado por Wilburn Burchette desde sus propias ideas originales. La música fue escrita, interpretada y producida por Mr. Burchette. No sólo creó Burchette el concepto, sino que combinó lo creativo con lo práctico diseñando y construyendo la IMPRO GUITAR única en la que se reproduce la música y [el equipo electrónico] que construyó y manejó él mismo. […] LAS SIETE PUERTAS DE LA CONCIENCIA TRASCENDENTAL es ciertamente una Producción de Wilburn Burchette.
Pues la mejor forma de lidiar con el fracaso es no tomarse a uno mismo demasiado en serio (también la mejor forma de lidiar con el éxito). En España tuvimos a Akelarre Sorta, ese extraño proyecto de funk entreverado en el cancionero del País Vasco. El folclore de esa región rebosante de personalidad adaptado “al frenético ritmo actual”, bajo la supervisión del mississippiano William S. Fischer. Para muchos, no había por dónde cogerlo… Las notas del álbum sabían que lo mejor era adornar la bailonga propuesta con embrujos y ungüentos, que recuerdan a posteriores parrafadas sobre la “España Mágica”:
Satanólogos, brujólogos, especialistas en diversas formas de palingenesia, talmudistas de fama, y otros estudiosos en Sorgiñología, están de acuerdo en afirmar la identidad entre ambiente y música en los viejos akelarres. Quemadas algunas de nuestras brujas por la Inquisición romana, las demás se refugiaron en sus habitáculos subterráneos.
Un fantástico mundo se formó entonces. Sorgiñas y brujos vascos perseguidos por los hisopazos de Pierre de Lancre, aliado con un viejo gnomo judío —que se decía primo de Spinoza—, contactaron con los espíritus subterrestres de algunos negros, cimarrones escapados de las brutales razzias que nuestros antepasados europeos, en nombre de la civilización, realizaban por África.
[…]
El “grimorio”.
¡Por algo la reacción hablaba de contubernios y de fuerzas ocultas!
Hoy no nos cabe duda de que la música psicodélica es sumamente propicia a los viejos trasgos y que…
Bueno, oigan Vds. el disco. Y por favor, no carguen en nuestra cuenta los posibles defectos. A última hora, la pobre María Zozaya, bruja vascónica quemada en el siglo XVIII, pero rediviva el año 1968 gracias a las últimas técnicas palingenésicas de Mr. Lovecraft enimschol-kai-takos… —y no decimos más por si a alguien se le ocurre resucitar al general Espartero—, escapó, abandonando el proyecto, ante las noticias, ciertamente escalofriantes, que llegaban a su subterránea morada sobre cierto crítico local, no sabemos si donostiarra o sansebastianense. Y es que, con palingenesia o sin ella, también las brujas llegan a la menopausia.
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