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«Makanai: la cocinera de las maiko», comer y amar

En Cine y Series, Serial Watcher 27 julio, 2023

Eva Peydró

Eva Peydró

PERFIL

En la serie Makanai: la cocinera de las maiko, Hirokazu Koreeda adapta para Netflix el manga bestseller de Aiko Koyama que muestra el día a día de las aspirantes a maiko (aprendiz) y geiko (geisha) en el distrito Gion de Kyoto. Los nueve episodios despliegan las vivencias de un grupo de adolescentes a lo largo de un año, introduciéndonos en la historia de la mano de Kiyo (Mori Nana) y Sumire (Natsuki Deguchi), que se convertirá en Momohana cuando llegué a ser maiko).

En el primer episodio, ambas abandonan la ciudad de Aomori para vivir su sueño a los dieciséis años, Sumire tiene un talento natural que encaja con la elegancia de su nuevo trabajo, mientras que Kiyo, patosa y poco dotada para tan delicado arte, acaba encontrando su pasión en la cocina. Sin juzgar ni discriminar, la película resalta el valor de la vocación sin jerarquías y el servicio que con ella se presta a los demás. La pareja de amigas, cuya complicidad y apoyo mutuo se evidencia episodio a episodio, en cada estación del año, encuentrando la felicidad en un nuevo hogar. Ambas forman un binomio que conjuga estoicismo y una pizca de excentricidad, como describe Momoko, la geiko ideal.

Makanai: la cocinera de las maiko

A diferencia de algunas de las mejores películas de Koreeda, ni el drama se cuece lentamente, ni el dardo se afila a lo largo del metraje, porque directamente no los hay, y no esperemos ver los rincones más oscuros de la institución familiar en cualquiera de sus formatos. Por ejemplo, en Makanai las aprendizas no pagan un trágico precio como renuncia para seguir su vocación, y por otra parte, el choque generacional, se limita a un roce, mientras el rencor o la incomprensión entre madres (o padres) e hijas se diluye en amor.

La yakata será el nuevo hogar de Kiyo y Sumire, una casa de muñecas de tres pisos, en la que vivirán al cuidado de dos madres compartiendo sus días con varias hermanas como en un internado, del que saldrán para acudir a sus clases, tomar una hamburguesa en su tiempo libre o visitar a sus familias en vacaciones. La casa será el centro de las experiencias, los niveles de intimidad irán ascendiendo desde la planta baja donde se encuentra el hogar —en sentido literal, la cocina de la que emana todo el afecto que Kiyo es capaz de canalizar a través de sus exquisitos y sencillos platos—, hasta el balcón en el tejado, donde tienen lugar las conversaciones tête à tête o los contemplativos momentos de soledad o concentración. El espacio se convierte en un terreno emocional, donde las maiko, geiko, y los personajes que las circundan van poco a poco creando una atmósfera acogedora y benéfica, empapando cada capítulo con la suficiente mesura para que no nos distancie a base de ñoñería, más bien al contrario, nos atrae y nos hace sentir que es un lugar donde nos sentimos bien, donde nos gusta estar, habitando de alguna manera esos exiguos espacios, invisibles y desapercibidos para los demás.

Makanai: la cocinera de las maiko

La serie está dirigida y escrita por Koreeda junto a un equipo propio formado por Megumi Tsuno, Hiroshi Okuyama y Takuma Sato, donde el ganador de la Palma de oro con Un asunto de familia (Shoplifters, 2018) condensa su mirada compasiva y su humanismo, acompañado por una estupenda banda sonora de Yôko Kanno («Maiko of The Living Dead» es una delicia). Las elecciones estilísticas son delicadas y meditadas, sobre todo a la hora de elegir donde sitúa la cámara. Los planos cenitales que destacan la coralidad y el valor del grupo reunido a la hora de comer, y esos otros en los que parece no querer intervenir y detenerse en el umbral, mientras las muchachas ensayan una charada de carnaval, por ejemplo, son una afirmación de principios, una elección moral. Makanai no es un película para turistas ni un documental. Es lo opuesto a Memorias de una geisha, aquí las jóvenes no son vendidas, sino que acuden libremente al acabar el instituto, con el permiso de sus padres, a formarse para tener una profesión artística tradicional. Las aprendizas no pueden tener móvil, pero ven películas.

