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Cultura

Magistral: conversación con Rubén Martín Giráldez

En Entrevistas, Hermosos y malditas, Cultura 20 septiembre, 2016

Jesús García Cívico

Jesús García Cívico

PERFIL

Magistral (Jekyll & Jill, 2016) hace mella irreversible en la cabeza, pero para compensar obsequia al lector con otro estómago. Un buche nuevo incapaz de tragar ya con la indolencia y los refritos de un idioma resobado.

Esta sección de EL HYPE parafrasea un título muy conocido de un novelista norteamericano. «Hermosos y malditas» comenzó con un anhelo cartográfico, quisimos situarnos (emocional, política, estéticamente) al este de Fitzgerald: pateras que reman contra la corriente, fiestas, personalidades resultantes de una poética de la voluntad, Keats dándole a la sinhueso en un after del medio-oeste… a su lado, Bajo el volcán nos resultaba más fría que un porno alemán. Aquí hemos conversado con pensadores, políticos y hasta con directores de museos de arte moderno, pero no con un escritor al que, encima, las cosas le van bien: Rubén Martín Giráldez, elección Magistral para empezar.

"Magistral", Rubén Martín Giráldez

Jesús García Cívico (J.G.C.): Rubén, me gusta mucho la interpelación de Magistral, una intimación de la que ninguno escapamos. Hay esperanza en el neologismo, pero también en la elipsis, esto es, en tu última obra se dan cosas por sabidas y a eso le llamo yo tratar al lector de usted a usted. ¿Eres más limpio por lo que limpias o por lo que dejas de ensuciar?

Rubén Martín Giráldez (R.M.G.): Ah, es que el antimodelo por antonomasia lo tengo en casa, en mi silla, pegado en el reverso de la piel de los glúteos. El señalamiento despiadado de defectos es el pan negro de cada día, pero a mí el proceso de encontrar insultos o fórmulas que salven algo nuevo o antañón para el vocabulario funciona mucho mejor si me uso como blanco. Es decir: la mayoría de taras desgranadas en Magistral son las mías, las que me supongo, las que temo, las que pienso que desde fuera se pueden inferir de mí, las que asumo y las que me resisto a asumir, las que rotunda y ridículamente me digo que no tengo. Éste es uno de los aspectos en los que pienso cuando he comentado alguna vez que ando metido en una autobiografía a largo plazo (esto a lo mejor ahora queda redondeado por la posibilidad de responder a entrevistas como la tuya, algo que sólo podía fabular antes de que me publicasen).

J.G.C.: Al escritor español de hoy no hay por dónde empezar a matarlo: más allá del (bienvenido) afán de renovación formal y las cuestiones extra-literarias que rodean la publicación de libros, dada tu juventud, no nos es posible desatender la acepción más analítica (freudiana) de ese crimen. ¿Es Magistral también un parricidio (literario, por supuesto)?

R.M.G.: Pues la verdad es que creo que tanto el narrador como yo somos bastante respetuosos con los padres; igual él los ve más como una serie de títeres con cabeza, pero parece que su guerra de indiferencia es contra sus coetáneos. El narrador hace un uso aniquilador de la generalización porque no quiere amigos en sus filas, no quiere filas, vamos; y el autor necesitaba despejar de amigos el terreno a medida que lo abría (¡qué presuntuoso por mi parte, abrir!, ya me entiendes). El relato asimila probadores de venenos (lectores) a enemigos, bardólatras a una literaria hinchada, y no lectores a amigos. Sólo alguien que no haya leído Magistral puede mirar con buenos ojos y sin recelo la novela o a su autor, es el precio a pagar por la publicación. Yo lo pago porque no me queda otra para que la novela cobre sentido y el narrador lo paga porque está encantadísimo de aplastar con su vanidad injustificable la opinión, toda clase de opinión. Bien mirado, una de las lecturas de este sermón narrato (volodinesco, o ya me gustaría a mí) es un ataque a la opinión que difiere de la de uno mismo. La voz de este libro no padece la ansiedad de las influencias, por lo visto.

"Notable american women", Ben Marcus

J.G.C.: Una más sobre la necesidad de matar a los padres (a los referentes, vamos): en el envés del crimen reside la posibilidad de la creación. Una de las mejores prosas alemanas del siglo XIX, Nietzsche, no sólo nos picó a ser capaces de crearnos nuestro propio valor (darnos «tablas nuevas») sino que urgía a… empujar lo que ya cae:

«[…] ¿Soy yo cruel por ventura? Más yo os digo: ¡Preciso es todavía empujar a lo que cae! Todo lo que hoy pertenece cae y se descompone: ¿quién, por tanto, querría retenerlo? Pero yo… ¡yo todavía quiero empujarlo! ¿Conocéis la voluptuosidad de precipitar las peñas en las profundidades cortadas a pico?… ¡Mirad cómo ruedan a mis profundidades estos hombres de hoy! ¡Oh hermanos míos, yo soy un preludio, un ejemplo para mejores jugadores!».

