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Manifiestos de libreto: los únicos

En Música martes, 23 de mayo de 2023

Óscar Carrera

Óscar Carrera

PERFIL

Era octubre de 1973 y Luis Alberto Spinetta presentaba su segundo disco en solitario, Artaud, en el Teatro Astral de Buenos Aires. Un álbum que ha pasado a la historia como una minirrevolución en el seno del rock argentino, aunque pocos recuerdan cuán combativa fue… Para empezar, los asistentes al teatro recibieron copias de un texto sulfúrico con el nombre ROCK: MÚSICA DURA. LA SUICIDADA POR LA SOCIEDAD. El título hacía referencia a un ensayo del propio Antonin Artaud, a quien dedicaba el disco, y quien describía a Vincent van Gogh como “El suicidado por la sociedad”. Después de una etapa más bluesera con la banda Pescado Rabioso, Spinetta sondeaba ahora las fronteras de un rock, a su juicio, suicidado, perdiendo fuelle emancipatorio. El manifiesto en manos del público no dejaba títere con cabeza:

DENUNCIO

SIN EL LÍMITE DE LA DENUNCIA

A LO QUE NO RECIBE DENUNCIA

A LO QUE LA DENUNCIA TRASPASA

A ALGO PEOR QUE LA DENUNCIA.

Denuncio a los representantes y productores en general, y los merodeadores de éstos sin excepción, por indefinición ideológica y especulación comercial.

Ya que estos no se diferencian de los patrones de empresa que resultan explotadores de sus obreros. O sea, por ser los engranajes de un pensamiento de liberación a quienes no les interesa que toda la pieza se mueva, dado que al producirse el más mínimo movimiento, serían los primeros en auto reprimirse y dejarían por tanto de participar en la cosa.

Denuncio a ciertas agrupaciones musicales que se alimentan con esas mentalidades no libres, a pesar de contar con el apoyo del público de mente libre.

Denuncio a otros grupos musicales por repetitivos y parasitarios, por atentar contra la música amplia y desprejuiciada, estableciendo mitos con imágenes calcadas de otras músicas que son tan importantes como las que ellos no se atreven a crear ni sentir.

Al final, en un instante de hiriente lucidez, el gatillo da un giro de ciento ochenta grados. Spinetta, que huele a leguas el hierro de unas cadenas, localiza en sí mismo retales de la opresión que lo impregna todo:

Denuncio a los participantes de toda forma de represión por represores y a la represión en sí por atañer a la destrucción de la especie. Denuncio finalmente a mi yo enfermo por impedir que mi centro de energía esencial domine este lenguaje al punto que provoque una total transformación en mí y en quien se acerque a esto.

El rock, música dura, cambia y se modifica, en un instinto de transformación.

Tal desastre era, según Luis Alberto, la situación cultural de la Argentina de los setenta; ese descampado que algunos ingenuos recuerdan hoy como un vergel…

No era Spinetta el único que describía la escena musical de principios de los setenta como una cuesta abajo sin frenos… Steely Dan hacían una música también inclasificable, una suerte de jazz pop en creciente progresión. Pisaban ya fuerte en su debut, Can’t Buy a Thrill (1972), donde lograron sorprender desde la radiofonía. No contento con la feliz fórmula, el libreto del álbum presentaba a los miembros de la banda, mencionaba a la ilustre ‘Ultimate Spinachy culminaba echando tierra a todos los contemporáneos:

Así pisa con fuerza el titánico STEELY DAN, proyectando una larga sombra sobre el erial del rock contemporáneo, aspirando a verter su semilla en terreno baldío, y a la vez, luchando por dar sentido a los desechos flotantes de su ecléctico patrimonio musical. Con un sólido primer álbum bajo el cinturón, y con una reputación en expansión como dinámico grupo de directo, parecería que el sitio de DAN en la escena musical americana está asegurado.

Dan Steele. Outré Danièl. STEELY DAN.

Está creciendo.

Todo ello en 1972. Año que, para algunos, podría abarcar él solo una lista de los mejores discos de todos los tiempos.

Tanto Spinetta como Steely Dan facturaban una “vanguardia” roquera que gozaba de éxito crítico o comercial. No sucedió así con los estadounidenses The Red Crayola, que a finales de los sesenta ofendían incluso a los puristas de la psicodelia. La discográfica International Artists se entusiasmó con el éxito de los 13th Floor Elevators y se dispuso a contratar a cualquier otro tejano con un proyecto lisérgico. No sabían dónde se estaban metiendo cuando ficharon a la banda de Mayo Thompson, futuro productor de los primeros Cabaret Voltaire e integrante de Pere Ubu. El debut de los chicos, Parable of Arable Land (1967), era uno de esos navíos que partían de la psicodelia en busca de lo aún más desconocido. En su caso, alternando canciones minimalistas con sesiones cacofónicas a cargo de una sub-banda apodada The Familiar Ugly (“Los Feos Familiares”) y formada por hasta cincuenta amigos con escaso entrenamiento o voluntad musical. Seguramente la razón por la que en un concierto les pagaron por dejar de actuar… Vesánica algarabía calificada de “Free Form Freak-Out”, que a veces supera en duración a las canciones, o se introduce en ellas. Las notas del libreto incluían apreciaciones de los miembros de la banda:

El silencio es la ideología conceptual en la que se publica el sonido. La música tiene que ver con la publicación de elecciones relevantes para la producción. Este LP evidencia una serie de elecciones tomadas por el grupo durante los últimos ocho meses, ya se han tomado nuevas elecciones, esto es un récord (RICK).

En lugar de ver las perforaciones de un rollo de pianola como áreas declaradas que permiten la producción del sonido, considera el rollo en sí como un proceso que acepta las determinaciones que acompañan a la audición […]. No hay, pues, agentes no participantes. La libertad del sentimiento, distinta del propósito, afirma el proceso musical (STEVE).

Las definiciones limitadas definen el límite y uno sólo puede ir hasta ese punto……… Allá vamos (MAYO).

¡Ay, la sofisticación! Fieles a este espíritu, los Red Crayola (después, Krayola) llenaron su segunda placa de pruebas de sonido con nombres de instrumentos musicales y 35 temas de un segundo. El excesivo Coconut Hotel (1967) fue archivado en un cajón discográfico y sólo vio la luz tres décadas más tarde. Una víctima más del establishment musical que cinco años después denunciaba Spinetta. Que había un alto muro lo sabemos por todos los que intentaron (y, a veces, consiguieron) saltarlo. ¡Pero cuántos lo intentaban! Hoy, o bien el muro ha seguido creciendo… o bien se nos extravió la pértiga.

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