La historia, las tradiciones, los roles que orbitan en este microcosmos no se nos explican ni se nos ilustra, y es de agradecer que tengamos la sensación de observar sin ser vistos, a riesgo de no comprender, porque de otro modo nos sentiríamos turistas en un tour, invadiendo la intimidad y la cotidianidad de sus protagonistas. En Makanai no hay morbo ni exotismo barato, hay simples historias de seres humanos unidos en un destino, que desempeñan diferentes papeles en un mundo a su medida, donde encuentran lo más parecido a la felicidad. Así encontramos a las dos madres que regentan la yakata, una de ellas (Azusa) madre literal de una adolescente (Ryoko) que es el verso suelto en la casa; la hermosa y ultra perfecta Momoko (Ai Hashimoto), que vive en su propio y moderno apartamento, donde fascinada por los zombies, juega a la playstation, y va a la filmoteca con su novio arquitecto a ver La noche de los muertos vivientes; el barman sobrio y solícito, que siempre recurre al cóctel más adecuado para su cliente (interpretado por el excelente Lily Franky, que encarnó al padre en Shoplifters), tras la barra del minúsculo bar adosado a la casa de las maiko, viendo el mundo desde otra perspectiva; el profesor de Arquitectura enamorado de Azusa; los otokoshi, encargados de vestir a las maiko con los kimonos, que son los únicos extraños admitidos en la casa, el padre distante de Ryoko… los dramas son cotidianos, se revelan y van adquiriendo importancia a lo largo de los nueve capítulos, pero cuando echamos la vista atrás, nuestra mente nos trae la imagen de las adolescentes comiendo y charlando, bromeando y rebosando amor. En Makanai no hay lugar para las emociones tóxicas ni para los antagonismos, incluso el personaje de la geiko más rebelde es una pícara pizpireta bienintencionada.

Las escenas de las clases son escasas y justas, no hay un preciosismo en fotografiar sus movimientos o sus mai (danzas). Justamente, en el último capítulo es donde más se pone en valor esta elección del guion —a diferencia de lo que acostumbran otras series de narrativa más tradicional o efectista— obsequiándonos con una elipsis perfecta, que nos sitúa donde debemos estar, esperando. La intimidad mostrada con el respeto debido a sus personajes, ternura, acompañamiento, tolerancia, imbuyen la serie con sus pequeños gestos, los rayos del sol en la mesa del desayuno, los delicados platos de Kiyo…, un proceso que comienza con la aventura de la compra diaria, llena de descubrimientos, de personajes característicos expertos en lo que venden, mientras Kiyo mentalmente crea asociaciones entre los alimentos, las emociones, los recuerdos y las personas.

El amor por los alimentos y por los comensales crea una burbuja de felicidad donde flotan quienes viven haciendo y quienes viven comiendo, y la correlación de recetas y emociones fluye con  una naturalidad inversamente proporcional a esas vacuas películas de foodxplotation, donde los manjares son solo reflejo de la petulancia de quien los prepara. A lo largo de la serie oiremos varias veces «normal» con un matiz siempre positivo. Simbólicamente, el reto de Kiyo será elaborar platos que reúnan esa condición, considerando las mil variantes regionales de cada receta de la cocina japonesa, porque lo que conseguirá será satisfacer todos los paladares de la casa, estimulando sus recuerdos, calmando malestares, celebrando, y aportando su propia bondad.

Makanai: la cocinera de las maiko

La cuestión del feminismo, el atavismo y la tradición, los anacronismos o los obstáculos para compaginar una vida moderna en un mundo encapsulado y anclado en el pasado, con roles inamovibles, no son planteados ni resueltos en Makanai, no se insinúa nada, más allá de lo que se nos muestra, no conocemos la estructura del negocio ni las condiciones de su labor. Seremos los espectadores turistas quienes nos preguntaremos si formar casi niñas para que se dediquen a actuar para hombres interpretando danzas, música o canto tradicional es discriminatorio o denigrante, si a día de hoy están protegidas laboralmente y si es permisible que tengan que abandonar sus carreras si están casadas. Las maiko de la serie se divierten como Mujercitas, se apoyan como Nuestra hermana pequeña y descubren que los andares de los muertos vivientes ya los coreografiaron antes los actores del teatro nō, deslizándose sobre sus pies, recordando sus vidas pasadas.

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