¿Todo lo que tengo derecho a hacer es justo? fue la pregunta de la prueba de Filosofía (quizás las más prestigiosa) del Bac, (Baccalauréat) equivalente a nuestra prueba de selectividad, que se celebró estos días en Francia. Se trata de una cuestión de interés nacional para un país todavía modélico en muchos aspectos que sitúa la filosofía muy pronto, y para siempre, en el corazón de la educación pública.
Más allá del deseo fugaz de ser francés, la cuestión, o quizás el eco de la cuestión, ha movilizado de repente en mí algunas inquietudes y he pasado la noche más tórrida del verano haciendo el selectivo otra vez. Antes del amanecer había caído en 5 tipos de respuestas; luego con la primera ducha del día todas mis convicciones se han desvanecido.
La respuesta del especialista: Una cosa es el sistema de legalidad y otra el sistema de moralidad. Sí, de Miguel Reale a Norberto Bobbio, la teoría y la filosofía del derecho distingue con distintos acentos e intenciones, 3 grandes dimensiones: (1) formal o normativa, (2) social o real y (3) axiológica o valorativa. El derecho es norma, es hecho y es justicia (valor). Son predicados conectados, pero pueden darse de forma independiente.
Una norma puede estar vigente pero ser injusta. Una norma puede cumplir todos los requisitos formales para existir, pero a lo mejor no se cumple, o no se aplica, o no se conoce. Una norma puede ser eficaz y no ser justa. O puede pasar que las personas sigan dirigiendo sus conductas de acuerdo con ella, mucho tiempo después de ser derogada (de no existir desde el plano normativo-formal). Es decir, una norma puede no existir formalmente y ser eficaz.
En lo que nos interesa aquí, una norma que recorte derechos puede ser injusta (normalmente lo son), pero al revés también ocurre: una norma que reconozca derechos puede estar vigente y no ser justa. Es decir, tener un derecho apunta sólo a la cuestión formal sobre la que siempre es posible hacer un juicio crítico o valorativo, desde esa instancia crítica que llamamos justicia. Hay cosas que tengo derecho a hacer, pero no son justas: la respuesta del especialista es negativa.
La respuesta anterior apoyada en ejemplos del mundo y la historia (conciencia afónica de la historia, por decirlo con W. S. Sebald): A lo largo de la historia algunos seres humanos han ejercido derechos sobre otros relativos a la disposición de su cuerpo, leyes esclavistas, privilegios del hombre sobre la mujer, del payo sobre el gitano, del colono sobre el nativo, del ario sobre el judío, del inglés sobre el irlandés, del blanco sobre el negro, etc.
Hoy, en Carolina del Norte, apelando a la libertad religiosa y a la «identidad inmutable dada por Dios», un pastelero tiene derecho a no dibujar en la tarta el nombre del novio de John. Y en la India no acaba de corregirse el hecho de que un marido pueda abusar de su esposa sin que constituya legalmente delito de violación. La historia muestra cómo no todo lo que se tiene derecho a hacer es justo.
La respuesta jurídico-política o cómo seguir atacando con razón al neoliberalismo sin que éste se inmute: «[…] Señoras y señores del Bac, apoyo mi contestación anterior en algunas transformaciones del mundo jurídico, como la pérdida del control democrático consecuencia del aumento del poder de una cierta gobernanza económica, o de una serie de poderes reales, poderes fácticos o po-de-res-de-he-cho asociados al ámbito de la economía y las finanzas: debilitamiento o desdibujamiento, si lo prefieren, del imperio de la ley por el empuje de poderes normativos de organismos internacionales poco o nada democráticos: paraísos fiscales, deslocalización, conversión del mundo en enorme supermercado, ¿es justo el sistema de privilegios de los que gozan tantas empresas y particulares en nombre del libre mercado? No.
La respuesta desde el positivismo ontológico: Sí.
La apoyatura literaria sin ecos de Antígona: Como en el relato de Kafka, no resulta posible escapar, pero tampoco resulta dado evitar el extraño rumbo que ha tomado de repente el mundo: siempre acaba golpeando la puerta de la habitación. Visión del mundo tecnificada y economicista. Weltanshauung que prima los elementos pragmáticos (en una acepción degradada del término), la racionalidad de los medios, por sobre encima de la racionalidad de fines y valores por decirlo en los términos de la Escuela de Frankfurt.
Nuevo dogma de las habilidades funcionales en términos de réditos monetarios (o mejor, en la percepción subjetiva de potenciales réditos post-universitarios, vinculados bien al empleo por cuenta ajena, bien a esa difusa e inflacionada noción de «emprendeduría»), el servicio de un tipo de negocio privado empeñado en erigirse como criterio universal sobre la utilidad, el valor, e incluso el mérito de todos nuestros esfuerzos, de todos los empeños y de cada uno de nuestros sueños. ¿Todo lo que tengo derecho…? No.
Una respuesta positiva: Hay un caso en el que tener derecho a hacer algo, siempre es justo. El núcleo duro de los derechos humanos, derechos relativos a la prohibición de ser torturado o al derecho de asilo. Creo que la reflexión sobre lo justo debe distanciarse de construcciones utopistas. Debemos evitar, en la medida de lo posible, teorías filosóficas levantadas de espaldas a las condiciones sociales que podrían hacerlas posibles, porque se corre el peligro de alejarse de los problemas jurídicos existentes para proponer criterios puros de legitimación ajenos a las posibilidades reales que tienen estos de ponerse en práctica. Si queremos reflexionar sobre derecho y justicia críticamente debemos recordar pronto la «tierra firme». Y ahí tenemos los derechos humanos, un ámbito donde con excepciones geográficas y marcados altibajos, el derecho positivo ha alcanzado (con sangre y sudor) ya un notable nivel de garantías. Y, al mismo tiempo, un ámbito donde las expectativas se ven defraudadas con demasiada frecuencia. Se trata, como ha señalado en distintos lugares Ignacio Aymerich, de un punto de contacto privilegiado desde la sociología jurídica entre el derecho que es y el derecho que debería ser.
La pesadilla que no acaba: una respuesta epocal o el inquietante éxito del relativismo español: «Joder, menuda preguntita para la selectividad, pero, ¿esto entraba en el examen? No lo vi en el chat. Mire usted, profe, todo depende, a unos les parecerá justo y a otros no, ¿y quién dice qué es justicia, eh? Todo es relativo, cada uno tiene su verdad y todas son respetables. Usted tendrá su opinión o su verdad o lo que sea y yo tengo la mía, para usted será justo y para otro no. Es lo que hay. Bueno, en lo que toca a mis derechos, de esos no me toque usted ninguno que le demando rapidito; por cierto, en el examen pasao mi compañera y yo hemos estudiado con los mismos apuntes pero ella ha sacado un 8 y yo un 3, es muy injusto, ¿me lo puede explicarlo o k ase?».
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