Escucho un eco afín a Zaratustra en el narrador de Magistral, ¿crees que él se reconocería en el párrafo anterior? Por otro, lado, con Menos joven y con las páginas que le has dedicado al ensayo y otros géneros donde la bola se precipita por la tronera de la sesera, ya se veía que tú juegas bastante bien. ¿Escribes realmente para otros o para ti?

R.M.G.: Seguramente el narrador se reconocería en muchos párrafos de Nietzsche (y no le gusta poco que lo ausculten!), otra cosa es que tenga la capacidad de confesarlo, porque en Magistral la categoría de la humildad ha sido deliberadamente extirpada salvo por la pequeña debacle moral que provoca Marcus.

Escribir sólo para mí me parecería aborrecible. No me atrae lo críptico per se, lo que sí hay es un componente de aprendizaje en público —¿sólo podemos hablar de lo que conocemos?; si lo que no conocemos se deja escribir, ¿no lo conocemos en cierto grado, no está dejándose conocer de esa manera?— que, de nuevo, relaciono con la autobiografía, de modo que la interpelación también va dirigida a mí (quien haya terminado de leer la novela lo sabe). Sería injusto no someterme al rapapolvo al que someto al lector.

Magistral es una novela con el frenillo roto, pero quiero pensar que se lo ha roto blandiéndose más que masturbándose (cosa que tampoco la dispensa de sus pecados de comisión).

bouche-de-lenfer-livre-dheures-de-catherine-de-clves_1440

J.G.C.: En relación con esto, el título de aquella obra continuaba así: Un libro para todos y para nadie. Si Magistral es magistral se debe mucho a una astucia de tu talento: el libro está destinado a Nadie, pero en el sentido en que Nadie fue el nombre con el que Ulises engañó a Polifemo. Esto es, Magistral funciona muy bien por tu competencia, pero una serie de aciertos de edición extraordinarios caen del lado de Jekyll & Jill. Al final parece que te ha leído mucha gente, ¿te dejaron escribir para Nadie?, ¿ha sido Magistral una de esas aventuras en las que lo importante (y tres cuartos de lo mismo sucedía con la Odisea) no es el final sino el mismo viajar?

R.M.G.: Gracias, primero, por una valoración tan generosa, Jesús. Al hilo del remate de tu pregunta: para mi desgracia, quizás, empiezo a convencerme peligrosamente de que el lenguaje sólo se preocupa de sí mismo, como decía Novalis en su «Monólogo», es decir, que importa menos lo que el autor quiere o tiene que contar que lo que el lenguaje (el lenguaje caprichoso, dice el poeta) habla a través de él.

Sobre Nadie: la dedicatoria de la novela There Is No Year, de Blake Butler (que me interesa), reza: For no one; la dedicatoria de La casa de hojas de Danielewski (que me interesa menos): This is not for you. A mí no me gustan demasiado los epígrafes y los textos de recibimiento, pero me siento más cerca del que sonó tantas veces en el Saturday Night Live: I’m Chevy Chase and you’re not.

Lo importante, va dicho, era el fin. O es el fin. Que el libro sea leído mucho y durante mucho tiempo, que las máscaras éstas de papel maché que llevamos se las pueda hacer el editor con papel moneda y si no quiere máscara, que haga nuevos y más fieros libros (como me consta que sigue haciendo mientras hablamos). Sin la actitud de Jekyll & Jill no habría Magistral. El planteamiento inicial de la novela fue posible porque prácticamente lo único que no me deja hacer Víctor Gomollón es incluir una hoja rota como final del libro (alguien tiene que poner el sentido común y saber lo que se puede y conviene hacer y lo que no). El significado de la novela en la primera versión era distinto, incluso, el sentido definitivo lo alcanzó gracias a la maquetación de Jekyll. Una vez maquetado, prácticamente la reescribí. A esto hay que añadir la cubierta, que para mí es tan importante como el interior del libro.

J.G.C.: Rubén, solemos probar muchos venenos y hemos disfrutado con tu libro, aquí estimamos sin ambages a aquellos que le pisan la cabeza a la apatía. Al fin y al cabo, viajamos por el universo en una esfera de piedra y playa a más de 108.000 km por hora dando vueltas alrededor del sol. Sin embargo, ya antes de la crisis financiera era posible ver a mucha gente acodada en la barra de los bares o fuera de ellos dándole al cigarrito caladas de una desgana infinita. Me da la impresión de que tu embate meta-literario pero, sobre todo, metalingüístico apunta menos a la estupidez que a la dejadez, ¿es así?

R.M.G.: Sí, y principalmente porque no estoy libre de ser estupidísimo y, en cambio, me defendería bastante de la acusación de gandulería o de falta de esmero (me muero de ganas de decir aquí ambición, que para mí tiene que ver con diligencia, con responsabilidad para con el lector, que es con quien estoy dialogando por medio de una voz ficticia… Mi otra editora, la de casa, Inga Pellisa, suele decir que la calidad de uno va pareja con la calidad del interlocutor con el que se pasa el día dialogando mentalmente. Si yo elijo conversar mentalmente con alguien que considero inferior y no superior a mí, poca dignidad puedo confesarme).

J.G.C.: Uno de los primeros autores de los que uno leyó todo fue H. P. Lovecraft. Recuerdo las ediciones en Alianza con las estupendas cubiertas de Daniel Gil. Nos gustaba más que Felisberto Hernández o Arnold Schowb, ah, qué recuerdos… ¿a qué venía esto, por amor de Cthulhu? Ah, sí, a que creo que muchas de las tempranas simpatías que despertó en nosotros Magistral podrían estar ocultamente relacionadas con su aire macabro y numinoso tan semejante a los registros abismales de aquel escritor genial o quizás con el hecho de que, al fin y al cabo Magistral resulta temática y vitalmente análoga al Re-animator. ¿Eres consciente de alguna influencia inadvertida más del calado de aquel trío de la muerte norteamericano: Bierce, Poe y Lovecraft que del Bufalino de La perorata del apestado, por ejemplo?

R.M.G.: Soy mucho más del Re-Animator de Stuart Gordon que de Lovecraft, aunque a posteriori he visto que algo caló, en —creo que me lo comentaba el escritor Dani Miñano, de Colectivo Juan de Madre— el desbordamiento de la copa (en mi caso, de ira) a fuerza de adjetivos, por la vía del horror pleni. El tono de Bierce siempre me ha gustado, pero desde luego los autores que me han dejado tocado para toda la vida son los de la vena de Bufalino o los bufones cabroncetes de Giorgio Manganelli, la poesía burlesca española, la querella Góngora-Quevedo, los fabliaux, los intervinientes en las ceremonias corporales del marqués de Sade, el Jacques el Fatalista de Diderot, la ficción y el ensayo de Angela Carter, Voltaire, Rabelais, Villon, los cantos fálicos, las anacreónticas… Tengo una memoria tan mala que todo esto no aparece en forma de erudición a la hora de escribir, sino más bien como un reguero de sabañones verbales.

"Stanczyk", Mikhail Vrubel

J.G.C.: No parece que tu libro haya sido escrito a vuelapluma, precisamente. Algunos hemos reflexionado en vano sobre el efecto del procesador de texto Word en la escritura. ¿Regresas al texto una y otra vez, esto es, te afectó aquella gotera a la que se refería Paul Valéry en el recibidor de El cementerio marino: Había contraído yo ese mal, ese gusto perverso por la reasunción indefinida y esa complacencia por el estado reversible de las obras.

R.M.G.: Pues, dentro de lo que cabe, se escribió con cierta urgencia. Valéry es otro de los autores que, ya casi sin darme cuenta (porque hace una década que no lo leo, se acerca el momento de reemprender la tarea), tengo en mente todo el tiempo. Pero sigo vacilando en ese punto que indicas… Me atrae muchísimo la revisitación continuada y engorde de una obra, al estilo de El preludio de Wordsworth (estoy extrañado, he citado a dos románticos en un mismo día), pero tengo, al mismo tiempo, la idea de que la clase de novela que yo quiero hacer pide una cuidadosa fuerza bruta y pierde si se la manipula y pule como un diamantillo excremencial (otra de las constantes que debo a Inga Pellisa). Sin embargo, sospecho que Menos joven podría crecer no sólo en extensión si me pusiese a reescribirla cada dos o tres años, publicándola cada vez (a diferencia de Wordsworth). Con Magistral, no sucede esto; el bocajarro de Magistral es honesto, creo, porque es inmediato, fruto de varios miles de horas, una decena de decisiones placenterísimas, la ayuda de quienes leyeron el manuscrito antes de tomar otras tantas decisiones placenterísimas y poco más.

Rubén Martín Giráldez 

J.G.C.: Mi profesión más específica tiene que ver con la filosofía, y me gustaría terminar por aquí. Después de leer tus libros uno queda literariamente instalado en un estadio estético más crítico, por hablar como Kierkegaard, pero también mastica mejor: ¿será tu futuro el de un bon vivant del nuevo lenguaje o el de un inclemente de la nueva carne, por decirlo con Cronenberg?

R.M.G.: Mira, pues una posible imagen de cubierta para la novela era la xilografía de la boca que hizo André Derain para la edición de Pantagruel. Todavía tengo una fotocopia en blanco y negro pegada en la pared detrás del ordenador con el título Magistral mal puesto encima con celo.

Yo lo que quiero es aprender, no quiero ni torturar ni hacer pedagogía —otra forma de tortura, casi como la de los cenobitas de Hellraiser—, pero creo que Magistral es más constructiva que destructiva, y así me veo yo, riéndome de los bracitos en jarra del reaccionariado (que luego no se ha pronunciado con Magistral, he de reconocer) y de los cachetes condescendientes de aquéllos a quienes no debemos representarnos como Los Viejos (la Ranciedad se limitará a dictaminar su «apunta maneras, esperemos con la gorra calada y el reclamo para patos pegado en el labio inferior» si es que decide ser benévola y se ha levantado esa mañana sin gases (como si nos preocupara)), sino como los Nuevos Viejos, que subrayarán que esta o aquella obra reciente está ya mil veces escrita (cada mil locos con sus mil temas, oye). No hay mayor placer que no pertenecer a grupo alguno y aprender de todos, hasta de los malos, que saben más por malos que por brillantes.

Magistral

 

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